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Qué nos dice hoy el peyote sobre la espiritualidad

Podcast | Episodio 4 de Las drogas como son | Temporada 2 | Entrevista a Entrevista a Nidia Olvera, historiadora, antropóloga, coeditora del libro Plantas sagradas en México: tradición, religión y espiritualidad.

Por Raúl Lescano
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“Occidente siempre ha visto eso como recursos naturales sujetos de expropiación, que se pueden tomar, explotar o llevar a un laboratorio sin mayor respeto. Pero si observamos cómo otras comunidades se han acercado a estas plantas con respeto y una conexión espiritual, podemos aprender que forman parte del mismo mundo que habitamos y, por lo tanto, deberíamos cuidarlas y respetarlas”, dice Nidia Olvera en el cuarto capítulo de nuestro podcast Las drogas como son (segunda temporada).

El peyote es un cactus pequeño, bajito y redondo, que crece principalmente en ciertas zonas de México y Estados Unidos, y que posee una de las sustancias más interesantes del mundo de las drogas: la mescalina, una fenetilamina con efectos psicodélicos tan profundos y particulares que, a lo largo de la historia, ha marcado la cultura y cosmovisión de diversas comunidades indígenas y trascendido hacia la cultura occidental en diversos momentos particulares de la historia. 

Sus efectos alucinógenos ocasionan cambios en la cognición, alteraciones visuales y sonoras, distorsión del espacio-tiempo, estados de euforia, introspección profunda y epifanías. También potencia el vínculo con la naturaleza y su acción, que puede durar entre 10 y 16 horas, se suele catalogar como una experiencia trascendente y espiritual.

Suele tomarse en forma de líquido, polvo o píldoras. La dosis indicada es difícil de calcular porque la potencia varía con la edad del cactus, su origen e incluso la temporada de cosecha. Por ello, se recomienda usarla con alguien experimentadx.

Quizá se trate de la planta y la sustancia que menos reflectores ha atraído en el llamado boom psicodélico actual y es por eso que nos ha parecido justo ponerla sobre la mesa. Más aún porque sus usos y su poder está ligada a algo que hoy parece estar en crisis en las dinámicas occidentales: la espiritualidad. 

Hablar de la mescalina es hablar en realidad de dos cactus principalmente. El peyote, sí, pero también el San Pedro, que es oriundo de la zonas andinas de Latinoamérica. Sin embargo, dado el trabajo de nuestra invitada, nos centraremos en el primero, el peyote, y cómo su historia nos habla sobre nuestra relación con el pasado colonial de la región, sobre las búsquedas espirituales contemporáneas y sobre la fragilidad de los recursos naturales. 

Nidia Olvera Hernández es investigadora y académica mexicana. Es licenciada en Etnohistoria por la Escuela Nacional de Antropología e Historia y Maestra en Antropología social por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social de México. También ha cursado el doctorado en Historia Moderna y Contemporánea en el Instituto Mora. Sus investigaciones se enfocan en el estudio histórico antropológico de los usos, concepciones y prohibiciones de las sustancias psicoactivas. Actualmente hace una investigación postdoctoral en un proyecto de la Universidad de Radboud, de Países Bajos, denominado Medicina, Veneno o Poción Mágica sobre las plantas psicoactivas en Latinoamérica.

Tú interés primero fue la etnobotánica, pero el trabajo con archivos te llevó a la historia de las drogas. ¿Qué es lo primero que te empezó a llamar la atención cuando empezaste a incursionar en la historia de las drogas?

Sí, creo que al principio mi interés estuvo sobre todo en los usos tradicionales de las plantas. Me di cuenta de que había una diversidad de plantas psicoactivas que se usaban desde hace mucho tiempo con fines rituales o medicinales. Después me fui interesando también en la prohibición, pero lo que más me llamó la atención fue la existencia de estos usos tradicionales en diversas culturas. También me sorprendió la contradicción que existe: mientras que para algunos grupos estas plantas son sagradas, en otros contextos hay mucho desconocimiento, prejuicios y estigmas. Investigar su historia me permitió entender por qué hoy en día se piensa de cierta manera sobre estas plantas y cómo han cambiado las percepciones y las ideas en torno a ellas. Pero, sin duda, lo que más me impactó al inicio fue su uso ritual, espiritual y ceremonial.

Es interesante porque, justamente, la mirada histórica es algo de lo que se carece mucho hoy en día en el discurso sobre las drogas, ¿no? Hemos crecido durante varias generaciones con el discurso prohibicionista y nos olvidamos un poco de que esas ideas, esos conceptos que hoy se manejan probablemente no tienen más de 60 años. Durante todo el tiempo anterior, la sociedad se ha relacionado de muchas maneras distintas con las drogas. ¿Qué crees que la historia puede aportar a las ideas que se tienen actualmente sobre las drogas y que están tan empapadas por este discurso prohibicionista?

Por un lado, eso, que estas sustancias no siempre se han visto de la misma manera. En distintos contextos, tanto temporales como espaciales, la relación que tienen las sociedades con ellas es diferente. Pero también, por ejemplo, que la prohibición ha sido un proceso que no tiene que ver únicamente con lo legal. Claro, la prohibición oficializó ciertas restricciones, pero si vemos la historia de México, por ejemplo, la concepción de la marihuana se ha ido construyendo durante muchos años. Lo mismo ocurre con el peyote: se prohibió primero en la colonia y luego, en el periodo colonial, esa prohibición quedó en el olvido. Sin embargo, los discursos sobre la planta y sus estigmas continuaron.

Al mismo tiempo, hay historias de personas que siguieron utilizándolas de distintas maneras, a pesar de que estaban prohibidas. Y si rastreamos la prohibición, podemos ver sus orígenes morales, religiosos y también científicos. No es que la ciencia de ese momento no fuera válida, sino que estaba construida en otro contexto, bajo paradigmas distintos. Eso nos permite entender cómo se analizaron y estudiaron las sustancias en ese entonces y cómo se les interpretó desde un marco que no es el que tenemos ahora.

También se puede ver cómo, desde el siglo XIX, se han desarrollado diferentes formas de medicalización de estas plantas. En Occidente, la relación con el peyote es muy distinta a la que se ha tenido durante cientos o miles de años entre los grupos indígenas. Entonces, la historia nos permite ver esos cambios y entender cómo han evolucionado las percepciones y los usos de estas sustancias.

¿Tú te acuerdas, antes de que empezaras a inmiscuirte en la historia de las drogas y a conocer más sobre el tema, qué ideas tenías sobre las drogas? ¿Cuáles fueron las primeras cosas que más te sorprendieron cuando empezaste a entender cómo habían sido moldeadas estas ideas que tenemos?

Primero tienes una idea muy general porque no hay tanto acceso a la información. Bueno, yo creo que ahora hay más, pero antes no había tanto acceso. En principio, creces creyendo que es algo malo, algo de lo que no te deberías acercar. Pero yo siempre tuve mucha curiosidad y, más allá de decir si son buenas o malas, me interesó ir viendo cuáles eran sus diferencias y analizarlas. Creo que una de las primeras ideas que tuve cuando me empecé a acercar al tema fue esta distinción entre ciertas sustancias. Por ejemplo, con las plantas y los psicodélicos, sobre todo, se dice que hay personas que creen que los psicodélicos sí son buenos y otras sustancias no.

Yo también, al inicio, pensaba así. Decía: «Bueno, los psicodélicos están bien, si consumes hongos está bien, pero el cristal no». Pero después te das cuenta de que estas también son ideas que se han ido generando con el tiempo y que, en distintos contextos, se consumen diferentes sustancias.

Además, las formas en que distintas culturas han interactuado con estas sustancias han cambiado. Poco a poco te das cuenta de que casi todo son construcciones culturales. Obviamente, también influye la sustancia en sí: las plantas son muy diferentes en los efectos que pueden causar, pero la manera en que las percibimos depende mucho de las construcciones culturales que tenemos alrededor de ellas.

Entonces, con el tiempo, me fui dando cuenta de cómo a cada sustancia se le han ido atribuyendo ciertas características para definirlas o asociarlas con determinados grupos sociales. Claro que algunas sustancias pertenecen a usos muy antiguos dentro de ciertas culturas, pero eso no significa que sus usos o formas de ser vistas no hayan cambiado con el tiempo.

Cuando te contactamos para la entrevista, lo primero que nos aclaraste es que, respecto al peyote, tenías una mirada crítica y cero entusiasta con la regulación. Cuéntanos un poco más a qué te referías.

Tengo una postura un tanto crítica, por un lado, porque todo este renacimiento psicodélico va muy enfocado hacia la medicalización y está dejando de lado otro tipo de conocimientos, ¿no? Como los conocimientos tradicionales. Incluso se está dando mucha apropiación cultural y se está lucrando con estas especies que, para algunas personas, son sagradas y tienen otras concepciones.

Por otro lado, el peyote es una especie protegida. Más allá de su prohibición como droga, lo cual lo pone en la misma categoría que otras sustancias mucho más duras —sin decir que esas sean malas, pero que tienen efectos adversos peores que el peyote—, es una planta catalogada como vulnerable. A nivel internacional y, en particular, en México, está sujeta a protección especial por parte de la SEMARNAT, que es la entidad encargada de los temas ambientales.

Si no hay una consideración de la conservación de esta planta, creo que no es una especie que pueda entrar en un proceso de regulación. En Estados Unidos, en los procesos de descriminalización a nivel estatal, el peyote ha quedado fuera tanto por la oposición de grupos indígenas como por el tema de conservación.

En México, el peyote ya ha sido retirado de algunas propuestas de regulación, pero también hay algo con lo que soy crítica. Algunas nuevas propuestas para descriminalizar o regular, por ejemplo, la psilocibina, lo hacen bajo la premisa de que son usos ancestrales y tradicionales de los indígenas. Sin embargo, los indígenas en México ya tienen una excepción desde los setentas, cuando se prohibieron el peyote y los hongos. Ellos pueden seguir usándolo legalmente.

Para mí, estos discursos responden a otros intereses, lo cual no está mal, porque es una realidad que está ocurriendo. Pero creo que este tipo de narrativas siguen siendo un tanto colonialistas, ¿sabes? Se hace uso de la idea de la ancestralidad o de lo indígena cuando, en su mayoría, las personas que lo promueven no son realmente indígenas. Ha habido poca consulta sobre cómo debería ser este proceso.

Por otro lado, desde mi perspectiva, cualquier persona que quiera reclasificar el peyote antes debería presentar una propuesta integral de conservación de la planta, porque, si no, no se puede. Más allá de las leyes de drogas, es una planta que podría desaparecer. Debe haber un plan sobre su cultivo, conservación y manejo de los territorios donde crece, y esto debe hacerse en colaboración con las comunidades indígenas.

Eso es un poco lo que he intentado señalar con mi crítica en particular sobre el peyote.

Y mencionas algo importante, que es esta especie de excepcionalidad que tienen ciertas plantas como el peyote, el San Pedro y la ayahuasca. Llama la atención porque, estando el discurso prohibicionista tan sostenido en la patologización de las experiencias psicoactivas, es decir, en el miedo a la alteración de la supuesta normalidad, resulta curioso que sustancias como el San Pedro, el peyote o la ayahuasca, que brindan experiencias incluso mucho más intensas que otras, no estén tan estigmatizadas como la cocaína, el MDMA o la marihuana. Estos cactus, por ejemplo, pueden encontrarse en jardines familiares y mercados, y no existe un discurso mediático fuerte en torno a sus usuarios. Incluso es muy conocido el turismo que gira en torno a estas sustancias, y no son perseguidas como otras. ¿A qué crees que se debe? ¿Es justamente su vínculo con lo espiritual lo que las diferencia de los estigmas?

Creo que pueden ser varios factores. Por un lado, a nivel legal, desde los años setenta, cuando se publicó la Convención sobre Sustancias Psicotrópicas de 1971, se establecieron varias reservas. Una de ellas es que el peyote y los hongos han sido utilizados ancestralmente y tradicionalmente por ciertos grupos indígenas, y además, su uso ha permanecido bastante contenido dentro de esas comunidades. Para el Estado en ese momento, ese uso no representaba los mismos riesgos que en otros grupos. Pensemos en los setentas: en ese periodo se prohibieron varias sustancias, en parte por su uso entre los jóvenes, el LSD, por ejemplo, o sustancias relacionadas con las contraculturas como los hippies. Sin embargo, el peyote y otras plantas permanecieron dentro de los usos indígenas, lo que los dejó en una especie de «zona segura». De hecho, México es uno de los países que en ese momento hizo una reserva en la Convención para que el peyote siguiera siendo utilizado dentro de los grupos indígenas. Es interesante porque, aunque México es extremadamente prohibicionista a nivel interno, en la Convención agregó tanto los hongos como el peyote dentro de su legislación, pero con la excepción del uso indígena.

Por otro lado, es cierto que México ha perseguido estas sustancias más que otros países. Es conocido que jóvenes que viajan a las zonas donde crece peyote o a los desiertos han sido detenidos por el ejército. Sin embargo, no existe un estigma mediático tan fuerte como el de otras drogas.

En algún momento también se ha construido un excepcionalismo psicodélico, sobre todo entre los usuarios de estas sustancias, que suelen ser personas de círculos New Age. No creo que esto venga de los grupos indígenas, sino de otros sectores que han querido experimentar con estas plantas. Muchos de ellos han generado un discurso de superioridad, donde sostienen que estas plantas sí son ceremoniales, curativas y buenas, diferenciándose del consumo de otras drogas.

Por ejemplo, en conferencias de psicodélicos en las que he estado, hay gente que dice: «No consuman coca, porque eso financia la guerra», como si el consumo de estas otras plantas fuera moralmente superior. Para mí, todos los consumos tienen consecuencias y deben pensarse de manera crítica.

También puede tener que ver con los efectos de estas sustancias. Aunque provocan experiencias muy fuertes, en general tienen poca capacidad de generar dependencia o consumo problemático, a diferencia de los opiáceos o incluso de otras sustancias que pueden generar consecuencias más severas a nivel físico y de salud.

Sin embargo, sí creo que todavía hay estigma hacia estas plantas. Hay personas que realmente no las conocen y piensan que si comes hongos «te quedas loco», o lo mismo con el peyote. Pero también existe este excepcionalismo, sobre todo entre los usuarios y la gente que sí las conoce.

Al final, son varios factores los que influyen: hay una dimensión moral, una dimensión legal y un proceso histórico de construcción de sus significados. Algunas personas las clasifican como drogas, pero otras dicen: «No, esto es medicina». Quizás esto se deba también a la carga religiosa, sagrada y medicinal que han tenido en diversas sociedades.

Cuando observamos sociedades que han usado estas plantas por cientos de años sin consecuencias similares a las que vemos con otras sustancias, podemos entender mejor por qué tienen una imagen distinta. Pero esto también está ligado a los contextos y a las sociedades que las están consumiendo.

Y para ti en particular, tú que has estudiado el uso ritual, ceremonial y espiritual que se le ha dado a sustancias como el peyote a lo largo de la historia, ¿cuál es tu lectura sobre las nociones de lo ritual, lo ceremonial o lo espiritual en la actualidad? ¿Hay entusiasmo con eso? Por un lado, cada vez hay más alternativas que buscan reivindicar la necesidad de los aspectos espirituales en la vida humana. Incluso el boom psicodélico es un gran punto de referencia dentro de este discurso. Pero, por otro lado, vivimos en una época muy familiarizada con la guerra, los genocidios y el declive de los derechos humanos. ¿Tú cómo entiendes la espiritualidad hoy en día, en tu contexto y habiendo estudiado estos temas?

Sí, creo que, por un lado, las crisis actuales han llevado a que haya personas que busquen alternativas espirituales. Sin embargo, eso del «renacimiento» psicodélico me parece más un boom de intereses económicos, porque realmente estas prácticas han estado presentes a lo largo de la historia. Ha habido gente que nunca ha dejado de relacionarse con estas plantas. Pero sí, en momentos de crisis, las personas buscan herramientas, y ahí puede ser que esta relación con lo espiritual y lo psicodélico esté aumentando.

Por otro lado, esto no aplica a todas las personas, porque este renacimiento psicodélico también está muy enfocado en la medicalización, la higienización extrema y la farmacéutica. Hay un enfoque desde la farmacología y otras ciencias que realmente no se interesan en la parte ceremonial y están viendo otros usos.

A la par, en este renacimiento hay grupos de personas que han seguido usando estas sustancias de manera sagrada, como los pueblos indígenas que ya las utilizaban antes y que quieren mantener esa relación. También hay grupos y personas que buscan conectar de alguna manera y encuentran en estas plantas una vía para esas nuevas espiritualidades o para enfrentar un mundo en crisis.

Lo interesante es que estas plantas no están fuera de este contexto global, sino que han sido incorporadas en diferentes procesos. Actualmente, hay un auge de retreats, estos centros de tratamiento donde algunos intentan apegarse a la parte ceremonial. Hay personas que prefieren ir a comunidades indígenas y buscar la guía de especialistas en rituales, pero también hay quienes buscan una atención completamente occidentalizada, donde la experiencia se asemeje a una sesión terapéutica en un consultorio, con un ambiente limpio, higiénico y bajo supervisión científica.

Es interesante ver cómo existen ambas tendencias: hay personas que buscan estas experiencias desde una perspectiva más tradicional, y otras que prefieren un enfoque médico y controlado.

En particular, el peyote es una de las plantas que más se ha mantenido en esta dimensión espiritual y ceremonial. Aunque la mezcalina también ha sido investigada a nivel biomédico, es de las sustancias que menos atención ha recibido dentro del renacimiento psicodélico, sobre todo en comparación con otras como la psilocibina, el MDMA o el DMT, que tienen mucha más investigación en el ámbito biomédico.

Parece que la asociación del peyote con lo indígena ha sido tan fuerte que ha quedado más vinculado a lo ritual que a la investigación científica. Sin embargo, es interesante notar que algunas empresas farmacéuticas han comenzado a estudiar la mezcalina para usos inesperados, como el tratamiento de la obesidad. En Canadá, por ejemplo, hay empresas que ya están investigando el cultivo a gran escala de peyote con fines de investigación farmacéutica.

La planta en sí nunca ha dejado de circular, ya que es muy apreciada por coleccionistas de cactus, por ejemplo, y en muchos lugares ya se cultiva. Pero estas empresas farmacéuticas están abordando su estudio desde una perspectiva completamente distinta.

A lo largo de la historia, la mezcalina ha sido investigada para muchas aplicaciones, pero resulta curioso que, dentro del renacimiento psicodélico actual, no haya sido tan estudiada para padecimientos como la depresión, que es un área donde otras sustancias psicodélicas han recibido mayor atención. Parece que la mezcalina ha quedado más ligada a su asociación con lo indígena y lo ritual, aunque no está del todo claro por qué.

Justamente, dentro de los distintos usos que se han registrado sobre el peyote, están el diagnóstico de enfermedades, el refuerzo de los lazos familiares, la purificación del cuerpo y el espíritu, incluso el combate a la brujería y las maldiciones, atraer la suerte e incluso encontrar objetos perdidos. También se le considera una fuente de sabiduría, y hay quienes lo utilizan para predecir el futuro. Hoy en día, se habla de estas sustancias como herramientas útiles para combatir la depresión, las adicciones, enfrentar la muerte y, más recientemente, algunas investigaciones las han relacionado con el tratamiento de condiciones como la obesidad. Todo esto debido al principio activo que contiene: la mescalina. Para alguien que no está tan familiarizado con estas sustancias, ¿cómo le explicarías qué es la mescalina y por qué crees que, a diferencia de otras drogas, ha generado una cultura a su alrededor tan ligada a los rituales y la espiritualidad?

La mescalina se considera un alucinógeno, o lo que algunas personas llaman oficialmente psicotrópico. En ciertas convenciones, algunos la llaman enteógeno y, más recientemente, ha sido clasificada como un psicodélico, justamente por sus efectos sensoriales, visuales y de percepción alterada. Es una feniletilamina la que genera este tipo de distorsiones.

No sé si su conexión con lo ritual se debe a sus efectos, porque el impacto de la mescalina es diferente al de la psilocibina o el LSD, pero creo que esto está más relacionado con los usos que ha tenido la sustancia y con las ideas que se han construido a su alrededor. También influye el hecho de que se encuentra contenida en ciertos cactus, como el peyote y el san pedro.

Si pensamos en los cactus en sí, es interesante notar que las cactáceas son especies exclusivamente americanas; no existían en ninguna otra parte del mundo hasta que los europeos las encontraron durante la colonización. Descubrieron el tabaco, la coca y muchas otras plantas, pero las cactáceas, en particular, les llamaron mucho la atención porque nunca habían visto plantas de ese tipo. Luego se dieron cuenta de la fuerte relación que estas tenían con las culturas indígenas.

El peyote, por ejemplo, se usaba principalmente en la adivinación y en otros contextos rituales. En las comunidades indígenas, algunas personas aún lo utilizan con estos fines, pero en Occidente su uso ha ido transformándose con el tiempo. Se le han atribuido distintas propiedades, dependiendo del contexto y de lo que la gente busca en él.

En su momento, esta fuerte asociación con las religiones indígenas generó un estigma entre los colonizadores, quienes lo percibieron como una manifestación demoníaca. No comprendían las visiones que inducía y las describían como estados de embriaguez, ya que no tenían referencias previas para comprender ese tipo de experiencias.

En Europa existían otras plantas con propiedades psicoactivas, pero las que encontraron en América, con sus usos profundamente arraigados en las tradiciones indígenas, les causaron temor e impresión. Al estar tan vinculadas con la religión, fueron demonizadas. Como parte del proceso colonizador, se destruyeron los templos e ídolos indígenas, pero las plantas, al formar parte de la naturaleza, no podían ser erradicadas de la misma manera, por lo que fueron perseguidas con especial intensidad.

En el siglo XIX, las concepciones sobre estas sustancias comenzaron a cambiar a nivel global. Fue en esa época cuando se sintetizaron sustancias como la cocaína, la heroína y la morfina, y también fue entonces cuando la mescalina se convirtió en el primer psicodélico estudiado en laboratorio. Los demás psicodélicos que hoy conocemos comenzaron a estudiarse en el siglo XX.

Los científicos de la época se dieron cuenta de que los grupos indígenas habían utilizado la mescalina durante siglos con fines rituales, pero también en la adivinación y la medicina. Se han registrado usos del peyote en pomadas, en el tratamiento de mordeduras de animales, como antídoto contra venenos e incluso en contextos guerreros, donde los chichimecas lo usaban para resistir la sed y el hambre.

Al observar estos usos, los científicos comenzaron a aislar sus propiedades, y con el positivismo y el avance de la ciencia, descubrieron nuevas aplicaciones. Se exploró su uso para el tratamiento de enfermedades cardíacas, el alcoholismo y la depresión, que son problemáticas que han ido variando según las épocas y los contextos.

También es interesante cómo la mescalina ganó notoriedad en la literatura y el arte. Fue ampliamente conocida gracias a los acercamientos de artistas y escritores, especialmente tras la publicación de Las puertas de la percepción de Aldous Huxley. A partir de ahí, la sustancia comenzó a circular en Europa y se transformó la forma en que se percibía, inspirando a numerosos artistas.

Tanto la mescalina como el peyote son alucinógenos, pero hay que destacar que el peyote contiene muchas otras sustancias además de la mescalina. Por eso, aunque la mescalina es su principio activo, el efecto final del peyote es distinto al de la mescalina aislada.

Y justamente es curioso, ¿no? Porque cuando uno lee trabajos como los que tú realizas y los que han llevado a cabo otros investigadores, incluso los mismos miembros de las comunidades, se habla mucho del San Pedro y del peyote. Sin embargo, cuando uno revisa la literatura más occidental, se habla principalmente de la mescalina, que ya es la sustancia extraída.

¿Hasta qué punto o de qué manera crees que nuestra relación con estas plantas sigue estando marcada por la violencia de la colonización actualmente? Lo pregunto porque, curiosamente, después de toda esta historia de violencia y persecución, hoy los rituales en torno a estas plantas se presentan más bien como un ejemplo de convivencia y sincretismo de culturas. Uno puede encontrar tanto elementos cristianos como de culturas tradicionales coexistiendo en armonía. ¿Cómo se explica esto y qué crees que puede enseñar la historia de la persecución de sustancias como el peyote o el San Pedro a los empeños decolonizadores, que cada vez tienen más protagonismo en la región?

Creo que se pueden ver las resistencias que hubo frente a la colonización. A pesar de que las circunstancias y las sociedades cambiaron por completo, ciertos elementos lograron perdurar. Lo vemos en muchos aspectos, desde la alimentación hasta las tradiciones culturales en sociedades mestizas.

Creo que esto tiene mucho que ver con la colonización, porque es ahí donde empieza a verse esta misma excepción: solo los indígenas pueden usarlas. En países latinoamericanos y en Estados Unidos existe un debate sobre quiénes son las personas indígenas y por qué otros no lo somos. Yo no puedo asumirme como indígena porque no crecí en ese contexto, pero la colonización también ha operado en ese sentido, dividiendo y jerarquizando a las personas.

Durante la época colonial, se establecieron castas que determinaron quiénes podían usar ciertas plantas y quiénes no. Con el tiempo, esto cambió, pero la asociación persistió. Después, el uso de estas plantas comenzó a verse como algo primitivo e incivilizado. Occidente intentó aislarlas, no solo extrayendo la mescalina, sino separándolas de su dimensión cultural.

La colonización ha sido un proceso extenso que también incluye la historia de la botánica. La expansión de los jardines botánicos en Europa, por ejemplo, fue parte del proceso de extracción de recursos naturales en los territorios colonizados. El peyote es uno de los recursos que interesó en su momento a los colonizadores, quienes lo estudiaron y lo saquearon sin considerar las consecuencias.

Por un lado, estas cargas coloniales persisten. Pero, por otro lado, como mencionas, ha habido una mezcla y una apropiación de estas plantas por parte de otros grupos. Existen indígenas que llevan a cabo ceremonias con peyote o San Pedro y las comparten con otras personas por diferentes motivos. Además, la cultura New Age ha contribuido a esta fusión, combinando elementos de distintas identidades, tradiciones y expresiones artísticas.

Sin embargo, esto también tiene consecuencias. En los años 70 surgió la idea del «renacimiento arcaico», que promovía el uso de estas plantas como una vía para encontrar nuevas formas de espiritualidad y alejarse de la modernidad. Se empezaron a reconocer los efectos negativos del capitalismo, pero también se generó una explotación de estas identidades.

La mayoría de las comunidades indígenas en Latinoamérica sigue viviendo en condiciones de marginación. Hay quienes toman elementos de estas culturas solo por beneficios económicos, sin aportar nada a las comunidades. Por ejemplo, muchos retreats actuales utilizan símbolos indígenas como simple decoración. No quiero decir que todos sean así, pero algunos intentan realmente vincularse con las comunidades y trabajar con ellas, creando centros donde la gente pueda acudir. Sin embargo, muchos siguen operando de manera completamente colonial, decorando sus espacios con figuras mayas y ofreciendo ceremonias con peyote, pero sin incluir ni considerar a las comunidades indígenas en sus negocios.

Esto mismo está ocurriendo con algunos sectores del movimiento psicodélico, que en gran medida provienen del norte global y no siempre consideran las consecuencias que pueden tener en el sur, especialmente en Latinoamérica. Muchos de los centros de tratamiento con psicodélicos que están surgiendo en la región son propiedad de personas de Estados Unidos y están diseñados principalmente para ellos. Sus costos son inaccesibles para la mayoría de la población latinoamericana. A veces incluyen a personas indígenas y en algunos casos retribuyen de alguna manera, pero en otros no lo hacen en absoluto.

Para mí, esto sigue siendo una forma de colonización, porque sigue excluyendo a ciertos grupos sociales y solo toma lo que le conviene. Esto es exactamente lo que ocurrió con la mescalina en el siglo XIX. Se extrajo del contexto original, se superhigienizó y se transformó en algo «limpio», «puro» e «higiénico».

Los primeros estudiosos de la época se acercaron al peyote y algo que les incomodaba era su sabor y el hecho de que provocaba vómitos. Intentaron eliminar estos efectos para crear una versión más aceptable para Occidente. Sin embargo, en muchas culturas indígenas, esas purgas y reacciones físicas forman parte del proceso de sanación.

Incluso hoy, la manera en que muchas personas se acercan a estas plantas sigue siendo colonial. Algunas propuestas de regulación también lo son, porque están centradas únicamente en la capitalización y la medicalización, sin considerar otras formas de conocimiento. Para mí, esto es parte del mismo problema: un proceso en el que se ignoran saberes ancestrales en favor de una visión más occidental y utilitaria.

¿Cómo se ha llegado a este punto en donde el peyote es considerado una especie en peligro de extinción? Porque no es una sustancia que tenga tanto protagonismo en el fenómeno del narcotráfico, que es justamente el fenómeno de la explotación de las drogas. Sin embargo, hoy en día el peyote enfrenta este peligro de extinguirse. ¿Cómo se ha llegado a esta explotación? ¿Cómo se da? ¿Y cuáles son los riesgos a los que se enfrenta el peyote hoy en día?

Creo que son varios factores. Por un lado, la misma biología de la planta. El peyote es un cactus que lleva más de 15 años para alcanzar la madurez. Entonces, el tiempo de crecimiento es un tema clave. No es como otras plantas cultivables que en un año pueden cosecharse varias veces, o que tienen ciclos de unos meses. Esta es una planta que necesita muchos años para crecer y ser viable para su uso, y ese es uno de los primeros factores que lo ponen en riesgo.

Luego, históricamente, se puede rastrear cómo ha sido su explotación o uso. Desde finales del siglo XIX y principios del XX, hubo un gran interés por las cactáceas. Existen documentos históricos que registran cómo personas de Europa y otros países comenzaron a coleccionar cactus y a saquear especies, no necesariamente a gran escala, pero sí hubo un tráfico constante de múltiples cactáceas.

Obviamente, en particular el peyote, por todo el imaginario que lo rodea, se convirtió en un cactus codiciado entre los coleccionistas. Aquí entra otro punto interesante: algunos mencionan que el San Pedro podría ser una alternativa, ya que es un cactus que crece mucho más rápido, se cultiva con mayor facilidad y puede prosperar en territorios fuera de su zona de origen. En cambio, el peyote es una planta mucho más delicada, con un hábitat muy específico, localizado en el desierto chihuahuense, un espacio árido con condiciones ambientales y geográficas únicas.

A finales del siglo XIX y durante el XX, la planta se distribuyó aún más debido al crecimiento de la Native American Church en Estados Unidos y Canadá. Sin embargo, en estos países, los grupos indígenas solo tienen un área muy reducida en la que pueden recolectar peyote, en la zona de Texas y sus alrededores. Como resultado, se incrementó la recolección de la planta, lo que llevó a la consolidación de un comercio de peyoteros en Texas que suministraban la planta a los grupos indígenas que la usan religiosamente.

El problema es que, a medida que aumentó la demanda, la población de peyotes en Texas empezó a disminuir. Lo mismo ocurrió en México.

Además, con el auge del interés en las sustancias psicodélicas, cada vez más jóvenes, hippies y viajeros han acudido a recolectar peyote. Muchas personas indígenas, biólogos y ecólogos han señalado la importancia de saber cómo cortarlo adecuadamente para permitir su regeneración. Se recomienda no tomar la raíz, sino solo la parte superior del cactus, para que pueda volver a crecer. Sin embargo, aunque se haga correctamente, la regeneración sigue siendo un proceso lento: si se corta un peyote, su crecimiento tomará entre 15 y 20 años nuevamente.

Aun así, estas amenazas son menores comparadas con los riesgos a nivel territorial. El mayor peligro no es el peyote en sí, sino el deterioro del territorio donde crece. Factores como el crecimiento urbano y la expansión de la agroindustria han afectado gravemente la región. Cada vez hay más cultivos industriales en el desierto, como tomateras y chileras, además de pastizales y cereales destinados a la ganadería. Todo esto ha llevado a la eliminación masiva de la vegetación nativa, incluyendo el peyote. La ganadería y la agroindustria, a gran escala, han sido las principales responsables de la destrucción del hábitat del peyote. A esto se suma el hecho de que el peyote se ha convertido en un tema de lucha cultural, política y territorial.

Otra parte del problema es la política del Estado mexicano respecto a la conservación de la planta. No ha habido un enfoque claro de protección. En muchos casos, incluso los militares queman los decomisos de peyote, en lugar de buscar formas de reintegrarlo a la tierra o entregarlo a las comunidades indígenas para su uso ritual. Un manejo adecuado implicaría que científicos y biólogos pudieran replantarlo en condiciones seguras.

Pero la mayor amenaza sigue siendo el deterioro ambiental de los territorios donde crece. Empresas con intereses económicos están destruyendo vastas áreas del desierto chihuahuense, lo que afecta no solo al peyote, sino también a la diversidad de cactáceas y especies animales endémicas de esa región. El desierto chihuahuense, después de la Amazonía, es una de las regiones con mayor diversidad biológica en las Américas. Aunque es un desierto seco, alberga muchas especies que solo crecen ahí. Entre ellas, el peyote, que enfrenta un riesgo cada vez mayor debido a la falta de políticas de protección claras y efectivas.

¿Y cuál es el papel que cumple en ese sentido el fenómeno del turismo generado en torno a estas sustancias? Algunos lo llaman turismo psicotrópico, otros turismo psicodélico o turismo espiritual. Es un fenómeno en constante crecimiento y que, de alguna manera, es una prueba de la necesidad que tienen las personas o la humanidad de experiencias psicoactivas como estas. Sin embargo, este fenómeno también está muy marcado por el mercantilismo en torno a estas necesidades. ¿Tú cómo ves este fenómeno? ¿Nos dice algo sobre las necesidades humanas reales o más bien habla del mercantilismo y el capitalismo en torno a las sustancias?

Bueno, tal vez van de la mano. Puede ser que la gente esté teniendo estas búsquedas, pero el problema es que vivimos en un sistema que al final conlleva este tipo de dinámicas. Si fuera a menor escala, tal vez este turismo psicodélico, en particular con el peyote, no tendría tantas afectaciones. Pero si cientos de personas quieren ir y consumir la planta, y considerando que tarda tanto tiempo en crecer, todas esas personas que la cortan afectan su regeneración. No parece haber suficiente planta ni suficiente tiempo ni un manejo adecuado para que se regenere y pueda abastecer estos mercados o satisfacer el interés de quienes buscan consumirla. Por eso, es muy importante que quien quiera acercarse a esta planta piense en esto: su regeneración es un proceso lento y cualquier extracción tiene un impacto significativo.

El turismo psicodélico es un tema interesante, especialmente en un país como México, donde el turismo es una parte fundamental de la economía nacional. Pero hay que recordar que todo turismo tiene consecuencias. Si no se hace de manera sustentable, genera afectaciones al medioambiente, tanto en entornos urbanos como en zonas naturales. También puede tener efectos en términos de gentrificación y apropiación cultural. Por ejemplo, hay personas que llegan a ciertas regiones a tomar o extraer estas plantas sin considerar a las comunidades que han vivido ahí y las han usado tradicionalmente por mucho tiempo. También hay quienes quieren establecer centros de tratamiento en territorios indígenas solo porque consideran que es un espacio «sagrado», pero sin tomar en cuenta a las personas que viven ahí. Entonces, todo este turismo psicodélico sí tiene consecuencias, sobre todo porque muchas veces no hay un manejo adecuado ni un diálogo con las comunidades que habitan en esos espacios. Si no hay una relación de respeto y entendimiento, este tipo de turismo puede terminar siendo perjudicial en lugar de benéfico.

¿Hasta qué punto existe un discurso sobre la manera correcta de utilizar estas plantas? Se dice que se debe ir a los lugares tradicionales, hacerlo con guías y chamanes «reales» e inmiscuirse en esas culturas, porque esa es la forma correcta de consumirlas. Sin embargo, como señalan en la introducción del libro Las plantas sagradas en México, las concepciones sobre estas plantas, sus formas de empleo y sus compuestos activos no han sido estáticos. Han variado a lo largo de la historia y en distintas zonas geográficas. Entonces, ¿cómo entender las visiones puristas del uso de estas sustancias? ¿Cómo interpretar el creciente protagonismo del hombre blanco occidental en la cultura espiritual en torno a estas plantas? Y, a la vez, ¿cómo encontrar nuevas formas y métodos para que los beneficios de estas sustancias puedan estar al alcance de más personas y culturas distintas, sin necesidad de generar los riesgos que mencionábamos antes, como el turismo descontrolado?

Bueno, no sé si haya una forma de solucionar todo esto. Creo que lo más importante es escuchar otras formas de relacionarse con la planta, pero también no cerrarnos a que esto es algo que está pasando. Muchas personas seguirán acercándose a estas sustancias, y las farmacéuticas también seguirán investigándolas. El poder que tienen estos procesos es demasiado grande como para ignorarlo. Más bien, hay que seguir siendo críticos con cómo está ocurriendo esto y escuchar las distintas perspectivas que existen, siempre siendo conscientes de las implicaciones éticas, políticas, económicas y culturales que implica el consumo de estas plantas. Existen comunidades indígenas que también llevan a cabo ceremonias en distintos lugares del mundo, viajando a Europa y Estados Unidos para compartir el peyote. Entonces, tampoco se puede decir tajantemente si eso está bien o mal, o si una persona de una de estas nuevas espiritualidades y religiones que han integrado estas plantas lo está haciendo de la manera correcta o incorrecta. Creo que es fundamental escuchar esas distintas perspectivas y tratar de construir políticas más sensatas. Pero también es clave que estas políticas no sean coloniales, sino que partan desde un enfoque intercultural e interdisciplinario, que incorporen diferentes visiones y sean críticas con lo que está pasando.

Si seguimos replicando modelos totalmente hegemónicos y capitalistas, no podremos comprender otras maneras en que las personas se han relacionado con estas plantas a lo largo del tiempo ni su manejo adecuado. Creo que este enfoque ayudaría a que las experiencias y los beneficios que pueden surgir del acercamiento a estas plantas sean más enriquecedores, al incluir conocimientos diversos. Es importante reconocer que existen otras formas de conocimiento, otras formas de entender la planta y, sobre todo, respetarlas.

El uso de estas especies naturales psicoactivas es un fenómeno que ha estado presente desde tiempos prehispánicos y continúa hasta la actualidad. ¿Qué dirías tú que tienen para aportar estas sustancias, tan vinculadas a lo espiritual y a lo sagrado, en tiempos tan críticos como el actual?

Creo que el hecho de que hayan sido una parte tan importante de ciertas poblaciones nos muestra que siempre han estado ahí. Este renacimiento es interesante y es positivo que aumente la investigación científica, pero son plantas que han permanecido en ciertos territorios por muchos años. Por ello, deberíamos considerar el respeto hacia ellas y reconocer que han perdurado por alguna razón. Para algunas poblaciones, su potencial ha sido evidente tanto a nivel espiritual como médico y científico.

Está claro que la mescalina, la psilocibina y otras de estas sustancias tienen un potencial psicoterapéutico y fisiológico en distintos padecimientos. En estos momentos de crisis, es importante conocer más sobre ellas y cómo pueden beneficiar a la población. También es interesante notar que el peyote y los hongos están muy relacionados con la naturaleza y las cosmovisiones indígenas, donde estas plantas son concebidas como parte del entorno, de la misma manera en que nosotros también lo somos. Esto representa una gran diferencia con la visión occidental, que históricamente ha visto estos recursos naturales como sujetos de expropiación y explotación, sin mayor respeto. Occidente tiende a tomar estas sustancias, llevarlas a laboratorios y analizarlas sin considerar su contexto cultural y ambiental.

En contraste, las comunidades indígenas han desarrollado una relación de respeto con estas plantas, comprendiendo su importancia espiritual. Si logramos aprender de este enfoque, podemos entender que son parte del mismo mundo en el que habitamos y que, por lo tanto, debemos cuidarlas y respetarlas. Para muchas personas, indígenas o no, consumir estas plantas lleva a una conexión más profunda con la naturaleza. En un momento en el que el mundo enfrenta crisis ambientales graves, estas sustancias podrían servir para reconectar con nuestro entorno.

Cuando vivimos en ciudades grandes, nos olvidamos de que estas plantas forman parte del mismo ecosistema del que dependemos. Para algunas personas, estas sustancias han sido una forma de conectar con lo espiritual, más allá de lo religioso o lo meramente mental. Tienen un gran potencial y, por ello, debemos seguir estudiándolas. Sin embargo, también debemos respetarlas y buscar una relación más ética y sustentable, fomentando su conservación y un uso responsable. Es interesante ver cómo el peyote ha pasado por diferentes etapas a lo largo de la historia. Ha sido un sacramento en algunos lugares, mientras que en otros ha sido considerado un pecado o algo demoníaco. También ha sido fuente de inspiración científica y artística, un objeto de estudio en los laboratorios, y, posteriormente, fue prohibido internacionalmente.

Ahora, nuevamente, vemos otro tipo de intereses en torno a él. Esto nos muestra cómo una planta tan específica ha generado interés en todo el mundo y cómo ha cambiado su percepción a lo largo del tiempo. Casi todas las plantas psicoactivas han pasado por estos procesos. Las sustancias químicas también tienen sus propias historias, pero las plantas, por su relación con la humanidad a lo largo de los siglos, presentan una evolución fascinante en sus significados, usos y regulaciones.


Este podcast es una producción de Proyecto Soma y es posible gracias al apoyo de la Source Research Foundation. 

La entrevista y edición general fue realizada por Raúl Lescano Méndez | Francesca Brivio estuvo a cargo de la coordinación | La edición de sonido ha sido un trabajo de Santiago Martinez Reid | La música es una composición de Dr.100

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