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¿Debe alarmarse América Latina por el fentanilo?

Cómo la desinformación sobre la crisis de opioides en Estados Unidos ignora las particularidades de Latinoamérica. Una respuesta desde México, Colombia y Argentina.

Por Raúl Lescano Méndez
Un contenido posible por Talking Drugs

En los medios de comunicación de Latinoamérica, la tragedia de la crisis de los opioides y del fentanilo en Estados Unidos se traduce así: “Vidas interrumpidas por el fentanilo: lo que más me duele es despertarme y necesitar una dosis”. “Fentanilo: Ecuador y países vecinos, en el radar de los carteles de la temida droga”. “Fentanilo, la otra epidemia que avanza desde China y que no puede ser erradicada”. “La DEA advirtió que la mezcla de fentanilo y cocaína es «cada vez es más frecuente«. “Fentanilo: las alertas por la “droga zombie” que asoma en Chile”. “¿Qué es el fentanilo, la sustancia que mató a Prince, Tom Petty y que causó la sobredosis de Demi Lovato?”. Y la más reciente: “Las 5 consecuencias devastadoras del fentanilo, la droga que provocó la muerte del nieto de Robert De Niro”.

Y los datos sobre el fentanilo que se repiten una y otra vez: su potencia 50 veces más fuerte que la heroína y 100 veces más fuerte que la morfina, su precio más accesible y su mayor grado de dependencia que la hace más rentable que otras sustancias, y su impactante grado de mortalidad que ha ocasionado ya más muertes que la guerra de Vietnam e Irak juntas. Y con ese telón de fondo, el secretario de Estados Unidos, Antony Blinken, ha reunido a representantes de 84 países para decirles: “si no actuamos juntos con feroz urgencia, será una catástrofe”.

El miedo al fentanilo en Latinoamérica no es gratuito. Pero la realidad actual de la región parece estar muy alejada de la norteamericana. De hecho, entre las alertas mundiales que Blinken subrayó -el tramadol en África, las píldoras falsas en Oriente Próximo, la ketamina en Asia- no se mencionó ningún caso puntual del sur de América. Según ha detallado la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), si bien existe un importante aumento a escala mundial del uso de opioides con fines no médicos y del número de sobredosis relacionadas con estas sustancias, la crisis no es generalizada. “La crisis tiene en realidad una naturaleza multidimensional y sus características difieren de manera muy marcada entre unas regiones geográficas y otras”, explica la organización en su informe La creciente complejidad de la crisis de los opioides.  

La historia de la crisis de fentanilo que vive Estados Unidos, por ejemplo, ya es más que conocida: las malas prácticas de la farmacéutica Purdue Pharma que escondió de sus ensayos clínicos los altos riesgos de adicción de su medicamento OxyContin, el impulso para que se recetara más de lo debido, luego la sustracción de este del mercado cuando las denuncias surgieron, dejando a la gente sin acceso a la sustancia de la que ahora dependían, y el inevitable surgimiento de un mercado informal, pero fértil y masivo, para los opioides sintéticos ilegales más baratos, como el fentanilo y sus análogos.

Esto último, el mercado, es lo más importante en este fenómeno, insisten distintas organizaciones: a diferencia del fentanilo legal que viene en pastillas o ampolletas con dosis específicas para el uso médico, el fentanilo ilegal está en manos de bandas criminales que fabrican, con desconocidas dosis, pastillas, polvos y comprimidos que simulan ser otra sustancia. Y la dosis, particularmente del fentanilo, es clave: al ser de una potencia tan elevada, la cantidad que se requiere para obtener los efectos deseados es mínima y, por lo tanto, la mínima diferencia de la cantidad utilizada puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte. Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos han dado cuenta, por ejemplo, sobre cómo, entre los años 2017 y 2018, las muertes por sobredosis relacionadas con todos los opioides de venta con receta y la heroína disminuyeron, pero las muertes relacionadas con opioides sintéticos fabricados ilícitamente aumentaron en un 10 %. 

La naturaleza de la crisis de los opioides en el norte de América, ha detallado la UNODC, está impulsada en gran medida por las altas tasas de consumo de opioides con fines no médicos y la adulteración o sustitución, para reducir costos, de los suministros ilícitos de heroína y opioides farmacéuticos desviados por fentanilo, análogos del fentanilo y otros opioides sintéticos por parte de organizaciones ilegales.

La realidad latinoamericana parece ser muy distinta. En su estudio Drogas Sintéticas y Nuevas Sustancias Psicoactivas en América Latina y El Caribe, la UNODC indica que, para la región de América del Sur, la prevalencia anual del consumo de opioides sintéticos con fines no médicos es de alrededor del 0,19 %, una cifra considerablemente inferior a la estimación anual global del 1,16 %. Por ello, si la organización mundial menciona algunos casos específicos ocurridos en países como Brasil, Uruguay, Bolivia, Chile, resultan ser tan solo sospechas nunca confirmadas o decomisos de cantidades irrelevantes. 

De norte a sur , el fenómeno del fentanilo es una inquietud latente en Latinoamérica, pero sin pronósticos claros. 

México: una bisagra fronteriza

En el norte de la región, en ciudades mexicanas como Tijuana, Mexicali y Ciudad Juárez, el fentanilo sí es una realidad. Una realidad cruel. Un estudio publicado por la revista Addiction en el año 2022 da cuenta de que en el norte de México aproximadamente el 93 % de las muestras analizadas de heroína en polvo blanco contenían fentanilo. 

Como ha sucedido a lo largo de toda su historia, ser el país vecino de Estados Unidos ha representado una complejidad única para México. La crisis de los opioides y del fentanilo no es la excepción. En México, el fentanilo ahora es un problema más de narcotráfico. Durante la pandemia mundial del COVID-19, se dio un giró intercontinental en la historia del fentanilo. El cierre del puerto de Wuhan (origen de la pandemia) truncó el mercado de esta sustancia desde China. Y, a partir de entonces, según ha reportado la DEA, son los cárteles mexicanos los principales proveedores de fentanilo de Estados Unidos. 

En México, el fentanilo se detectó por primera vez en Tijuana, en el año 2018, según reporta PrevenCasa, la organización civil dedicada a mejorar la salud de personas en situación desfavorable y que ha brindado por mucho tiempo el servicio de intercambio de jeringas a las personas que usan drogas inyectables, principalmente en la frontera norte. La llegada de la heroína mezclada con fentanilo, explica Alfonso Chavez, coordinador del programa de reducción de daños de esa organización, ha generado un contexto más complejo: personas con consumos problemáticos, habitantes de calle constantemente alejados de las instituciones públicas debido al estigma y la criminalización y el incremento de abscesos ocasionados por las inyecciones en múltiples partes del cuerpo, y los casos de sobredosis fatales y no fatales, sumándose a otros factores de riesgo como VIH y Hepatitis C por el uso de jeringas insalubres. 

Y a ello, se han sumado más dificultades, como el desabasto de metadona, una sustancia que se usa en tratamientos supervisados para que las personas sustituyan los opioides y puedan retomar su actividades cotidianas vitales. Ante la falta de metadona, este año muchas personas que habían estado adheridas a este tratamiento se han visto obligadas a volver al consumo de heroína, que, sin saberlo, contiene fentanilo. 

Las cifras e imágenes de este trágico contexto también alimentan el miedo al fentanilo en toda la región, pero la verdad es que no representa la realidad de México y mucho menos la de Latinoamérica. En el reciente Foro Internacional sobre el Fentanilo, organizado por el Congreso de México, el investigador Jaime Arredondo, también participe de organizaciones como PrevenCasa, de Tijuana, y Verter, de Mexicali, ha concluido que, contrario a las alarmas que suelen difundir los medios de comunicación, “el fentanilo no está en todo”, sino que está enfocado particularmente en los opiáceos ilegales y es un fenómeno principalmente fronterizo. 

“En cuanto a los consumo de fentanilo en otras partes del país, no se sabe mucho”, explica Chavez. “No sabemos cuándo puedan llegar estos nuevos cortes de drogas a otras comunidades porque los mercados locales son muy cambiantes y siempre están a la vanguardia. Creo que lo mejor es estar preparados con estrategias de salud pública muy específicas, como la reducción de daños, que es vital para la detección y abordaje de estas nuevas sustancias, principalmente en aquellas donde hay consumo de opioides”. 

Colombia: más prensa que presencia

Pueden haber tres razones por las que un escenario similar el resto de Latinoamérica es muy difícil que suceda, plantea Julian Quintero, director de la organización colombiana de reducción de riesgos y daños Échele Cabeza: porque la región no tiene un pasado relacionado de dependencia a los opioides, porque el fentanilo no sería un negocio rentable ante el precio de la heroína barata y de calidad que se consigue de este lado del mundo; y porque los latinoamericanos, indican las estadísticas, prefieren los estimulantes y no los depresores.

“El rumor es que va a aparecer el fentanilo en el tusi”, ha explicado Quintero en una entrevista reciente. (El tusi es un preparado de MDMA, ketamina, cafeína y una cantidad de aditivos cada vez más diversos que surgió en Colombia y se ha expandido rápidamente por todo el continente). “Pero también sucede que los periodistas se comen el cuento de los dealers que dicen que usan fentanilo en sus recetas pero uno va, analiza, y no es así. Hay que tener precaución”. 

En Colombia, los medios de comunicación han alimentado el miedo sobre la presencia del fentanilo de forma constante. Los diarios han indicado que el fentanilo está siendo mezclado con medicamentos para caballos, afirman que “la peligrosa droga” está circulando en el país, recogen testimonios de “prestigiosos médicos” que “cayeron en el infierno” de esa sustancia. Incluso el fiscal general de la nación llegó a realizar una conferencia de prensa para anunciar que se había incautado “la droga que está generando 300 muertos en Estados Unidos diarios”. Era falso. Se trataba de ampolletas de fentanilo de uso médico. 

 “La prensa y el mal manejo de esto en los medios de comunicación sí ha generado una curiosidad que inmediatamente se manifiesta en la calles”, explica Quintero. “Al hablar con los dealers dicen que están pidiendo esa vaina y que el precio aumentó. También se dice que esa sustancia la están mezclando con el tusibi, pero nosotros no hemos encontrado eso”.

A raíz de todos esos rumores, Échele Cabeza realizó jornadas de análisis de drogas específicamente para que la gente descartara la presencia de fentanilo en sus sustancias. ¿El resultado? No encontraron nada. O la presencia es de tan baja concentración que los análisis preliminares no lo detectan o, al tratarse de fentanilo en ampolletas, que es líquido y de baja concentración, este se evapora a la hora que se cocina con otras sustancias, piensan en la organización. Si algo causa alerta y preocupación es la presencia en algunas sustancias psicoactivas de benzodiazepinas y oxicodona, uno de los principales fármacos legales responsables del origen de la crisis de opioides en Estados Unidos. Pero aún no se evidencia presencia de fentanilo de manufacturación ilegal. 

“Tampoco vemos que los usuarios estén muy preocupados por el fentanilo más allá de preguntar”, explica Quintero. “Y eso puede ser porque no hemos visto en Colombia una muerte masiva derivada del fentanilo. No vemos aquí, como en Estados Unidos, que en un parque se mueren seis personas porque el mismo dealer les vendió fentanilo y no supieron dosificar. En Colombia ese impacto que produce la muerte masiva de personas por consumo no se ha visto.  No hemos visto, por ejemplo, lo que pasó en Argentina”. 

Argentina: un susto, una advertencia

Lo que pasó en Argentina conmocionó a toda Latinoamérica y fue noticia mundial. En febrero de 2022, en el barrio Puerta 8, de Buenos Aires, una seguidilla de personas llegaron a las emergencias tras haber consumido cocaína adulterada. 24 personas murieron. Las autoridades se demoraron una semana en identificar cuál era la sustancia que había causado el desastre y la angustia reinó en la región: ¿había llegado el fentanilo? 

No. Se trató del carfentanilo, un opiáceo sintético incluso cien veces más potente que el fentanilo. Pasada la histeria, nunca se supo si se trató de un accidente, si se había utilizado esa sustancia de manera premeditada o si fue una venganza entre grupos de microtraficantes. Lo que sí se supo con el tiempo es que no se trató de la llegada del fentanilo a la región. 

Al igual que en otros países latinoamericanos, los rumores dicen que se ha encontrado fentanilo en dosis de ketamina o en el tusi, pero hasta la fecha el programa de reducción de riesgos y daños Paf!, de la organización Intercambios, de Argentina, no ha identificado la presencia de fentanilo como sustancia de corte en el país. 

“El miedo al fentanilo está muy presente en la cabeza de los usuarios desde que pasó eso de la cocaína adulterada y también por toda la mala traducción que hacen los medios sobre la epidemia de opiáceos en Estados Unidos y el fantasma del fentanilo como sustancia de corte en todos lados”, dice Carolina Ahumada, coordinadora de PAF! y directora adjunta de la organización Youth RISE. “Ni la policía, que es la que hace los análisis más sofisticados, o el Ministerio de Seguridad, han sacado una alerta epidemiológica sobre la presencia de fentanilo como sustancia de corte o como presencia en las sustancias psicoactivas”. 

Para Ahumada, es también la prevalencia del consumo de estimulantes como la cocaína y la regulación de los opioides prescritos y sus derivados una ventaja que mantiene alejado a su país del consumo crítico de sustancias como el fentanilo del mercado ilegal. También la poca tradición histórica del uso de estas drogas en esta zona del mundo: “cuando hablamos con organismos internacionales o con otras organizaciones se preguntan cómo es que en Argentina y en Latinoamérica no sea común el uso de opiáceos en comparación con otras sustancias que sí son muchísimo más prevalentes como la cocaína y la cocaína fumada”, cuenta. “La respuesta es medio confusa, porque si la cocaína llegó a Estados Unidos, ¿por qué el fentanilo no podría llegar a la región en un mundo tan globalizado?”.

Mínimos necesarios

En todo caso, el trabajo de las organizaciones mexicanas, colombianas y argentinas mencionadas dan cuenta de lo que múltiples informes de organizaciones internacionales respaldan: los programas de análisis de sustancias permiten identificar la composición real de las sustancias, que las personas tomen decisiones informadas y generar alertas tempranas. La disposición de naloxona es clave para revertir las sobredosis. Los programas de intercambio de jeringas disminuyen los riesgos de enfermedades virales como el VIH y la hepatitis. Los servicios de consumo supervisado brindan todas la condiciones de seguridad para las personas usuarias. Los programas de reducción de daños mejoran la relación de las personas con cualquier sustancia. 

Décadas de prohibicionismo han dejado claro que el mercado ilegal de drogas es incontrolable y poco predecible. Pero años de estrategias de reducción de riesgos y daños ejecutadas por múltiples organizaciones a nivel mundial han establecido también los mínimos necesarios que pueden evitar catástrofes.


Este contenido ha sido posible gracias a una alianza entre Soma y Talking Drugs, una de las pocas plataformas en línea dedicadas a brindar noticias y análisis únicos sobre políticas de drogas, reducción de daños y temas relacionados a las drogas en todo el mundo. En su web www.talkingdrugs.org se puede encontrar una versión resumida en español y en inglés de esta entervista. IG: @talking.drugs

Raúl Lescano Méndez es editor y cofundador de Proyecto Soma. 

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