Curaduría Soma Ensayo

Ayahuasca: el amor animal

El cristianismo ha ignorado que la gente no se ama a sí misma, que se le ha enseñado que amarse a uno mismo es egoísmo. Este es un punto ciego que la ayahuasca viene a reparar.

A los 86 años, el psiquiatra y escritor chileno Claudio Naranjo, uno de los principales investigadores en Latinoamérica de los estados alterados de conciencia, aprovechó la última charla de su vida para explicar por qué la ayahuasca parece recordarnos quiénes somos en verdad.

Por Claudio Naranjo
Ilustración de Andrea Barreda

No pensaba estar aquí porque me está fallando un órgano nuevo cada pocos meses. Ya no me toca más andar hablando, escribiendo, trabajando con grupos. Pensaba replegarme un poco como los hindúes que tienen una época de la vida para aprender, una época para servir y una época para prepararse para morir. Pero me insistieron tanto que terminé viniendo y con la sensación de que, capaz, sea mi última conferencia. Tal vez por eso elegí un tema importante: la relevancia de la ayahuasca para los problemas del mundo. 

Ya sabemos mucho sobre cómo la ayahuasca le sirve a la gente y a las comunidades, pero ¿será que la comunidad del mundo también necesita ayahuasca?

Fui parte del Club de Roma (organización que promueve la comprensión de los desafíos globales que enfrenta la humanidad). Ahí concebíamos las problemáticas como un conjunto de aspectos de una realidad compleja, aspectos aparentemente independientes, pero que al tratar de arreglar una cosa podía desarreglar otra. Mientras asistía a las reuniones de esta asociación sentía que era una actitud muy ingenieril, muy concreta. Aplicábamos factores económicos, políticos, de producción, etcétera, pero me preguntaba dónde estaba el factor humano.

Hace no mucho tiempo atrás publiqué un libro que trata sobre la raíz ignorada de nuestros males (Sanar la civilización, 2009).  Está mal visto en el mundo académico enunciar este concepto que puede quedar ya anticuado, pero la primera teoría del mal del mundo podemos decir que es el pecado original. 

La idea del pecado original es que es la raíz común de los demás pecados.  El texto del Génesis lo explica con símbolos y los símbolos son como los sueños: polivalentes. Es difícil decir si quieren decir esto o aquello. Hay una escena en la que Dios está paseando por su jardín y ve que Adán y Eva se han cubierto los genitales con hojas de parra. Dios, entonces, supo que habían pecado. Parece que el pecado original tuviera que ver con lo que hay por debajo de esas hojas de parra, pero no se dice explícitamente. También se presenta el pecado con la manzana famosa, el fruto del árbol prohibido. Se dice que es el pecado de querer saber algo que le pertenece sólo a los dioses: el conocimiento del bien y del mal.

El conocimiento del bien y del mal ha sido un concepto clave en toda nuestra historia. Nos declaramos conocedores del bien y el mal y nos hemos dedicado toda la vida a tratar de ser buenos y evitar ser malos. Pero tendríamos que ver cómo encaja este concepto con, por ejemplo, el de la sexualidad. Claramente estamos en una civilización que se ha vuelto contra lo más natural: el principio del placer. Pero somos animales. No es que seamos sólo animales, pero somos también animales y durante mucho tiempo hemos vivido como si no lo fuéramos.

Sin darnos cuenta, tal vez, criminalizamos la serpiente que hay en nosotros. En algún momento nos volvimos Homo Sapiens y Homo Sapiens Sapiens y un poco arrogantemente exaltamos en nosotros el ser personas de razón más que seres capaces de amor o de sabiduría animal. Según el mito del Génesis, la serpiente es el demonio, pero en mitos anteriores la serpiente era la naturaleza o se le relacionaba con una madre grandiosa, aliada de la naturaleza. 

Para los indígenas los animales son sagrados. En el mundo egipcio los dioses tienen cabezas de animales. En las grandes esculturas de los babilonios los cuerpos son animales. Algo pasó que se criminalizó al animal. Nos pareció poca cosa ser animales y así como hemos tratado mal a la Tierra y a las especies animales, también hemos tratado mal a nuestro cuerpo, a nuestra propia naturaleza, sobre todo a nuestra naturaleza instintiva. 

«En algún momento nos volvimos Homo Sapiens Sapiens y un poco arrogantemente exaltamos en nosotros el ser personas de razón más que seres capaces de amor o de sabiduría animal».

Podemos decir que esto está en la médula del pecado original: la idea de que por el error que cometieron Adán y Eva al comerse esa fruta prohibida, por el imperdonable pecado de desobedecer la voluntad divina y dejarse llevar por nuestro instinto animal, todos sus descendientes tenemos que sufrir esta condena, este castigo. 

La segunda teoría sobre cuál es el meollo del mundo me parece que es la freudiana. Más que una formulación precisa que esté en alguna parte de la obra de Freud, es un colorido que la atraviesa: somos animales enjaulados, seres instintivos que hemos debido crear una sociedad policial para portarnos bien. 

Curiosamente Freud tomó de contrabando la idea cristiana de que somos mitad buenos y mitad malos, y concluyó que por ello necesitamos jueces, cárceles, policías, mantenernos en raya, protegernos de nuestra maldad que es una tendencia a la que hay que estar alerta. Una cultura represiva que nos condena al sufrimiento neurótico.

Luego han surgido muchos términos. En el feminismo empezó a surgir la palabra patriarcado. En nuestra cultura de raíces grecorromanas se resume en la ley del patria potestad: el padre es el dueño de la mujer y de los hijos. Riane Eisler, con el famoso libro llamado El cáliz y la espada, planteó por primera vez que el patriarcado era el mal común no solo de la mujeres, sino de la humanidad. 

Durante mucho tiempo estuve hablando del patriarcado, pero con el tiempo fui cambiando de diagnóstico. Hoy digo que el problema del mundo es la mente patriarcal. Quiero decir que hay dos órdenes de represión en la familia patriarcal: la represión o autoridad que ejerce el padre sobre la mujer y, por otra parte, sobre los hijos. Son operaciones de distinta naturaleza y tienen eco en nuestra neurobiología. 

Como se ha dicho tanto, tenemos un cerebro intelectual -nuestra materia gris-, un cerebro reptiliano -se le llama a veces el meta encéfalo-, el cerebro primitivo que se parece al de los reptiles, y un cerebro que compartimos con los mamíferos en general. Este cerebro mamífero es el cerebro materno porque los mamíferos son los verdaderos inventores del amor. Los mamíferos son los que tienen madre y un lento desarrollo en el seno, en los brazos, en la cercanía de la madre. Así, un humano tarda mucho en ser autónomo y aprende algo de la madre que conlleva entre otras cosas la capacidad maternal: aprendemos a ser madres, un aspecto que ve en el otro un otro yo, un aspecto empático. 

Pero un cerebro más agresivo, predador, es el que ha predominado en el desarrollo de nuestra cultura civilizada y patriarcal, un cerebro instrumental podríamos llamarlo. Nuestro cerebro amoroso que cuida ha sido eclipsado por nuestra cultura patriarcal y el cerebro orgánico, instintivo, está cargado de esta criminalización tan inconsciente que es como si hubiéramos sido lobotomizados y no supiéramos diferenciar esta especie de muerte en vida inducida por la cultura.

El problema del mundo es que una parte de nosotros, una parte de nuestro cerebro o de nuestra mente, vive solo en un cuarto de su casa y no en la casa entera. Nos hemos vuelto seres insulares, somos una isla dentro de nosotros. Nuestra mente racional desconoce nuestra parte materna, empática e instintiva.

El punto ciego

No sé cuántos conocerán mis experimentos de los años sesenta en Chile, cuando di Harmalina (presente en la ayahuasca) a una serie de voluntarios que no conocían sobre esta. Me llamaba mucho la atención cómo se parecían tantos relatos indígenas, de viajeros, de botánicos, de exploradores, de antropólogos, a los de las comunidades indígenas ayaju ayashuasqueras. Me preguntaba si es que acaso veían tantos tigres y serpientes debido a que ya tenían la expectativa de ello. 

Resultó muy interesante mi experimento porque la gente que no sabía nada del tema también veía aves de rapiña, serpientes y todas las imágenes típicamente indígenas de la ayahuasca que están tan inmortalizadas en la cerámica de los pueblos sudamericanos. En esos días, incluso me preguntaba si podía haber un contacto telepático con las culturas indígenas a través de esta planta. Me terminé convenciendo de que esto era como lo que Jung llamaba “mundo arquetípico”. El tigre, la serpiente, el ave de rapiña, el águila, el buitre, son como distintos aspectos del dragón mítico.

El dragón tiene una naturaleza muy ambivalente. Los dragones chinos son buenos, son la fuerza celestial que bendicen. Los dragones mesopotámicos son peligrosos y los europeos peores, como en el caso de El oro del Rin (ópera de Richar Wagner). Los dragones occidentales son esas bestias a las que se enfrenta San Jorge porque son como personificaciones del ego. En el mito hindú, antes de que hubiera vida en la tierra, el dragón del cielo tenía toda la fuerza contenida e Indra, el rey de los dioses, al dañarlo con su lanza hizo que cayera el agua que había contenido el dragón sobre la tierra y empezara el círculo de la vida. 

Por eso, el fenómeno más llamativo del ayahuasca me parece que no es solamente la aparición de lo animal, sino el cambio de actitud ante el animal. 

Por los años sesenta, cuando anduve por el Putumayo estudiando la ayahuasca, los chamanes -que se sentían parte de una cultura que se estaba perdiendo- me contaban que solían amarrar a un árbol a las personas de centros urbanos que acudían a probar ayahuasca. El pánico que les causaba las visiones de animales podían hacer que huyeran y se perdieran en la selva. Pero a pesar de que las personas tienden a enfrentar amenazas terribles, terminan por entender que el animal no es un enemigo, sino un animal sagrado. 

A mí me tocó presenciar una experiencia notable de un individuo bastante conocido en el mundo psicodélico de los sesenta: Leo Zeff, una persona con quien yo me formé en la terapia psicodélica. Cuando le di Harmalina con un poco de LSD -una pequeña dosis que abre el potencial visionario de la Harmalina- se encontró con una mujer con la que tenía un conflicto. Esta se transformó en una gran serpiente que amenazaba con comérselo. Yo le pedí que se dejara comer, que tuviera el coraje, que comprendiera de que se trataba de un proceso onírico. Entonces se dejó tragar por esta especie de pitón. Se dejó luego digerir. Y sintió que era ahora él quien se transformaba en la serpiente y que la serpiente era Dios mismo. 

«Rechazar y criminalizar nuestra serpiente interior, nuestro cerebro reptiliano, nuestra vida instintiva, es un profundo acto de desamor hacia nosotros mismos». 

Pocas veces me tocó asistir a una transformación tan grande en la vida de alguien. Una de mis primeras sujetas voluntarias se encontró con un tigre siberiano blanco y este tigre terminó transformándose en su guía hasta hoy. Lo cito aquí porque me parece que revela el potencial fundamental de la ayahuasca: descriminalizar la vida instintiva. Hemos transformado ciertos animales en animales terribles, pero lo terrible en realidad es parte nuestra. Existe el potencial para reconocer otro tipo de animalidad que podemos llamar el animal de poder o el animal sagrado. 

Esto no es un fenómeno extraño de la ayahuasca. Uno de los pilares de la psicoterapia era la ambición freudiana de descriminalizar el instinto. Pero se logra poco porque es tan profunda la huella del pecado original, el sentimiento de ser malos por el hecho de portar una vida instintiva.

Rechazar y criminalizar nuestra serpiente interior, nuestro cerebro reptiliano, nuestra vida instintiva, es un profundo acto de desamor hacia nosotros mismos.  Reconvertir el animal peligroso en el animal santo significa la recuperación del amor por nosotros mismos. 

Creemos que nos amamos a nosotros mismos. Incluso a veces creemos que nos amamos demasiado a nosotros mismos. La cultura cristiana quiere tanto que seamos abnegados y buenos que nos hace sentir que nuestros deseos son egoísmo. En la mayor parte de las religiones se ha perdido el concepto del amor a uno mismo. Sólo los que emprenden el viaje interior, el viaje del autoconocimiento, llegan a saber cuánto se odian y desprecian a sí mismos.

Tenemos que despertar nuestro autoconocimiento para saber qué pésimos capataces somos de nosotros mismos, qué tiránicos somos. Sólo con el autoconocimiento se descubre la medida del autorechazo y con la medida del autorechazo se puede empezar a reparar en terapia ese sentimiento.

Cuando se toma ayahuasca y se produce este fenómeno de reconciliación con el animal, ocurre fundamentalmente la recuperación del amor por uno mismo, por nuestro lado animal.

¿Cómo es que el cristianismo, que tuvo tanta fuerza en el mundo y que insistió tanto sobre el precepto del amor, no ha logrado originar una civilización pacífica o benévola? Creo que la clave está en el mandamiento de “ama al prójimo como a ti mismo”. El cristianismo ha ignorado que la gente no se ama a sí misma, que se le ha enseñado que amarse a uno mismo es egoísmo. Este es un punto ciego de nuestra historia cultural que la ayahuasca viene a reparar sin pasar por análisis verbales: el amor hacia uno mismo es la raíz del amor al prójimo porque es imposible amar al prójimo si uno no está anclado en el amor a uno mismo.  

Estamos anclados en la mente racional y así aspiramos a entender los misterios, a conseguir sabiduría. Ese es el pecado arrogante de la ciencia: pretender saber más que la poesía y los mitos. (-Soma-)


Claudio Naranjo fue un psiquiatra y escritor chileno, y uno de los principales promotores de la psicología transpersonal en Latinoamérica. Se trata de una rama psicológica que amplía el análisis de la humanidad al incluir los aspectos espirituales. Naranjo publicó alrededor de veinte libros, entre los que destaca Ayahuasca, La enredadera del río celestial (2012)

Andrea Barreda es una artista y tatuadora peruana. Su obra plástica gira en torno a la conexión irónica y armoniosas de la muerte, la belleza y la vida. La imagen de portada tiene como título Furia, y su versión original fue trabajada con lápiz y acrílicos, y mide 70 x 50 cms. Puedes seguir su trabajo aquí.

Fuente original. Esta es una transcripción adaptada y editada por Soma de la conferencia La relevancia de la ayahuasca en los problemas del mundo, que dictó Claudio Naranjo en la World Ayahuasca Conference 2019, de The International Center for Ethnobotanical Education, Research, and Service (ICEERS). La presentación completa se puede ver aquí. Y la transcripción en inglés, realizada por Kahpi, aquí.

Disclaimer: Soma no coincide necesariamente a cabalidad con las opiniones o enfoques desarrollados en estos artículos, pero considera necesario su conocimiento para ampliar, mejorar y elevar el debate en torno a las drogas en Latinoamérica.

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