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Mentiras de la prohibición: cómo se inventó y se mantiene la guerra contra las drogas

Podcast | Episodio 8 de Las drogas como son | Entrevista a Jorge Javier Romero, politólogo, investigador y profesor de Historia de las drogas en América Latina: de la colonia a nuestros días. 

Por Raúl Lescano Méndez
Un contenido posible gracias a Youth RISE y la fundación Robert Carr

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“Hay una entrevista muy famosa que le hizo el periodista Dan Brown a Ehrlichman, que fue asesor de Richard Nixon durante sus tiempos en la Casa Blanca. Le pregunta, en 1994, sobre la guerra contra las drogas, sobre declaratoria famosa de Nixon de 1971 de que las drogas eran el enemigo público número uno y que había que invertir todos los recursos de la sociedad en perseguirlas. Y este lle dice, a ver, ¿quieres saber de qué se trató? Nixon tenía dos enemigos políticos principales: los activistas en contra de la guerra de Vietnam y los activistas por los derechos civiles de los negros. No podíamos prohibir estar en contra de la guerra y tampoco podíamos prohibir ser negro. Entonces, nos inventamos la guerra contra las drogas y pusimos leyes muy fuertes para perseguir el consumo y la posesión y el tráfico. Que sabíamos que estábamos mintiendo respecto a las drogas, por supuesto que lo sabíamos. Así lo dice”, recuerda Jorge Javier Romero, el invitado del último episodio de la primera temporada de nuestro podcast Las drogas como son. 

Después de haber ahondado en distintos campos, cerrarmos este primer bloque de entrevistas hablando sobre la historia de la prohibición de las drogas y cómo esta ha consolidado toda una dinámica geopolítica a nivel global. Por eso invitamos a Jorge Javier Romero, politólogo, escritor y profesor investigador mexicano, quien ha formado parte del Departamento de Política y Cultura de la Universidad Autónoma Metropolitana (Unidad Xochimilco), de la división de posgrado de la Facultad de Ciencia Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México y del Programa de Política de Drogas del CIDE Región Centro. Además es autor de libros y artículos sobre el sistema político mexicano, el sistema educativo y las políticas de drogas. Además, fue el primer profesor en lo que fue el primer viaje de estudios de la historia de Proyecto Soma, en 2020, en México, con el curso Historia de las drogas en América Latina: de la colonia a nuestros días

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Antes de entrar en los vericuetos históricos, queríamos saber un poco más sobre tu interés en la política y la historia.  ¿Cómo te interesaste por la ciencia política? ¿Y cuál es el complemento, crees, que existe hoy en día entre la ciencia política y la historia, particularmente respecto al mundo de las drogas?

Bueno, mi interés por la ciencia política es muy temprano. Yo sabía que iba a estudiar ciencia política casi desde que entré a la secundaria a los 11 años. Siempre me interesó el mundo de lo social. Crecí en una familia extremadamente politizada, con un abuelo que había sido político y con un padre historiador y periodista. Para mí el interés por la política es de toda la vida y me interesó la ciencia política porque tenía yo un interés militante. A mí sí me interesaba actuar. Desde muy joven milité en la izquierda. Primero en una izquierda que tenía, por lo menos declarativamente, ideas revolucionarias, pero muy pronto me fui moviendo hacia la socialdemocracia. Mi forma de entender la ciencia política siempre ha sido histórica. Algún profesor mío de la carrera decía que como politólogo era yo un historiador constreñido. Mi tesis de doctorado es una historia institucional del régimen del PRI. Es decir, lo que analizo son las instituciones mexicanas, las reglas del juego que han permanecido en la política mexicana heredadas desde el virreinato. Historia y política para mí están estrechamente vinculadas.

 ¿Y cómo entra el mundo de las drogas en esa ecuación?

Es que yo, desde la universidad, comencé a consumir cannabis y siempre me pareció, desde que la conocí, que había un prejuicio enorme social frente a la marihuana, una idea totalmente equivocada de lo que significaba. Lo veía en el entorno en el que me movía de estudiantes universitarios, de intelectuales. Veía cómo los mitos sociales en torno a la marihuana eran enormes porque los efectos nocivos de la sustancia eran mucho menores que los del alcohol, que siempre han rodeado a nuestras sociedades, una droga que está presente en todos los ámbitos de nuestra sociedad y que causa, sin duda, muchos más efectos negativos sociales y personales que el consumo de cannabis. Y desde entonces me empecé a cuestionar las razones por las cuales se había prohibido la marihuana. Siempre quise averiguar qué era lo que pasaba. Y desde muy pronto me convertí en activista antiprohibición. 

Me pareció muy importante abordar la cuestión de las drogas desde una perspectiva no prohibicionista porque ya para entonces me quedaba claro que la política de prohibición había sido mucho más dañina que cualquier problema de salud que causen las drogas. La prohibición causa muchos más muertes, muchas más violaciones de derechos humanos, mucho más estigmatización, mucho más daño social que las sustancias que están prohibidas. Entonces empecé a estudiar una manera distinta de regular las drogas que se convirtiera en política pública. Pero fíjate una cosa curiosa: entonces, en el 2000, el tema era absolutamente un tabú. Hace 23 años hablar de una política de drogas que no se basara en la prohibición era anatema.

¿En qué momento la historia de las drogas se convierte en la historia de la prohibición de las drogas? Hay quienes hacen referencia a que es una historia de más de 50 años, otra gente que habla de que es una historia de más de 100 años. Tú la has llamado “un despropósito centenario”. Hay distintas fechas que pueden marcar el inicio: está la Comisión Internacional del Opio de Shanghái en 1909, está la Convención de La Haya en 1912, la Convención del Opio de Ginebra en 1925, la Convención Única de Estupefacientes de 1961 y, quizá la imagen más contemporánea que tenemos del inicio de la Guerra de las Drogas, el famoso discurso de Nixon declarando a las drogas como enemigo público número uno en 1971. Para ti, ¿en qué momento comienza la historia de la prohibición?

Es que en realidad, en distintas épocas históricas, en distintas culturas, han habido expresiones prohibicionistas. Solo hay que ver cómo el Corán prohíbe el alcohol. El puritanismo, desde el siglo XVI, empezó a tener prevenciones muy fuertes frente a la embriaguez. La Inquisición española, en el Virreinato, en México, también condenaba el consumo de ciertas sustancias, sobre todo las que estaban vinculadas a los ritos de ciertos pueblos originarios, como el peyote entre los pueblos del desierto. Siempre ha habido cierto tipo de restricciones sociales, pero, concretamente, la prohibición moderna de las drogas es algo que se empieza a gestar a la mitad del siglo XIX en los Estados Unidos, por un lado, y en China, por el otro. Y tiene razones sociales e históricas que son atendibles y que hay que entender.

Concretamente, China sí vivió una profunda crisis de salud pública provocada por una epidemia de opiáceos porque el consumo de opio fumado provocó una epidemia en China a principios del siglo XIX y la reacción de China fue la prohibición del opio. Pero la reacción primero de Gran Bretaña y después de Francia fue hacerle la guerra a China en nombre del libre comercio porque tanto Gran Bretaña como Francia producían opio en la India y en Indochina para vendérselo a los chinos y tener una balanza comercial no tan deficitaria. Y con eso sí provocaron una epidemia porque los opiáceos son una sustancia que tiene riesgos epidemiológicos. Hoy lo estamos viendo con la gran epidemia que está viviendo Estados Unidos y ha habido distintos momentos epidémicos en torno al opio. Pero cuando surge la morfina se empieza a usar como el gran analgésico, sobre todo para los heridos de guerra, desde la guerra de Crimea, pero después se usa durante la guerra civil en los Estados Unidos. Y las personas que fueron tratadas con morfina por amputaciones o por heridas graves y que después ya no tuvieron acceso a la morfina, se fueron al opio clandestino que estaba llegando a Estados Unidos de manera masiva porque Estados Unidos, que había prohibido la esclavitud con la guerra civil, estaba recibiendo trabajo esclavo chino para la construcción del ferrocarril. Y los chinos, que llegaban en condiciones muy precarias a los Estados Unidos, pues iban ya habituados al consumo de opio, que era la única manera de tolerar una vida tan miserable, y se empieza a generalizar también en las personas que ya no tenían acceso a morfina legal. Como muchos de estos trabajadores chinos empiezan a verse tirados en las calles por la dependencia al opio, surge una indignación moral frente a esto, una indignación que tiene un claro sello puritano. Es la misma época además en que vienen las campañas puritanas en contra del alcohol. Muchas de ellas promovidas, además, con justeza, desde el feminismo, porque le atribuían al alcohol buena parte de la violencia contra las mujeres y no de manera descabellada. Se junta el movimiento puritano por la prohibición del alcohol con el movimiento puritano por la prohibición del opio y empieza la primera oleada de reclamo prohibicionista que muy pronto empieza a ser redituable para los políticos. Los políticos empiezan a ver que si asumen esas causas van a tener votos y empiezan a convertir la prohibición en una causa política. Y así empiezan a surgir las prohibiciones locales tanto del opio como del alcohol en los Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX. Pero todo este proceso se da sobre todo en torno a normas aduanales de fiscalización, impuestos. No estamos todavía ante una prohibición penal. Y aquí hay una preocupación que es atendible, que es el hecho de que los opiáceos son sustancias que tienen un uso problemático muy alto. Y cuyo manejo tiene que estar muy bien regulado y muy bien manejado. 

Una preocupación entendible, mencionas. Pero qué tanto lo era, por ejemplo, con la marihuana que, de alguna manera, en determinado momento, se vuelve el símbolo del enemigo de la prohibición. 

En Estados Unidos nadie consumía marihuana en el siglo XIX. A finales del siglo XIX empieza a haber cierto consumo de marihuana entre ciertos grupos sociales, como los músicos de jazz en Luisiana y se empieza a asociar, falsamente, el consumo de marihuana con los mexicanos. Se empieza a difundir que son los mexicanos los que han llevado el consumo de marihuana a los Estados Unidos y que es una droga que enloquece a la gente. Con una fumada la gente se vuelve loca, dicen. Y empieza a haber campañas en los periódicos, sobre todo en los periódicos de William Randolph Hearst, que hablan de esa hierba demoníaca que fuman los mexicanos, que causa locura y que hace que los morenos violen a las chicas blancas y que se vuelvan asesinos. Y se empieza a inventar el mito de que la palabra asesino proviene de hachís. Aquí hay una agenda oculta que es muy importante. ¿Por qué Hearst empieza esta campaña fuerte contra la marihuana? Porque Hearst invirtió en una nueva tecnología para la época, que era el papel extraído de celulosa de madera. Hasta entonces, la mayor fuente de celulosa para el papel era el cáñamo. Como él compró acciones en empresas de papel de celulosa para abastecer a sus periódicos, lo que necesitaba era sacar de la competencia al cáñamo. Por eso empieza la campaña durísima para buscar la prohibición de la marihuana y con ello eliminar la producción de papel de cáñamo. Por supuesto, de nuevo, existen políticos que están dispuestos a comprar esa agenda a cambio de popularidad, visibilidad y votos. Y es el caso de Harry Aslinger, que era un diplomático bastante hábil, que tenía fama de tener muy buen trato, y que compra la agenda antidrogas como su bandera política. Él se convierte, muy pronto, desde principios de la década de los 30, en el primer zar antidrogas de Estados Unidos. Lo hacen director de la agencia que es el antecedente de la DEA y Aslinger emprende una cruzada en contra de las drogas, de nuevo con una agenda oculta, que era una agenda claramente racista. Por un lado, llega a decir cosas como fumarse un porro hace que los morenos se sientan tan buenos como los blancos y, por otro lado, llega a decir cosas como que no ha habido ninguna droga en la historia de la humanidad que cause tantas muertes como la marihuana. Sabía que estaba mintiendo. Él lo sabía. Pero no solo eso, sino que también empieza a usar la prohibición del opio y sus derivados, la heroína y la morfina, como un instrumento para perseguir a adversarios políticos, sobre todo si son afrodescendientes o de origen mexicano. Así, Estados Unidos se convierte en el principal promotor de lo que ahora es el sistema internacional de control de drogas. El resto del mundo nunca siguió a Estados Unidos en la insistencia de prohibir el alcohol y la prohibición del alcohol en los Estados Unidos pues cayó en cuanto llegó Roosevelt a la presidencia en 1933, porque ya era evidente que la prohibición del alcohol había producido muchos mayores daños que beneficios, pero ya había una estructura burocrática que se había creado para sostener la prohibición del alcohol y que había que mantener. Esto se llama dependencia de la trayectoria y entonces esa estructura se va a enfocar en las otras sustancias que se consideran dañinas que se consideran insalubres que se consideran una amenaza social. 

La década del sesenta y setenta en Estados Unidos es quizá uno de los periodos más mediáticos de la historia moderna del uso de las drogas. Mucho se ha hablado de la influencia de esta época en la cultura, el arte, la innovación, etc. ¿Pero cómo marcó esta época a la historia de la prohibición? De hecho, es en 1971 que Nixon da la famosa conferencia de prensa en la que declara a las drogas como el enemigo público número uno. Si volvemos a ver ese video en este momento, ¿qué periodo de la prohibición estamos observando a la luz de la historia?

¿Qué pasó en los 60? Pues en los 60 pasó que en Estados Unidos surgió una gran insurrección social en contra de la guerra de Vietnam, por un lado, pero también una gran insurrección social en contra de la discriminación racial, de las personas afrodescendientes. Ahí surgen movimientos políticos que se convierten en auténticos retos para el establishment norteamericano. Hay una entrevista muy famosa que le hizo el periodista Dan Brown a Erlichman, que fue asesor de Richard Nixon durante sus tiempos en la Casa Blanca. Le pregunta, en 1994, sobre la guerra contra las drogas, sobre declaratoria famosa de Nixon de 1971 de que las drogas eran el enemigo público número uno y que había que invertir todos los recursos de la sociedad en perseguirlas. Y este lle dice, a ver, ¿quieres saber de qué se trató? Nixon tenía dos enemigos políticos principales: los activistas en contra de la guerra de Vietnam y los activistas por los derechos civiles de los negros. No podíamos prohibir estar en contra de la guerra y tampoco podíamos prohibir ser negro. Entonces, nos inventamos la guerra contra las drogas, asociamos a los activistas en contra de la guerra de Vietnam con la marihuana y con el LSD y asociamos a los negros con la cocaína y la heroína, y pusimos leyes muy fuertes para perseguir el consumo y la posesión y el tráfico. Que sabíamos que estábamos mintiendo respecto a las drogas, por supuesto que lo sabíamos. Así lo dice.

Y esa estrategia con objetivos tan internos para Estados Unidos, finalmente se expandió a nivel internacional. ¿Cuál era el papel que jugaba América Latina en ese contexto? 

Ahora se acaba de morir Henry Kissinger a los 100 años. Y Henry Kissinger era primero el asesor de seguridad nacional de Nixon y después fue secretario de Estado, tanto de Nixon como de su sucesor, Gerald Ford. Y Nixon, durante su presidencia, siguió los consejos de Kissinger para enfrentar la amenaza insurreccional en América Latina. Kissinger tuvo un papel destacado en el golpe de Estado en contra del presidente Salvador Allende en Chile y favoreció los golpes de Estado militares para reprimir con toda fuerza a los movimientos de izquierda en América Latina. No sólo a los insurreccionales guerrilleros sino cualquier manifestación de izquierda que pudiera significar una amenaza en esos tiempos de Guerra Fría contra la estrategia de los Estados Unidos. En la mayor parte de los países de América Latina, Kissinger sí logró impulsar gobiernos militares, golpes de Estados militares donde los militares simplemente tomaron el poder y arrasaron con las organizaciones de izquierda y con los liderazgos de izquierda, con desapariciones, asesinatos y demás. No en todos los casos fue igual. El caso de Perú es distinto porque primero hay un gobierno militar reformista pero después ese gobierno militar también es desplazado por otro gobierno militar represivo que significa una regresión brutal. Pero hay algunos países en los que no hubo posibilidad de derrocar a los gobiernos civiles. Hay dos casos destacables: Colombia y México. Ahí la guerra contra las drogas usó de pretexto el reclamo para que el gobierno mexicano y colombiano persiguiera la producción y el tráfico de sustancias que estaban dentro de la lista de las drogas que eran el enemigo público de los Estados Unidos. La presión de los Estados Unidos hizo que se militarizara el combate a la producción y el tráfico de drogas y se empezó a involucrar los ejércitos con la agenda oculta de estar supuestamente persiguiendo cultivos clandestinos, pero en realidad también estaban persiguiendo a las guerrillas.

Quizá ahí entramos en esta realidad, imaginario, y sentido común sobre las drogas con el cual han crecido varias generaciones: un mundo en el que las drogas son malas y las drogas son perseguidas. No hay reflexión en torno a eso quizá también por una cuestión muy humana de creer que las cosas, como son hoy, han sido siempre. Nuestra noción de la historia es cada vez más reducida. ¿Cómo era la relación de las sociedades con las drogas antes de la guerra contra las drogas? 

Esa es una cuestión muy importante porque toda la historia de la humanidad, de la civilización humana, debe haber consumido sustancias. Las sustancias están vinculadas al nacimiento de los dioses y a la imaginación humana de que el sapiens es sapiens. Todas las sociedades, todas, han tenido algún tipo de consumo de sustancias psicotrópicas. Por supuesto, el más generalizado es el alcohol. Pero el uso de cannabis se domesticó, fue la primera planta que se domesticó para ser fibra. Hace más o menos cinco mil años ya hay vestigios de cannabis cultivado. Y evidentemente no sólo se cultivó para fibra, sino también se conoció muy pronto sus efectos psicotrópicos. Y por supuesto el opio, como analgésico, como sustancia psicotrópica, se conoce ancestralmente y era parte de la cultura en distintos pueblos de la India. El caso de la hoja de coca también tiene un uso ancestral. El tabaco entre los pueblos del Caribe y de los mayas de la península de Yucatán y de Centroamérica. Hay consumo de sustancias en todas las sociedades. Y sólo se empiezan a ver, con excepciones de prohibiciones religiosas, como un problema de salud a partir de la epidemia del opio en China en el siglo XIX. 

¿Cómo el alcohol se salva de esta prohibición? Es clásica la referencia del fracaso que fue la prohibición del alcohol en Estados Unidos y las consecuencias nefastas que tuvo con el aumento de los grupos criminales y de los alcoholes adulterados. Sin embargo, eso nunca ha sido una referencia para el fracaso de la guerra contra las drogas. Pero sí se hizo el cambio con la industria del alcohol ¿cuáles son los factores que llevaron al que el alcohol se salve de la prohibición y sea la sustancia psicoactiva entregada a la sociedad libremente? 

El asunto fundamental es que el alcohol sí tenía un consumo social muy extendido que no pudo ser contenido por la prohibición. Finalmente, el LSD, en los años 60, era una sustancia totalmente desconocida que habían probado un puñado de personas. La marihuana la consumían muy pocas personas, en grupos sociales muy específicos. En la década de los 60 se generaliza mucho más su consumo y en la medida en la que se generaliza el consumo también empieza a aumentar la presión para que se regule de una manera distinta. Pero no es sino hasta la década de los 60 en que, en Estados Unidos, la marihuana se vuelve relevante como sustancia de consumo masivo. En cambio el alcohol sí era una sustancia que todo el mundo consumía y la resistencia social a la prohibición fue total. Nadie dejó de beber por la prohibición. Empezó a beber con más riesgos. Ya lo decías tú el alcohol adulterado, pero no sólo eso, sino el cambio de beber cerveza o vino a beber destilados también aumentó los riesgos sanitarios del alcohol porque aumentó el alcoholismo de manera brutal. Pero lo más importante es que la prohibición se enfrentó a una resistencia social muy fuerte que hizo que fracasara, igual que la prohibición del resto de las drogas ha fracasado, pero que fracasara de manera estrepitosa porque era evidente que nadie estaba dejando de beber por la prohibición. La resistencia frente a la prohibición de las otras drogas ha sido mucho menor y ha sido mucho más fácil estigmatizarlas e inventar mitos en torno a ellas porque se les conoce menos.

Hablando de mitos, uno de los grandes mitos y de los que más se alimenta el discurso de la prohibición y la guerra contra las drogas es el de la adicción. Hoy en día, el concepto de la adicción de las drogas es el claro ejemplo para muchos investigadores del papel trascendental que han jugado las industrias de la salud y la salud mental en el desarrollo y consolidación del prohibicionismo ¿Cómo se creó ese discurso de la adicción y cómo se ha ido transformando? 

El discurso de la adicción se sustentó sobre todo en los serios riesgos de uso problemático que tienen los opiáceos y después también el de la cocaína, que también tiene un riesgo alto de uso problemático. Entonces se generalizó la idea de que todas las sustancias ilegales lo eran, en buena medida, porque eran adictivas. Por supuesto, esto no resiste un análisis científico de cuáles son los problemas de uso problemático de las distintas sustancias. Hay una tabla muy famosa que desarrolló David Nutt ya hace décadas sobre la peligrosidad relativa de las sustancias, que se ha ido mejorando con otros estudios. En aquel estudio de 2007, David Nutt lo que planteaba es que si hay una sustancia que tiene un uso problemático serio, tanto social como personal, es el alcohol, y sin embargo el alcohol es tolerado socialmente. De ahí para abajo, los opiáceos tienen un uso problemático muy serio y, además, las sociedades europeas lo habían vivido porque en la década de los 70 y los 80 hubo brotes epidémicos muy fuertes de heroína. Sin embargo, desde entonces, ya se había aprendido a manejar el uso problemático de opiáceos con estrategias de reducción de daño. Cuando yo llegué a vivir a España, a finales de los 80, todavía era el final de una epidemia que fue devastadora para la juventud española de consumo de heroína. ¿Y cómo la manejó la salud pública española? Con reducción de daños, programas de metadona, jeringuillas de acceso libre, rompiendo con el estigma, campañas preventivas para sacar a la heroína del mercado clandestino y dar opciones legales de acceso a opioides. Fue muy eficaz. Pero estaba este estigma de la adicción como algo que destruye vidas y se extiende de manera falsa a todas las sustancias sin ver cuál es la peligrosidad relativa de cada una. Entonces, las campañas son ‘di no a las drogas’ o ‘just say no’ sin entender que las drogas son sustancias muy distintas, con efectos muy distintos y con peligrosidades muy distintas. Si tú le preguntas -ahora tal vez menos- a cualquier persona qué es más peligroso, el LSD o el alcohol, invariablemente van a decir que el LSD. Sin embargo, en aquella tabla de peligrosidad relativa de las sustancias, el alcohol tiene una peligrosidad relativa de 75 sobre 100, mientras que el LSD tiene una peligrosidad relativa de 6 sobre 100. Es decir, el LSD es prácticamente inocuo y, por supuesto, el cannabis tiene una peligrosidad relativa de 19 sobre 100. Además, está la cuestión de cuántas personas que consumen drogas ilegales realmente desarrollan usos problemáticos. Cuando ves las cifras, te das cuenta de la desproporción brutal que significa la prohibición, la persecución penal y el uso de todos los recursos del estado para meter a la cárcel, no solo a los traficantes y a los productores, sino también a los consumidores. De todas las personas que usan sustancias ilegales en el mundo solo el 13% desarrolla un uso problemático. Esto hay que diferenciarlo de acuerdo al tipo de sustancia porque la sustancia que más se consume, entre las sustancias ilegales, es la marihuana y la marihuana tiene un uso problemático relativamente bajo: nueve de cada cien personas que consumen marihuana pueden desarrollar algún tipo de uso problemático. El 91% de las personas que consumen marihuana no desarrollan ningún tipo de uso problemático, cosa que no se puede decir del tabaco, cosa que no se puede decir del alcohol. Y cuando se habla de la cocaína, se habla como de una droga demoníaca absoluta, destructora, y cuando se analiza su uso problemático vamos a ver que la peligrosidad relativa de la cocaína es exactamente la misma peligrosidad relativa del tabaco. El tabaco es peligroso pero este no es para que salgamos a la calle a agarrar a balazos a los vendedores de tabaco y a perseguir y a meter a la cárcel a los consumidores de tabaco. Por supuesto, hay que emprender campañas para el uso responsable, para reducir los problemas vinculados al consumo de tabaco. Toda la prohibición no se basa en conocimiento científico ni en evidencia, se basa en prejuicios morales en falsedades, en mentiras.

Toda esta historia ha ido creando ciertas autoridades y voces con autoridad respecto a estos temas. Una de las principales es la Organización de las Naciones Unidas, la ONU. ¿Cómo describir el rol de las Naciones Unidas en la historia de las drogas? Resulta muy confuso su papel, en el sentido de que es una de las principales instituciones supranacionales que defienden los derechos humanos en el mundo, pero es una pieza clave también de las políticas prohibicionistas que atentan contra los derechos humanos y por ello se le critica y se le descalifica. Pero, a la vez, apenas tiene ciertos gestos progresistas, se le vuelve a dar autoridad. ¿Cómo entender el papel que cumple una organización como las Naciones Unidas en toda esta historia?

Hay que ver que la mayor parte de la historia del papel de las Naciones Unidas en torno a la política de drogas y al sistema internacional de control de sustancias ha estado marcado por la hegemonía de los Estados Unidos. Como bien decías tú, en efecto, hay una contradicción entre los tratados internacionales que protegen los derechos humanos y los tratados internacionales en los que se sustenta el sistema internacional de control de drogas. ¿Por qué va a primar uno sobre otro? Es una de las cosas que cualquier país se debería preguntar. Sin embargo, es muy importante ver cómo existió un consenso que ahora se ha ido resquebrajando en torno a este sistema. Por lo menos hasta 1998, el consenso internacional era muy pero muy fuerte en torno  las tres convenciones. El sistema internacional de control de drogas, la JIFE y la Oficina de Naciones Unidas contra las Drogas y el Delito eran consideradas unas autoridades absolutas en el tema y no había ningún país que planteara disidencia frente a estos acuerdos. ¿Qué ha pasado después? El consenso se ha ido debilitando. Primero Europa empezó a desarrollar políticas de reducción de daños. Yo las he llamado defección blanda respecto a los tratados.  España y Francia empiezan a desarrollar estrategias de reducción de daños y, entonces, empiezan ya a no perseguir a los usuarios y empiezan a buscar estrategias de salud, tratamientos de sustitución. Luego está la gran defección blanda de los Países Bajos. Desde la década del 70, defeccionaron de los tratados sin romper con ellos. Lo que hicieron fue reducir a cero, por ejemplo, la persecución de los delitos vinculados al pequeño tráfico de marihuana y establecer reglas de policía locales para gestionar los otros mercados de sustancias. Me acuerdo, hace como 15 años, la policía de Rotterdam me invitó a ver cómo gestionaban la política de drogas. No hacían nada ¿cuándo intervienen? Cuando tenemos un caso de sobredosis o de dosis adulterada o cuando hay violencia entre ellos. Es decir, lo que hicieron fue reducir la persecución sustancialmente y con eso redujeron la violencia vinculada al mercado de sustancias y también redujeron los problemas de sobredosis. También me llevaron a los lugares donde ellos no podían entrar pero que eran gestionados por asociaciones civiles donde había intercambio de jeringas, lugares de inyección segura, etcétera, que eran parte de una estrategia de reducción de daños que echaba a andar la sociedad civil pero que tenía el apoyo del estado de los Países Bajos. Entonces empieza esta defección blanda temprana y después viene ya una defección mucho más dura, sobre todo en torno al cannabis. Se empieza a resquebrajar el consenso desde que en California se aprueba el primer referéndum de cannabis medicinal. Todo el mundo sabía que era un subterfugio. Tú llegabas con el doctor y le decías ‘Doctor, I’m in pain’. Are you a California resident? Yes, pum pum pum, te hacía tu receta y te ibas a comprar la marihuana para quitarte el dolor del alma. Ese subterfugio empezó a romper el consenso internacional en torno a la marihuana, que después tuvo un momento muy pero muy relevante cuando ya Uruguay se convierte en el primer país que tiene una regulación integral, seguido por Canadá. Y hemos ido viviendo, en distintos estados de Estados Unidos, que empezó a avanzar la regulación. Por supuesto, también tuvo un papel muy importante en la ruptura del consenso prohibicionista la reacción de países como México, Guatemala y Colombia que han vivido las consecuencias brutales de que sea en sus territorios donde se pelee la guerra contra las drogas. Le pidieron a Naciones Unidas que hiciera un nuevo balance de la política de drogas en la UNGASS (Sesión Especial de la Asamblea General de Naciones Unidas) de 2016. La UNGASS de 1998 había salido con la consigna de que un mundo sin drogas sí podemos lograrlo y el hecho es que no, no se había logrado nada. Al contrario, los problemas asociados a la prohibición eran cada vez mayores y no se podían abordar desde la perspectiva de salud los problemas de consumos peligrosos, de consumos problemáticos. Colombia, Guatemala y México le piden a la ONU que haga un balance de drogas, pero entonces ahí viene otro tema que me parece muy importante: el hecho de que también hay una parte del mundo que sigue, por razones religiosas políticas, morales, fuertemente comprometida con la prohibición absoluta de las sustancias. Los países musulmanes tienen una política brutalmente represiva frente al consumo de sustancias. Hay países que tienen pena de muerte por consumo, no sólo por tráfico. En esos países hay un consenso que sigue siendo muy fuerte y que influye en la política de las Naciones Unidas y obstaculiza los pequeños avances que se han dado en el sistema internacional de control de drogas. 

En ese sentido, ¿cuál ha sido cuál es y cuál debería ser el papel de Latinoamérica en este gran debate? Como has señalado, Latinoamérica ha sido una de las principales regiones del mundo que más ha asumido los costos de la guerra contra las drogas. En gran medida porque se la ha considerado meramente y erróneamente como una región productora durante mucho tiempo y no también como una región consumidora. Y Latinoamérica también ha creado grandes imaginarios internacionales como es la mexicanización del problema de las drogas o la colombianización del problema de las drogas. ¿Cuán útiles consideras que son estos lugares comunes para hablar del fenómeno de las drogas y cuál crees que es el rol que debería cumplir la región latinoamericana actualmente en estos debates?

Esta idea de que la cultura es culpa de que existan sustancias ilegales en el mercado es de Colombia que produce coca o de México que produce metanfetaminas y fentanilo y que tiene organizaciones dedicadas a la exportación y que estas organizaciones están fuertemente armadas y generan violencia, es una idea errónea en el sentido de que no existirían estas organizaciones si no existiera la prohibición y no existirían estas organizaciones si no existiera una demanda de sustancias ilegal. Si tuviéramos mercados regulados bien gestionados, incluso habría sustancias que no tendrían razón de estar en el mercado como el fentanilo, como el crack. Hay que ver cómo se desarrolló toda la cocaína fumada que es un subproducto de la prohibición de la cocaína y que es mucho más peligrosa que la inhalada. Las metanfetaminas mismas son un subproducto de la prohibición de la cocaína. Entonces, abordar el problema desde la oferta es equivocado porque el problema central está en cómo se gestiona la demanda y la demanda no se va a gestionar prohibiendo, no se va a gestionar tratando de abolir la demanda. De lo que se trata es de regular la demanda, encauzarla, canalizarla hacia los consumos más seguros y reducir el margen para los especialistas en mercados clandestinos. En cambio, si lo que tienes es toda una estructura policiaca militar y judicial encauzada hacia la persecución de estas organizaciones pero sin que deje de existir la demanda clandestina -no estoy diciendo que deje de existir la demanda de drogas sino que deje de existir la demanda clandestina- y tengas todo el sistema judicial, policiaco y militar encargado de perseguir estas organizaciones, van a seguir teniendo los recursos para comprar armas y reclutar ejército. ¿Por qué? Porque esa es la mejor manera para garantizar su negocio, porque necesitan enfrentar a las fuerzas del Estado, por lo tanto los incentivos para la violencia estarán ahí. Y esto lo que está haciendo es debilitar extremadamente a los estados latinoamericanos. El Estado ha perdido capacidad de control territorial en la medida en la que el mercado clandestino es lo suficientemente fuerte como para hacer que existan organizaciones que tienen armamentos y ejércitos en algunos momentos incluso más poderosos que los de las fuerzas del Estado. Esto ya lo vivió Colombia desde los años 80 y lo que está pasando es que los Estados de Centroamérica han vivido procesos de descomposición vinculados al aumento de la fuerza de las organizaciones especializadas en mercados clandestinos. ¿Cuál debería ser el papel de América Latina? Creo que hubo un momento de sensatez a principios de la década pasada cuando tanto el gobierno de Guatemala como el de México -a pesar de que había sido el gobierno que había desatado la guerra contra las drogas- y el de Colombia se pusieron de acuerdo en decirle a la ONU que había que discutir de una manera distinta este tema. Sin embargo, sigue prevaleciendo la visión prohibicionista y hay una parte de la sociedad que sigue defendiendo la prohibición desde una perspectiva moral y no científica y de salud que sigue siendo muy fuerte. Lo que nos enfrentamos en América Latina es a grupos políticos que en lugar de asumir la responsabilidad de hacer políticas públicas basadas en la evidencia siguen sacando raja electoral del clamor moral en contra de las drogas, pero esto lo que está provocando es un debilitamiento y un deterioro en los estados latinoamericanos tremendo. 

Hay una narrativa contra las drogas que ha narcotizado la narrativa sobre la corrupción en general. Si hay mafias, se cree que estas son por el narcotráfico, cuando en realidad hay mucha evidencia de que el narcotráfico ya es sólo una parte del gran crimen organizado. Incluso pareciera que la generalización que hacemos sobre el narcotráfico le le es útil a otras mafias para esconderse: la mafia de la de la tala de árboles en la amazonía, del tráfico de especies naturales, etcétera. ¿De qué hablamos cuando hablamos de narcotráfico y de crimen organizado hoy en día?

De lo que estamos hablando es de organizaciones especialistas en mercados clandestinos que resultaron muy beneficiadas de la prohibición de las drogas porque les generó un mercado con una demanda lo suficientemente grande como para poder tener recursos para armarse y para poder reclutar ejércitos con capacidad de enfrentar al Estado y controlar otros mercados. Por supuesto, no todos los mercados clandestinos son violentos. El mercado de las películas piratas pues no era un mercado violento y era un mercado clandestino. Los mercados violentos son aquellos a los que el estado enfrenta con violencia y, por lo tanto, generan incentivos para para que se armen. el de las drogas fue paradigmático. Sin embargo, como tú bien dices, en el caso mexicano, por ejemplo, ya hoy el mercado de las drogas, aunque sigue siendo muy importante, ya solo es uno de los mercados clandestinos controlados por organizaciones que tienen capacidad de retar al Estado en el monopolio de la violencia. Tienes un montón de variedades cuando hay un negocio del cual se pueden extraer rentas, aunque sea legal como el del aguacate. Si tienes una organización que ya tiene armas y ejército a su servicio es probable que ese mercado se convierta en un botín de esa organización. Tú mencionas muchos otros mercados clandestinos, por ejemplo el de las especies silvestres, el de la madera no solo de la Amazonía sino también de las selvas mexicanas. Pero hay otro mercado que es terriblemente desgarrador: el tráfico de personas. Mientras tengas unas leyes migratorias que permitan, que incentiven la existencia de organizaciones especializadas en el tráfico de personas entonces lo que vas a tener son organizaciones que invierten recursos en armarse y en desarrollar estructuras para traficar personas. El problema son los mercados clandestinos. Se trata de acotar los espacios que tienen las organizaciones especialistas en mercados clandestinos, con buenas regulaciones y, por supuesto, con buenas estrategias de seguimiento del blanqueo de capitales, con buenas estrategias también de desarrollo de policías vinculadas a la comunidad. Es decir, hay que acabar con la prohibición de las drogas y establecer mecanismos de regulación que les quiten ese negocio a los delincuentes.  

Todo lo que hemos conversado es la historia también de grupos de poder que se han ido creando y que han sacado provecho. Estamos hablando de grandes intereses corporativos, políticos, religiosos, económicos, médicos, militares, mediáticos. Con los grandes presupuestos antinarcóticos que se manejan, las grandes burocracias que se han generado en torno a la prohibición, las ganancias electorales, políticas, que generan la guerra contra las drogas, ¿cómo plantear de una manera efectiva una alternativa distinta? ¿Puede el discurso de los derechos humanos realmente ganarle al discurso de los intereses particulares, sobre todo en estos tiempos donde vemos que los derechos humanos cada vez van perdiendo más terreno? 

Coincido con tu pesimismo. Es decir, yo creo que el discurso de los derechos humanos está desgastado y no ha resistido las andanadas del punitivismo, del populismo punitivista de la mano dura. Por ejemplo, lo que está ocurriendo en El Salvador, con Bukele, es un ejemplo clarísimo de la derrota del discurso de los derechos humanos. La popularidad de Bukele pasando por encima de todos los derechos humanos, pero según esto reduciendo la violencia, a mí me parece simplemente aterrador. Hay que seguir defendiendo, desde luego, el discurso de los derechos humanos, hay que seguir construyendo en torno al discurso de los derechos humanos, pero, sobre todo, tenemos que construir en el terreno de la política de drogas un discurso basado en la reducción de daños. Lo que tenemos que decirle a la sociedad es que hay que reducir el daño que producen las sustancias y la peor manera de reducir ese daño es mantener la prohibición, que necesitamos una regulación sensata para reducir el daño porque la prohibición lo que hace es provocar mucho más daño que el que producen las mismas sustancias. Es una tarea que todavía está muy cuesta arriba, que todavía no cala en la conciencia social y, por supuesto, está todo el resto de los intereses y las inercias burocráticas. Yo creo que el mayor riesgo que estamos viviendo en América Latina hoy es que la prohibición de las drogas y el combate al crimen organizado nos está llevando a una nueva remilitarización en nuestras sociedades, al ascenso de las fuerzas armadas que parecían derrotadas después de los procesos de transición a la democracia de la década de los 80. A mí me parece que es uno de los grandes retrocesos que estamos viviendo en América Latina. Y esto se ha fortalecido precisamente por el discurso en contra del crimen organizado y la pérdida del control estatal sobre el territorio. Los militares, una vez más, se nos presentan como los salvadores de la patria, pero si aceptamos esa militarización sin resistencia nuestras sociedades van a pagarlo muy caro.

Para terminar, quisiera volver al inicio. Hablamos sobre cómo la guerra contra las drogas, por más que hayan todos esos intereses políticos y económicos de por medio, al final la raíz es una raíz moral, es una guerra moral promovida en gran medida desde el puritanismo, desde la idea de la abstención, la contención, etc. Entonces, detrás de todo eso, la lucha de fondo es por el concepto de cómo se debería entender el desarrollo humano.  ¿Cómo crees que se debería entender el desarrollo humano en un mundo que inevitablemente tiene drogas? 

Creo que el desarrollo humano se debe entender como un derecho al libre desarrollo de la personalidad y debemos reivindicar el derecho al placer, el derecho al placer, al gozo, que es algo que el puritanismo detesta. Eso es una cuestión que es muy preocupante porque lo que estamos viviendo en nuestros tiempos es una nueva ola puritana que se manifiesta sobre todo en un rechazo a la sexualidad que se está arraigando entre las nuevas generaciones, pero un rechazo también al placer y al goce y al disfrute. Las oleadas puritanas suelen ser especialmente propicias para el desarrollo de los prohibicionistas, para el desarrollo de la mano dura, para el desarrollo de quienes creen que saben cómo enseñarle a vivir a los demás, entonces la reivindicación fundamental que tenemos que hacer es la del libre desarrollo de la personalidad como base del desarrollo humano.


Este podcast es una producción de Proyecto Soma y es posible gracias al apoyo de la organización internacional Youth Rise y el Fondo Robert Carr.

La entrevista y la edición general fue realizada por Raúl Lescano | Francesca Brivio estuvo a cargo de la coordinación | La edición de sonido ha sido un trabajo de Santiago Martinez Reid | La música es una composición de Dr.100

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