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El control punitivo: cómo la guerra contra las drogas agudiza las desigualdades

Podcast | Episodio 7 de Las drogas como son | Entrevista a Ibán de Rementería, politólogo, ex docente de Drogodependencia de la Universidad Central de Chile y utor de Las drogas de los detenidos.

Por Esteban Acuña
Un contenido posible gracias a Youth RISE y la fundación Robert Carr

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“A las autoridades políticas – incluidas las autoridades de las Naciones Unidas- la guerra contra las drogas les parece un muy buen instrumento de control político-social, de la misma manera que el control penal es un buen instrumento de control social”, dice Iban De Rementería en el séptimo capítulo de Las Drogas Como Son, el podcast de Proyecto Soma.

Ibán de Rementería es filósofo y cientista político. Ha sido docente del magíster en Drogodependencia de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Central de Chile. Es autor de una serie de libros y artículos sobre drogas y delincuencia, entre ellos, Las drogas de los detenidos, una investigación basada en los datos sobre los tipos y cantidades de drogas incautadas a las personas detenidas por la ley de drogas en Chile. En este libro, De Rementería deja en evidencia un problema que ocurre en muchos países de Latinoamérica: que la mayoría de los detenidos por la policía son usuarios de drogas, pese a que el consumo de drogas no es un delito. 

A raíz de ello, en este episodio, hablamos sobre cómo se entrelazan la pobreza, el consumo de drogas, la marginación y las dinámicas de control social. Y cómo las actuales políticas de drogas se han utilizado como una herramienta de control, especialmente en los sectores más invisibilizados.

Esta es una versión de lectura, acortada, de la que se puede oír en nuestros canales de Spotify Youtube

En el año 2012, usted era columnista del diario El Ciudadano, y era uno de los pocos expertos que en ese momento se atrevía a hablar sobre el fracaso de la guerra contra las drogas y la necesidad de regular el mercado de las drogas. Si al día de hoy, todavía abordar esta problemática es complicado, hace diez años lo era aún más. ¿Qué fue lo que lo llevó a interesarse en el panorama de las drogas? 

Mis orígenes son más o menos curiosos. Yo me había ocupado de las drogas porque en la década de los 70 todos tuvimos alguna relación con ellas. A mí la marihuana no me gustó porque me daba sueño y a mí no me interesaba ponerme a dormir. Yo lo único que hago es beber vino tinto. Cuando vino el golpe en Chile, yo emigré a Colombia. En Colombia me interesé en el tema agrario, la violencia rural, e hice mi tesis de maestría sobre ese tema. Yo me había vuelto un pretendido especialista en violencia y pertenecía al equipo de los violentólogos que había en Colombia -yo viví 13 años en Colombia- y estando en ese equipo me reclutan en Naciones Unidas para ir a trabajar al Perú en proyectos de desarrollo alternativo a los cultivos de coca en el Alto Huallaga, donde me meto a la droga, desde la producción. Y ahí lo que me doy cuenta es que estas políticas están terriblemente distorsionadas, terriblemente equivocadas.

¿Hubo alguna experiencia o aprendizaje que le haya hecho cambiar la forma en que veía o entendía las drogas? 

La primera investigación que hice fue una investigación portuaria, sobre el mundo del puerto y descubrí quiénes consumían cocaína. Y esto puede parecer una anécdota tonta, pero no lo es.  Descubrí que los usuarios de cocaína eran tres. Eran los comerciantes palestinos, que son muy buenos para jugar cartas, y que de todas maneras al otro día temprano en la mañana van y abren sus comercios (y, además, tenían los recursos para pagar la cocaína). Los segundos eran los empleados bancarios. Los empleados bancarios eran muy bien pagados porque en ese tiempo no existían computadores y la operación bancaria era una operación contable constante, de movimiento constante y tenían un trabajo muy exigente y hasta muy tarde (y tenían los recursos también). Y los terceros eran los periodistas, que en ese tiempo se hacía todo a mano y tenía que llegar a una determinada hora, que era la hora de cierre, en la madrugada, para hacer las planchas y todo lo demás, no es como ahora; entonces, trabajan hasta muy tarde y al otro día tenían que estar en activo para ir a recoger las noticias, con la diferencia que ellos no tenían plata. Esa fue mi primera investigación sistemática sobre drogas por el lado del consumo.  

Después de ese estudio, viaja a Colombia, primer productor de hoja de coca y de cocaína en el mundo; después llega a Perú, que viene a ser el segundo en el mundo, y trabaja además con el desarrollo alternativo. ¿Qué descubrió de esos dos países que son claves en el narcotráfico mundial? 

Muy fregado porque el descubrimiento que yo hago me lleva a este disenso definitivo con mis patrones, que eran las Naciones Unidas en ese momento. Lo que yo descubrí es que los campesinos producen hoja de coca porque la hoja de coca es pagada por sus costos de producción. La economía campesina ha sobrevivido y se mantiene por un proceso muy complejo que se llama la reproducción simple del capital. La economía del narcotráfico tiene su punto de arranque en la demanda de cultivos de marihuana, de amapola para extraer la morfina y de ahí la heroína, y los cultivos de coca. Hay otros, pero esos son los tres esenciales.   Eso constituye más del 90% del mercado internacional de drogas. Entonces, estos cultivos obedecen a lo que sucede en el tercer mundo: se tercermundiza en el reparto internacional de la producción de materias primas y, entre ellas, las materias primas agrícolas. El tercer mundo siempre fue un gran productor agrícola. Van pasando los años y a partir de la década de los setenta la producción agrícola, el excedente agrícola, por así decirlo, o sea, la exportable, ya no viene del tercer mundo, sino del primer mundo. Y es porque el primer mundo lo que ha hecho es subsidiar la producción agrícola; se subsidia un promedio del 40%. Entonces, ¿qué es lo que comienza a suceder? Que la producción agrícola del tercer mundo ya no puede competir con la producción agrícola excedentaria del primer mundo. ¿Y eso qué significa? Que los precios que se pagan por las producciones agrícolas del tercer mundo están por debajo de sus costos de producción. En cambio, los narcotraficantes, para tener la oferta de amapola, de marihuana, o de coca, tienen que pagar al menos por los costos de producción, que es la condición que pone la economía agrícola campesina. La diferencia entre la economía capitalista y la economía campesina, que es lo mismo que sucede con los artesanos y pequeños productores, es que la economía capitalista apunta a la reproducción amplia de capital, y la pequeña economía, o sea, del campesino, se conforma con la reproducción simple de factores. O sea, los trabajadores se conforman con el salario que les corresponde, más los costos de los equipos, más los costos de la materia prima, y no se plantean la reproducción amplia del capital, o sea, la ganancia capitalista. Por eso, todos los pequeños productores, cuando se meten con los bancos se revientan, porque ellos no tienen capacidad de producir dos rentas, o sea, para ellos y además para los bancos, porque los bancos viven de prestarte plata porque se llevan una parte del excedente agrícola que tú generas. Entonces, cuando yo empiezo a plantear que lo que nosotros necesitamos es subsidiar la producción agrícola que compite con los cultivos, me dicen que estoy loco. Bueno, yo digo, entonces, ¿por qué subsidian los países desarrollados? Bueno, porque son políticas nacionales. Bueno, entonces en eso está. O sea, a mí una vez en Bruselas casi me sacan a patadas de una reunión por plantear todo esto muy técnicamente. 

Y esas contradicciones parecen estar muy arraigadas a la misma guerra contra las drogas, impulsada en 1970, que surgió con el objetivo de derrotar al narco, lograr un mundo sin drogas, proteger a las infancias, cuidar a la salud de las personas, una serie de objetivos que nunca se cumplieron, porque las drogas siguen existiendo, la oferta y la demanda ha aumentado, los niños y los jóvenes carecen de la información sustancial, por lo que están más expuestos a riesgos, y las personas con consumos problemáticos son incluso más marginadas. ¿Cuál considera que es la contradicción esencial de las actuales políticas de drogas?

Estados Unidos tiene 50 Estados y en este momento 27 Estados permiten, de una u otra manera, el acceso a las drogas. Ellos siguen capitaneando a nivel internacional la guerra contra las drogas, pero al interior del país ya no hacen la guerra contra las drogas. Ya han habido debates internos entre las autoridades federales y las autoridades estatales. Tú tienes un Estado, como el Estado de Oregon, que es un Estado bien singular, que ya permite todas las drogas. Hoy día está permitido el consumo de cualquier droga y es el primer Estado que permitió el consumo de marihuana 20 años atrás. Entonces, el tema es otro. Si uno analiza un poco la documentación europea, al final te das cuenta qué es lo que interesa. Por ejemplo, una cosa que está muy de moda aquí en Chile es el plan islandés. Al final, lo que les interesa es controlar a los jóvenes. Entonces, uno ve que toda la acción antidroga, incluso las que se muestran como más positivas, incluso las que se asumen, entre comillas, desde una perspectiva de gestión de riesgo y reducción de daño, al final tienen el objetivo de controlar a los jóvenes. Porque eso tiene un interés central en términos de política social.

Usted ha escrito en una de sus columnas: “el consumo de drogas, al ser una acción de riesgo, es usada como un instrumento de control social, que tiene como objetivo a los usuarios pobres y que carecen de poder”. Qué paradójico resulta que, por un lado las drogas son consideradas las responsables de generar el descontrol muchas veces en la sociedad, por otro lado también pueden ser usadas o son usadas por los gobiernos, como bien explicaba usted, para ejercer cierto control. ¿En qué momento se vuelve una herramienta de control social? 

Hay que discernir entre una hipótesis que a mí me parece falsa. Hay quienes afirmaban muy taxativamente que el consumo de heroína había sido instalado en los barrios populares de Madrid, por la Guardia Civil. En Chile también me encontré con que decían que la policía era la que repartía pasta base entre los jóvenes. Y eso no es cierto. O sea, puede suceder que los policías repartan, pero eso no es una política sistemática. Lo que es cierto es que, so pretexto de perseguir la droga porque le hace daño a la población, yo puedo controlar a la población, y la mejor prueba es lo que está pasando en este momento en Chile. Estamos preocupados por la guerra contra el narcotráfico, mientras no somos capaces de asumir el tema de las pensiones. Tan sencillo como eso.

También hay una desigualdad en el acceso a la información. Hoy en día nos enfrentamos a la sobreinformación, la posverdad, las fake news.  Probablemente nunca tuvimos acceso a información sobre drogas como ahora. ¿Cómo cree que los medios de comunicación están abordando actualmente estas nuevas miradas que existen sobre las drogas? 

Hablar de los medios, sobre todo en el caso de Chile, es hablar sobre cómo los medios están controlados. Si lo comparo con el caso de España, sí, los medios de comunicación son de los grandes sectores económicos, pero en España tienen una política más sabia. El diario El País tiene una política en el tema de drogas más o menos abierta. En el caso de El Mercurio hubo un momento que tuvo una cierta política abierta, porque uno de sus directivos tenía una política desde la perspectiva neoliberal abierta en el tema de drogas. Y el resto de los medios no, porque los medios en general sobre el tema de drogas se juegan sobre la información del narcotráfico. Y es lo que sucede en la actualidad. La delincuencia no ha aumentado, más bien ha disminuido, pero lo que aumentó son los homicidios. Y los homicidios están relacionados a los conflictos entre ‘cárteles’, que tiene que ver con los negocios. Porque, claro, en el negocio de las drogas hay un problema: si al Juancho yo le paso un millón de pesos en clorhidrato de cocaína y después se me empieza a hacer el imbécil, yo no puedo ir a la comisaría a decir ‘mira, el Juancho me debe un millón de pesos en clorhidrato o cocaína y se niega a pagarlo’. Entonces, tienes que ir a cobrar. Y no voy a repetir los horrores que suceden en eso. 

Y el otro caso es que no puede seguir siendo esto de que cada vez que una persona es detenida con una cantidad de droga, el fiscal lo tiene que llevar necesariamente ante la justicia… En Chile, hoy día, la segunda causa de detención es por droga, y la segunda población de las cárceles es por droga. De ellos, el 70% tenía menos de 3 gramos, o sea, es un payaseo gigantesco. Así, hoy día, tienes al 22% de las cárceles llenas de personas que están cumpliendo sanciones por narcotráfico. Yo creo que ahora la situación es peor, porque antes el juez podía decidir si el gramo, los dos gramos, los cinco gramos, eran una cantidad para tu uso personal, pero igual te tuviste que mamar todo el proceso, ocupar toda esa instancia judicial,  en lugar de perseguir otros delitos que en realidad afectan a las población. Pero tú tienes que pensar que en Chile el 90% de las víctimas de delitos son robos con violencia o hurto y, a la vez, el 90% de esos delitos no tienen imputado conocido y no puedes llevar adelante ningún proceso. O sea, es la impunidad total. Mientras, por el otro lado, tienes las cárceles llenas de hueones que tenían cuatro gramos en el bolsillo. 

En su libro Las drogas de los detenidos, revela esta problemática común de la guerra contra las drogas en la que los usuarios son los que al final terminan siendo los más afectados por la ley de drogas. La mayoría de los detenidos finalmente son por consumo o por porte. La sobrecriminalización de los usuarios está claramente documentada en Latinoamérica, sin embargo, pareciera que no fuera suficiente para poner en tela de juicio este modelo injusto, por decir lo menos… ¿Por qué resulta tan difícil cambiar este abordaje punitivo de las drogas por uno enfocado en los derechos humanos de las personas?

La pregunta parece simple, pero es compleja porque a la autoridad política, a las autoridades políticas, incluidas las autoridades de las Naciones Unidas, este les parece un muy buen instrumento de control político-social. La guerra contra las drogas, de la misma manera que el control penal, tal cual lo entendemos, es un buen instrumento de control social. Yo, en la investigación que tú refieres, encontré pruebas en tribunales que decían textualmente “en un papel hay restos de resina que podría ser de marihuana”, y esa era la prueba. Y por eso hubo todo un conflicto con la [Corte] Suprema, porque todas esas causas la Suprema las tiraba para afuera y decía, esto no es prueba de nada. Y nadie habló de eso. Yo lo recojo ahí en el libro. 

Estamos acostumbrados, cuando vemos una población o comunidad vulnerable, que se atribuya a la droga el deterioro de las relaciones en esas comunidades. Usted ha dicho que no son las drogas, que es el deterioro económico, el deterioro social, el deterioro cultural, lo que termina marginando, empobreciendo aún más. ¿Cómo se desarrolla esta dinámica de las drogas en torno a las poblaciones más vulnerables? 

Es más o menos lo mismo que se hacía antes con el alcohol. Incluso había personas que consideraban que a los pobres no se les debería vender alcohol porque eran personas que tenían bajos niveles de resistencia. Yo tuve una relación con Canadá y allá el alcohol lo vende el Estado. Son estancos públicos y funcionan con horario de oficina, de 9 a 12 y de 2 a 6, y por ahí hay unas de turno. Y si tú has bebido ya de más, no te venden. Entonces, cuando tú llegas a comprar alcohol, lo que te encuentras es con una cantidad de familias indígenas, muy deterioradas, que te estaban pidiendo que tú le compraras el whisky porque no se lo vendían. Entonces, claro, incluso mis amigos, que eran progresistas, decían que ‘no, lo que pasa es que esa gente tiene baja resistencia al alcohol’. Eso es mentira, no hay tal cosa. Pero se inventa el mito porque hay que controlar. En el tema de drogas es lo mismo: hay un sector de la población que piensa que el origen de todos los males son las drogas. Si mi mujer me engaña es porque se volvió drogadicta, si mis hijos dejan cagadas es porque se volvieron drogadictos, y así sucesivamente.

Es la misma narrativa que suele asociar el consumo de drogas a las poblaciones más vulnerables. Recuerdo que en un momento una autoridad en Chile dijo que la pobreza y la falta de educación aumentan el consumo de drogas. Y usted respondió que bastaba ir a la evidencia para comprobar que el grueso de los usuarios de sustancias no son las personas pobres, sino las clases más acomodadas, pero se suele atribuir el consumo a las clases sociales más pobres. ¿Por qué? ¿Es distinto al rol que juegan las drogas en espacios acomodados?

Las drogas en poblaciones cumplen el mismo rol que en otros lugares. Yo he hecho trabajo de campo y recuerdo que las señoras me preguntaban, en los cerros de Valparaíso, decían ‘bueno, pero ustedes, los que trabajan en drogas ¿cuál es el tema que tienen contra la marihuana?’ Porque todas las que estaban ahí, mujeres de entre 40 y 50 años, todas fumaban marihuana. Esto es un consumo popularizado y no necesito explicar lo del alcohol o el fumar. O sea, el problema de salud más grave que tenemos en Chile es el consumo del tabaco. Tampoco soy amigo de una guerra contra el tabaco, pero en Chile mata a 17 mil personas y en el mundo mata cerca de 3 millones. Y ni en Chile, ni en ninguna parte nadie se ha muerto por marihuana. Y los muertos por cocaína son mínimos. Si eres usuario duro de cocaína y tienes un problema cardiaco te vas a morir de un infarto, pero no es una relación directa. Los automóviles matan mucha más gente que todas las drogas juntas.

En los barrios populares la gente gestiona su salud mental comprando en la calle, no psicofármacos, sino medicamentos, que puedan estar vencidos, porque la gente trata de autoadministrarse… Y, en el fondo, son todos calmantes del sistema nervioso central. Ahora, claro, esas personas están muy deterioradas y hacen sus numeritos y en esos barrios los maridos matan a las señoras bajo el efecto del alcohol, sí, pero casi nunca, en el caso de los feminicidios, te dicen que es bajo el efecto de una droga, sino bajo el efecto del alcohol. Entonces, claro, son cuestiones que se superponen pero eso no tiene una relación causal. O sea, yo estoy de acuerdo que el tipo que le pega a la señora, si no hubiese bebido, probablemente no le habría pegado. Pero es la estructuración machista de nuestra cultura la que es determinante en el feminicidio y no el vino tinto. 

En una de sus columnas usted dice que, “por lo general, todos los análisis sobre el consumo de las sustancias psicoactivas y sus causas se quedan en el por qué, en lo pasivo. No se preguntan el para qué, por lo activo y útil de sus usos”. Y se suele atribuir más el goce y el disfrute a las clases medias más acomodadas, pero a las personas más pobres se les suele atribuir el consumo como el resultado de una vida vacía. ¿Cómo esta desigualdad, a la hora de hablar de drogas, afecta o distingue el consumo de drogas entre las clases sociales?

No hay notables diferencias. Es precisamente por la perspectiva de la gestión de riesgos y la reducción de daños que yo me planteé que la pregunta central no era el por qué, sino el para qué, porque esa es la funcionalidad de las drogas. Si tengo depresión entonces tomo un estimulante. Es precisamente la gestión del ánimo, por así decirlo. La gente a lo que apunta es a gestionar la ansiedad, la depresión y la angustia, y usa todas estas sustancias, sean medicamentos psicoactivos, sea cocaína, sea fumar cigarrillo, o fumar pasta base, o fumar marihuana, para gestionar este trastorno del ánimo. 

En Chile, el 50% de las licencias médicas son por razones de salud mental. Lo que viene después creo que es el 8% que son las torceduras y ese tipo de cosas, y en tercer lugar están las cardiovasculares. Yo creo que ese es un dato sustancial. Que el 50% de las licencias médicas sean por salud mental nos está indicando algo conflictivo en el campo de la salud mental. Y dentro de eso probablemente el 70% son por trastornos del ánimo. Pero, por el otro lado, según el propio Banco Central, el 70% de los hogares en Chile debe el 70% de sus ingresos. Entonces, eso, obviamente, tiene un impacto en la salud mental de la población, y eso no se trabaja nunca. 

¿Es posible cambiar las políticas de drogas a nivel global, considerando la resistencia de países autoritarios que las utilizan como herramientas de control social?

En Naciones Unidas, toda Europa es partidaria de cambiar la política de drogas. Estados Unidos siempre ha sido ambiguo por lo que hablábamos antes. Canadá, Australia, Nueva Zelanda, están todos ellos por el cambio. En América Latina, la gran mayoría también están por los cambios. ¿Cuáles son los países que no quieren ningún cambio? En estos días están ejecutando gente en Singapur por el porte de 8 gramos. En los países asiáticos, el único país que permite algo en este momento es Tailandia, pero en todo el resto de países las penas son terribles, por tenencia, por porte, por tráfico, por lo que sea, por uso, y los países africanos también. Uno ve ahí que hay una diseminación de una cultura autoritaria y machista. Hay países musulmanes donde la droga está penada con la muerte y la homosexualidad también está penada con muerte. Son modelos de control. Y marco esto no porque quiera hablar mal de los musulmanes, yo sé que no es culpa de los musulmanes, sino de ese modelo de gobierno. Los talibanes acaban de ordenar el cierre de todas las peluquerías de señoras, para ver el extremo al cual llegan. Y claro, alguien puede decir, bueno, ¿este señor vino a hablar de [la lucha contra la] droga o del machismo? Pero es que se parecen mucho, porque son parte de la misma matriz. 

Entonces, ¿qué tenemos? Todos estos países africanos y todos estos países asiáticos, incluida la República Popular China, Camboya y Vietnam, son todos terriblemente autoritarios y constituyen la mayoría en Naciones Unidas. No se ha cambiado ni una coma de las legislaciones internacionales [sobre drogas]. ¿Y quiénes determinaron eso? Bueno, los países asiáticos y los países africanos, que son la mayoría. ¿Y por qué? Porque para ellos ese tipo de política, o sea, el machismo, la lucha contra la droga, son instrumentos de control al interior de sus países.

Voy a citar nuevamente una frase suya: “El discurso mediante el cual se afirma que en el país el 70% de quienes delinquen lo hacen bajo el efecto de las drogas no se sustenta en ninguna evidencia científica. Es una afirmación meramente retórica que se construye a partir de un equívoco forzado, recurrentemente utilizado por los publicistas, abusando de los resultados y conclusiones de las investigaciones estadísticas”. A eso también se le puede sumar la idea de que el decomiso de drogas en las calles funciona; usted también ha tenido que salir a decir que eso no tiene ningún efecto y que es más bien un afán publicitario. Dijo, textual, “que decomisen más o menos no incide en la cantidad de drogas disponibles en las calles”. ¿Qué problemas le ha traído confrontar el sentido común que parece no haber en la discusión de drogas? ¿Cómo ha sido para usted, a lo largo de tantos años, hablar sobre las drogas y tener que combatir constantemente la desinformación? 

La consecuencia es que trabajar en drogas desde una perspectiva crítica te marginaliza. No te publican, no se arriesgan, no te dan estudios. Curiosamente, en los momentos más duros del gobierno sí fui llamado a hacer estudios y cosas por el estilo, pero desde el gobierno de Bachelet nunca más fui llamado, y en este tampoco. Entonces, bueno, pero el último puede ser una queja de un viejito. Pero, para decirlo en términos generales, no te llaman en consulta, que para uno significa que no tienes pega [trabajo]. Cuando regresé a Chile yo vi que sí había  ciertos sectores que estaban interesados en variar la política, y eso yo lo siento cada vez más perdido. 

Dijo hace un momento que a quienes se está apuntando mucho es a los jóvenes. En una de sus columnas señala que se ha instalado en la sociedad chilena una supuesta relación entre el uso de drogas y la violencia juvenil. Es más, dice que se ha logrado que la población se sienta amenazada por la sola presencia de los jóvenes, y ha dicho también que el poder, entre comillas, le tiene miedo a la fiesta y a los jóvenes.  ¿Qué pasa con los jóvenes?  

Los jóvenes son una clase peligrosa desde mayo del 68. Cuando el general de Gaulle le pregunta a los servicios de inteligencia franceses a qué se debe la rebelión juvenil, lo que le informan es que la culpa la tienen los jóvenes que fuman marihuana. Yo creo que el 68 es una clave cultural muy importante de la historia contemporánea. En la actualidad, un 80% de los franceses reconocen que toda su modernidad, su modernidad cultural, la aceptación de la homosexualidad, la igualdad de la mujer, etc., todo eso se lo deben a lo que pasó en el 68. Aunque haya sido una rebelión fracasada, produjo unos cambios culturales que son el presente. Yo creo que de ahí se manifiesta un temor a los jóvenes.   

Quiero, por último, citar también otro párrafo de su libro que me llama mucho la atención porque habla sobre las dinámicas que hay detrás de las detenciones por droga. Usted dice: “la dinámica de detención, calificación policial, su disposición judicial e ingreso en prisión funciona a través de una serie de filtros por los cuales solamente se cuelan aquellos que no tienen medios para comprar drogas, introducirse en una red de confidencias que compra su libertad a cambio de información y, en general, quienes no tienen la solvencia suficiente para eliminar la perseguibilidad policial, judicial y penitenciaria. Se trata en la práctica de una permisividad mútua entre traficantes y policías. Las personas que pasan a disposición judicial son los destinatarios últimos de este mercado en el que no han encontrado un puesto de privilegio y realizan la función de chivos expiatorios en el rechazo social punitivo de la droga”. Con esa cita me parece que queda muy demostrado cómo esta guerra contra las drogas plantea en la realidad una serie de relaciones súper desiguales. ¿Es la desigualdad que queda revelada a través de las drogas, la misma desigualdad del sistema en el que vivimos?

Todos sabemos que el sistema funciona para perseguir al que se roba una gallina y no al que se lleva al banco para la casa. Los pobres son los que van a la cárcel y a los otros los mandan a hacer cursos de ética.


Este podcast es una producción de Proyecto Soma y es posible gracias al apoyo de la organización internacional Youth Rise y el Fondo Robert Carr.

La entrevista fue realizada por Esteban Acuña Venegas | Francesca Brivio estuvo a cargo de la coordinación | La edición general estuvo bajo la supervisión de Raúl Lescano | La edición de sonido ha sido un trabajo de Santiago Martinez Reid | La música es una composición de Dr.100

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