Contenido Soma Entrevista

“Alguien debe asumir la coca como bandera política”

Mientras Naciones Unidas defendía la prohibición, Baldomero Cáceres denunciaba la violación contra las costumbres de los pueblos indígenas y las comunidades cocaleras de las regiones andinas.

Después de cuarenta años reconstruyendo la historia de la hoja de coca, el psicólogo peruano Baldomero Cáceres explica las consecuencias de una estigmatización sin fundamentos.

Por Esteban Bigotes
Fotografías de Raúl García

Baldomero Cáceres despierta con 87 años, pero media hora después tiene 67. “¿Sabes por qué?”, pregunta. “Por la coca”. 

Sentado, con unas hojas en la boca y un tabaco negro amazónico entre sus dedos huesudos llenos de pecas, Baldomero cubre de humo la silenciosa sala de su casa, rodeada de tomos empolvados, decoraciones religiosas y recuerdos de su época como conferencista internacional. 

En este espacio, en la década del setenta, Baldomero comenzó a reconstruir la historia ignorada de la coca. Mientras el gobierno militar de Morales Bermúdez aplicaba la política antidrogas dictada desde EE.UU., él explicó en revistas académicas y en la prensa cómo muchas plantas psicoactivas -como la amapola del opio y el cáñamo, reconocidas en sus propias culturas por su poder medicinal- estaban siendo estigmatizadas. Pero, sobre todo, cómo se había convertido el chacchado de la coca en una enfermedad mental sin sustento científico.

“¿No quieren liarse un tronchito?”, pregunta Baldomero.

Cuando la ONU incluyó a la coca en la lista de sustancias prohibidas, en 1961, Baldomero era estudiante de psicología. Pero cuando en su época de Vicerrector en la Universidad Nacional San Antonio Abad de Cusco masticó por primera vez la coca, empezó a entender el poder que esta tenía para calmar el sistema nervioso, ayudar a subir y bajar montañas y bailar durante horas. Desde entonces, Baldomero -apodado ‘Cristo’ Cáceres por el historiador Pablo Macera, debido a su excesivo interés en la teología- dice que se ha sentido “llamado” a buscar la paz a través de las plantas medicinales.

Sus argumentos han sido catalogados de “ácidos pero razonados”, su defensa “radical”, su actuar “extravagante”. 

Mientras Naciones Unidas defendía la prohibición, él denunciaba la violación contra las costumbres de los pueblos indígenas y las comunidades cocaleras de las regiones andinas. Mientras la psiquiatría se establecía como una terapia para solucionar los problemas mentales contemporáneos, Baldomero la calificaba como una ‘pseudociencia’ y proponía volver a la medicina popular de la segunda mitad del siglo XIX, cuando de niño, recuerda, su madre le daba una pastilla de cocaína, mentol y bórax para aliviar el dolor de garganta. 

“Soy un polemista frustrado”, dice Baldomero, riéndose a carcajadas. Abre uno de los cajones de su escritorio, coge un cogollo de marihuana y empieza a ‘desmoñar’. 

Después de más de cuatro décadas dedicado a defender la causa regional de la coca, esta sigue siendo una rehén del narcotráfico. El Estado ha buscado una solución tratando de controlarla bajo la ley de Represión del Tráfico Ilícito de Drogas de 1978, impulsando su sustitución por otros cultivos, criminalizando a los campesinos cocaleros y erradicándola en el VRAEM, una de las zonas de mayor cultivo de coca de la región. Nada de eso ha funcionado. Hoy, según datos de Naciones Unidas, de las cerca de 111 mil toneladas que se cosechan al año en Perú, solo el 10% es aprovechado legalmente. El resto, el 90%, termina siendo inhalada como cocaína por el narcotráfico. 

La solución, ha insistido siempre Baldomero, es, por el contrario, la industrialización: destinar la mayor cantidad de producción de coca al mercado lícito y permitir a los cocaleros beneficiarse de sus costumbres agrícolas. Pero a él no lo llaman para una entrevista, calcula, hace cuatro años. “Por lo menos”, dice, «ahora nadie se atreve a desprestigiarla en público».

La paz la ha encontrado en esta casa, donde vive hace 60 años junto con su esposa, escucha una radio de música clásica, echa la siesta, graba sus comentarios sobre la coyuntura de su país para publicarlos en Facebook y ve videos de YouTube para informarse de lo que su vista ya no alcanza a leer. 

Hace un mes, Baldomero parece haber cerrado el círculo de una misión. En Cusco, donde probó la hoja por primera vez, presentó lo que había esperado desde que empezó a acumular la bibliografía de la coca: la traducción al español de History Of Coca: The Divine Plant Of The Incas, que el médico e historiador Golden W. Mortimer publicó en 1901 y que marcó la segunda parte de la vida de Baldomero por dos razones: por “su trascendencia histórica” y porque cuando se topó con esta obra en una biblioteca hace 42 años, su ficha de lecturas estaba casi vacía. 

“Los países productores andinos”, ha escrito en el prólogo del libro, como cediendo la posta ya a las siguientes generaciones, “tendrán con este libro el testimonio histórico del reconocimiento médico de la coca como planta medicinal y el punto de apoyo para denunciar ante las Naciones Unidas la indebida condena a nuestra venerada planta”. 

Ha dicho que la energía que anima a la cultura andina a través de los milenios viene de la coca. ¿Es esa energía la que lo anima también a usted a seguir promoviéndola a sus 87 años?

Es mi convicción diaria, por supuesto. La coca es un geriátrico que, si se convierte en una pastilla con un sabor agradable, sería usada por toda la tercera edad. Yo viajo siempre con mi dosis necesaria de marihuana y coca. La coca me renueva la energía lo suficiente para saber que en el Perú todo sería posible si existiese alguna bandera -que no fuese el fútbol- que agrupe a todo el país. Y la única bandera que podría ser regional es la coca. No podemos seguir tolerando que el narcotráfico continúe. Se habla de la corrupción, pero no se revisa la base de esta: la prohibición de las drogas.

Usted consumió hoja de coca por primera vez en la década de 1970. Rondaba los 40 años. ¿Qué encontró en esa primera experiencia que lo motivó a iniciar su defensa públicamente?

La experiencia misma del coqueo. Cuando estaba a cargo del Vice Rectorado Académico de la Universidad San Antonio Abad de Cusco, salía a caminar a Sacsayhuamán y después a tomar desayuno. A eso de las once y media ya estaba agotado. Un domingo me encontré con un profesor polaco, Jan Szemiñski, que me dijo que me veía muy mal y me preguntó por qué no probaba su coca. No tuve ningún problema en probarla. Ese día seguimos caminando hasta las cinco de la tarde, felices de la vida. 

¿Qué pensaba, en ese momento, de la coca?

Yo no sabía nada de la coca, pero encontré la versión original de ‘Perú: History of Coca’, de Golden Mortimer.  Había sido comprada en 1904 para la biblioteca de la Universidad Nacional Agraria La Molina pero en su ficha de registro de lecturas figuraban muy pocas salidas. No lo había leído casi nadie y eso me reveló todo. Ahí también encontré la referencia a (Hipólito) Unanue (fundador de la escuela médica peruana), del que nadie se acordaba que había escrito una famosa disertación sobre el tema. Así, empecé a reconstruir la historia. Además, por esa época, pasó que la primera dama americana, la esposa de Carter, preguntó en una visita al Perú cuánto costaría reemplazar los cultivos de coca. ¿Reemplazar? ¿Por qué? Había una desinformación total de lo que era la coca. 

¿Cuál es el problema con la hoja de coca hoy?

Que en el VRAEM, en lugar de estar combatiendo la coca, deberían regular los cultivos y tratar de que sean orgánicos y convertirlos en proyectos que den trabajo. La hoja de coca es como el té, pueda dar variedades, pero el Perú no tiene un banco de germoplasma de coca. Alguien debe asumirlo como bandera política. No sé si alguien tiene la capacidad o voluntad o corazón para hacerlo. Pero, en realidad, sería una bandera política, te aseguro, con un montón de arraigo. ¡Cuántas veces me han dicho “mi abuelo coqueaba”! Pero en la escuela nos han enseñado a tener vergüenza de eso. En lugar de luchar contra la coca, deberían darle un destino industrial. Para eso hay que cambiar la ley internacional y se puede hacer, pero otra cosa es que alguien tenga los cojones que ni el mismo Evo (Morales) tiene. Evo ha hablado en la Asamblea Nacional de las Naciones Unidas, pero no ha ido a la Organización Mundial de la Salud a decir, “señores, retiren eso de las sustancias controladas ya, porque ustedes se están basando en la ignorancia”. Las Naciones Unidas no se da por entendida de ninguna información sobre la coca que no esté en el informe de 1950 que ignoró la bibliografía médica que existía entonces sobre la coca. Y ese informe fue elaborado a pedido del Perú. ¡Increíble!

Antes, su trabajo giraba en torno a la educación. ¿En qué momento las plantas medicinales se volvieron su interés principal?

Yo diría que fue por los beneficios que sentí usándolas. Yo no había fumado marihuana, por ejemplo, hasta 1973, cuando estuve en Standford. Aquella vez no sentí nada, pero al volver unos amigos nuestros trajeron un troncho impresionante, una mezcla con hachís. Lo probé y lo primero que se me ocurrió fue hacerme pruebas psicológicas de coordinación visomotora.  Resultó que nunca lo había hecho mejor. Noté que tenía una flexibilidad extraordinaria, además que me ponía en el presente y me permitía disfrutar. Incluso algunas penas se borraban. Yo aún hoy tengo marihuana permanentemente, no dejo de fumar, porque me da una distancia del aprisionamiento de la realidad. Uno en cierto sentido se desapega de una serie de condicionamientos, lo cual resulta agradable. Y, por último, es el mejor tranquilizante que existe. 

¿La marihuana es una droga?

Me parece mal incluirla en esa categoría. Tener una categoría tan indefinida como el de drogas ha generado un montón de confusiones. ¿A qué le llamamos plantas? A la planta. ¿A qué le llamamos droga? A las sintéticas o a las extraídas y concentradas de las plantas. Pero las plantas, son plantas. Por ejemplo, nuestro propio Congreso ha reconocido que la marihuana tiene virtudes medicinales. La lógica consecuencia es que si una planta tiene virtudes medicinales, sea una planta medicinal. Sin discusión. Y si es una planta medicinal ¿cómo puede estar prohibido el autocultivo? Así se forma el prejuicio.

Fotos: Raúl García / Soma

Las madres que medican a sus hijos con aceite de cannabis fueron las que pusieron a la marihuana en el debate público. Ellas, justamente, exigían el autocultivo. La ley que se aprobó finalmente no incluyó ninguna de estas opciones.

Sí, eso es un desastre. Están desconociendo el derecho de las personas a reclamar lo que es conveniente para ellas. Se puede recurrir al Constitucional alegando que no puede estar en el Código Penal si es una planta medicinal. Igual, que hayan reconocido que el cannabis es medicinal es un cambio de perspectiva indudable. 

¿Qué lección le dejó la legalización de la marihuana medicinal en Perú?

La importancia de los colectivos. Hubieron marchas por la marihuana antes incluso que se iniciara la lucha de las madres, pero ellas le dieron un carácter emotivo y familiar. Dejó de ser una planta para marihuaneros y pasó a ser una planta con virtudes medicinales. Eso es un cambio. Es una revolución científica que está creciendo. El físico e historiador (Thomas) Kuhn dice que cuando lo esperado está contradicho por la realidad, lo esperado tiene que cambiar. La categoría patológica del uso de estas sustancias ha cambiado en la práctica, pues se le ha descubierto el lado medicinal. Entonces, en el fondo, es un cambio de perspectiva. Y ese cambio de perspectiva es lo que llamo una revolución científica, que, en el fondo, es el reconocimiento de la marihuana, de la amapola, del opio y del cáñamo como plantas medicinales del sistema nervioso. Es una revolución científica con fundamento. Lo que ha existido hasta ahora no tenía ningún fundamento científico.  

¿Por qué la marihuana generó esa acogida y la coca no lo hace?

Puede que sea la sobrevivencia de un prejuicio anti indígena. Para muchos, coquear sigue siendo una “cosa de indios”. La marihuana hoy se asocia más a EE.UU., si se quiere. Además, son dos hábitos totalmente distintos. La coca es fundamentalmente para el trabajo y la marihuana no. La marihuana es más bien un sedante, que es muy distinto a que sea pro ocio. Pero en el caso de la coca, se está produciendo, incipientemente, un aprovechamiento de la harina de coca por la clase media urbana. Los productos andinos han comenzado a entrar en el consumo de la costa de Lima. Todo eso ya es un proceso de cambio. Somos lo que comemos. Lo que pasa es que la velocidad no es lo suficientemente satisfactoria para uno. 

En 1977, tengo entendido, el problema de la coca lo forzó a publicar su primer artículo académico, apresuradamente, en el diario La Prensa de Lima ¿Cuál era la urgencia de ese momento? 

Yo sentía que con la ley de Represión al Tráfico Ilícito de Drogas de 1978 se venía la corrupción. Luchar contra la coca ya era imposible porque jamás iba a desaparecer. Todavía figuraba en la ley que la coca y el coqueo debían acabarse en 1989, según la Convención de Naciones Unidas de 1961. Pero, claro, en el 88 hubo una reunión internacional donde encontraron una salida. Dijeron que no, que había que respetar su uso ahí donde existiera evidencia histórica para garantizar la supervivencia en el mundo indio.

Su madre le daba pastillas de cocaína para el dolor de garganta. ¿Por qué hoy algo así resulta impensable? 

Era una pastila de mentol, cocaína y bórax. ¿Qué ha pasado? La fatalización de la cocaína, a cargo de la prédica psiquiátrica. La psiquiatría es en nuestra época lo que la Inquisición fue en la suya: fija cuáles son las conductas aceptables. Es un instrumento de represión y, aparte, es un instrumento productor de culpas. Hace sentir a los propios usuarios que son culpables de ser adictos, cuando en realidad ser adicto, de por sí, no es nada peyorativo. ¿Por qué no vamos a depender de las plantas si se trata de mejorar el estado de conciencia? Para ese primer artículo encontré un texto de (Emil) Kraepelin (padre de la psiquiatría mundial) de 1890, donde dice que el coqueo es una “intoxicación crónica”, y eso fue lo que tomó al pie de la letra don Hermilio Valdizán (padre de la psiquiatría peruana).

Foto: Raúl García / Soma

¿De qué beneficios para la salud nos estamos privando? 

Nunca he hecho psicología individual, pero sí he pensado, como soy psicólogo social, en algo que pueda satisfacer, desde el punto de vista psicológico, a mucha gente al mismo tiempo. Y, evidentemente, la marihuana podría otorgar un factor de estabilidad emocional para mucha gente. No a todo el mundo, pero hay otros carácteres que les podría venir muy bien por un montón de motivos. Es igual con la hoja de coca. Por salud integral deberían estar al alcance de la población. Podrían provocar todo un cambio de la atmósfera social, porque al compartir una de estas sustancias entramos en comunidad con quienes también la consumen. Y el espíritu de la coca es positivo, constructor, optimista. 

Desde hace casi cuatro décadas que en las farmacias, en el supermercado y en almacenes se puede encontrar harina u hoja de coca. ¿Siente que hoy ha cambiado en algo la opinión pública? 

La hoja de coca se puede encontrar en todo momento. En las farmacias no han entrado directamente, pero los productos farmacéuticos sí. Hay extracto de coca, pan de coca. La coca ha dejado de estar satanizada. Creo que ha habido un cambio de actitud y si se hiciera una encuesta sobre el tema creo que mucha gente habría cambiado la idea que tenían de la coca hace cuarenta años. Ya nadie se atreve a desprestigiarla en público. 

¿Cuál es el siguiente paso?

El siguiente paso sería facilitar la industrialización de la coca y que no sea la Enaco el cuello de botella al cual hay que comprarle la hoja. Que pueda haber directamente la colaboración de intereses agroindustriales con los campesinos cocaleros. Y eso depende de una decisión presidencial. 

Ha dicho en algún momento que no sospechaba que fuera tan difícil revalorizar el cultivo tradicional de la coca. ¿Qué le hacía pensar eso?

Me parecía tan evidente la denuncia que hice, que pensé que en algún momento alguien iba a decir ¡caramba, bueno, tenemos una causa nacional andina! Pero hasta ahora, nada. Cuando veo a la gente que llaman de izquierda -a Verónica (Mendoza), por ejemplo- pienso en cuán lejos están de eso. Han tendido a ser hipócritas en el tema de drogas. Piensan que eso es producto de la decadencia del capitalismo. 

¿Espera un Evo Morales peruano?

Acá no existe la raigambre aymara que tiene Bolivia y el propio Evo. En Bolivia, comprendo que debe haber contradicciones, pero, al menos, por los datos objetivos, ha logrado una estabilidad que nunca había tenido. Evo ha sido un factor de estabilidad y lo miro con cierta envidia. 

El cultivo de hoja de coca en Perú es legal en zonas autorizadas y solo se permite su venta a la Enaco. Por un lado, se quiere fomentar el comercio de la coca y, por otro, quiere ser erradicada, afectando a los agricultores. ¿No es esto una contradicción?

Sí, claro. No creo que en ninguna de las zonas haya dirigentes que puedan ignorar lo que he venido diciendo y repitiendo en cada una de las reuniones que hemos tenido. El planteamiento debería ser radical: la coca es un bien y queremos tener libertad de venta de nuestro producto. Pero, claro, les van a exigir que estén empadronados. Pero ¿quién puede empadronar a los cocaleros, por dios?  Hacer un padrón en el Perú implica visitas, testimonios, es muy complicado.

Otro control del que suele hablar es el de la psiquiatría. Dice que esta se arroga el derecho de decirnos cómo aliviar nuestros problemas existenciales. También ha dicho que esta es una intromisión en la vida privada de las personas. ¿Qué es para usted la psiquiatría?

Es una pseudociencia, cuyo campo son las “enfermedades mentales”, que, en realidad, no son tales. A diferencia del uso de las plantas, el análisis del mundo mental no tiene cómo cambiar las condiciones del estado mental.

¿Cómo podríamos tratar hoy los problemas mentales sin la psiquiatría?

Casas de reposo, si quieren llamarle así. Cambiar el tipo de trato. Nunca considerar que una persona está fuera de sí, porque siempre hay una manera de poder aproximarnos. Yo, en una semana, convencí a los familiares de tres pacientes, que las saquen y las mandaran a una casa de reposo en Chaclacayo, donde a la semana estaban recuperadas. ¿En base a qué? Horario, desayuno, limpiar, ayudar. Normalizar la vida de una persona agitada es una condición esencial para su normalización.

Si hay alternativas. ¿Por qué la psiquiatría?

Porque la psiquiatría es eficiente para dos propósitos: dejar tranquila a la familia y mantener bajo control al que perturba.

¿Cuál es el peso de la psiquiatría hoy en la sociedad? 

Creo que es un marco de referencia falso que está perturbando la salud pública y el reconocimiento de la salud de las plantas. Cada pueblo encuentra la medicina en sus plantas y eso es un reconocimiento de la medicina popular. Esa medicina popular ha estado presente en las grandes plantas como el opio, el café, el tabaco, la coca. A eso hay que volver en vez de reemplazarlo con toda la farmacopea sintética de la que que no sabemos cuál es el efecto acumulativo que pueda tener.  En el caso de esta plantas, por el contrario, el efecto acumulativo está a través de varias generaciones.

Foto: Raúl García / Soma

¿Le atribuye algún beneficio a la medicina enfocada en el uso de psicofármacos?

Los psicofármacos, no. Los descalifico. Todos son productos elaborados por compañías esmeradas en tener algo para satisfacer al usuario y a la familia y punto. No, no, todo lo que es farmacopea sintética, aún de las más sencillas, personalmente, a nadie las recomendaría. En cambio, las plantas sí merecen nuestro crédito. 

¿Y una aspirina para el dolor de cabeza?

No, con eso no me meto. La aspirina, al fin y al cabo, viene del sauce. Tiene un origen natural. Pero, en general, toda esa búsqueda de medicamentos específicos para el sistema cerebral ¿para qué es? ¿para que funcione mejor? 

Ha dicho que existe una gran diferencia entre una planta que tiene su espíritu y una droga que se vende en farmacias que es pura química. ¿Qué es el espíritu de la planta?

Es una manera de referirme, en general, a todas las virtudes específicas de la planta. No es que diga que tengan espíritu como el humano. Tienen un tipo de vibración, si se quiere, que es mucho más armoniosa que una conjetura química. Algo es, pero ¿qué es? Las plantas maestras son las que abren campo, entre las cuales está la coca, la marihuana, el ayahuasca, el san pedro, y posiblemente los hongos y otras sustancias naturales que modulan nuestro sistema nervioso de tal manera que se dan, de hecho, cosas curiosas. 

Usted no está a favor de las drogas químicas como el éxtasis. Ha dicho que tomar esa droga es “un riesgo absurdo”. ¿Por qué?

Cuando estuve en Rotterdam, la última noche me invitaron a un tour de drogas sintéticas. Efectivamente, con eso ellos bailaban un montón y tomaban un montón de agua, pero francamente para qué. Si hubiera tenido suficiente coca habría tenido la misma energía. Cuando nosotros cambiamos nuestro estado de consciencia también cambia el funcionamiento de nuestra fisiología. Nuestro cuerpo es capaz de tener rendimiento por encima del normal. Entonces, se pueden lograr cosas que no se podrían lograr de otra manera. En La Paz, hace cinco años, en una noche de fiesta, con chicha de jora y coca, he bailado como loco, totalmente como un loco. Como un loco, me refiero, en el sentido de que no paraba de bailar sin fatigarme. La verdad es que me sentí tan bien que quiero volver a sentirme igual. 

Usted ha dicho que la cocaína debería volver a la farmacia en forma dosificada. ¿Qué cree que habría que hacer con la cocaína para uso recreativo?

Si quieren convertir las pastillas en polvo que lo hagan, pues, y que lo jalen. Pero si no, que lo tomen simplemente. Si el uso de cocaína estuviera legalizado, posiblemente llevaría en mi billetera un pequeño sobrecito en caso de una emergencia. No le he hecho asco cuando he tenido que probar. Uno se siente tan seguro de sí mismo, tan inteligente, tan… no, no, no, uno no es tanto. Prefiero vivir algo más moderado que eso. 

La idea de un mundo libre de drogas ha traído más problemas de los que ha resuelto. ¿Está a favor de legalizar y regular todas las drogas?

Primero, reclamo que las plantas dejen de ser consideradas drogas. 
(-Soma-)


Esteban Bigotes es fundador y director de Soma. Es periodista y comunicador social por la Universidad Central de Chile. Ha sido becario de la Open Society Foundations. Vive en Lima, Perú.

Raúl García es director y docente del Máster de Fotografía Documental del Centro de la Imagen. Es autor de fotolibros como Un Lugar (2011), sobre la escena de rock underground en Lima, o La Muerte de los Manganzoides (2013), el viaje de una banda de garage peruana a Buenos Aires.

Disclaimer: Soma no coincide necesariamente a cabalidad con las opiniones o enfoques desarrollados en estos artículos, pero considera necesario su conocimiento para ampliar, mejorar y elevar el debate en torno a las drogas en Perú y Latinoamérica.

2 comments on ““Alguien debe asumir la coca como bandera política”

  1. Rodolfo Velazquez

    GENIAL !!!

  2. Rafael Escobedo

    Inmensa lucidez la de don Baldo.

Deja un comentario