Por Esteban Acuña Venegas
Un contenido posible gracias a Youth RISE y la fundación Robert Carr
Puedes leer la versión en inglés aquí
“Ser personas con VIH y que usa drogas tiene un estigma más grande que solo el de ser personas con VIH. Muchas de las personas describen que cuando solicitan un tratamiento médico, lo condicionan a que deje de consumir drogas. Los médicos afirman que no le pueden dar a esta persona el antirretroviral porque al consumir una sustancia se pierde el efecto. Sin embargo, hay muchos estudios que han demostrado que no hay interacciones con alguna sustancia. Eso deja ver de fondo que hay una moralidad del médico que impide que la persona acceda al servicio”, explica Levinson Niño-Leal, el invitado del quinto episodio de Las drogas como son, el podcast de Proyecto Soma.
Levinson es antropólogo de la Universidad Nacional de Colombia, investigador y analista enfocado en temas de políticas de drogas y consumo de drogas desde una perspectiva de antropología médica crítica. Es miembro de la Red Latinoamericana y del Caribe de Personas que Usan Drogas (LANPUD), donde ha formado parte del proyecto regional del Fondo Mundial contra el VIH, la malaria y la tuberculosis para mejorar la incidencia política de las personas con VIH, así como de las poblaciones claves más afectadas por el virus, buscando incluir la mirada de las personas que usan drogas en el diseño de políticas públicas.
En este capítulo profundizamos en la relación entre el VIH y las drogas; los mitos aún vigentes en torno a las personas que viven con el virus del VIH; cómo estos alimentan los estigmas y las vulnerabilidades relacionadas al consumo de sustancias psicoactivas y la transmisión del virus, y cómo el surgimiento del VIH contribuyó a reducir los riesgos de las personas usuarias de drogas.
Esta es una versión de lectura, acortada, de la que se puede oír en nuestros canales de Spotify y Youtube.
Te iniciaste en la investigación sobre drogas en 2015 en la Corporación Técnica Social en Colombia, realizando una caracterización etnográfica de las consumidoras y consumidores de pasta base, también llamado bazuco en ese país, para entender la cotidianidad de esta población, sus motivaciones, sus perspectivas, sus expectativas. ¿Qué te llevó a enfocarte en la problemática de las drogas y qué de nuevo empezaste a descubrir sobre las drogas en ese campo?
Yo llevo trabajando en el tema de drogas desde 2009. Cuando estaba en la universidad, hacía parte de un grupo de investigación de antropología médica crítica, que es una perspectiva que busca comprender la salud y la enfermedad desde una perspectiva sociocultural, haciendo un énfasis en las condiciones estructurales que dan forma a estas experiencias de enfermedad. Justamente en el año 2009, al grupo de investigación se le hizo una invitación para hacer una caracterización sobre el consumo de heroína en un pueblo pequeño de Colombia, que se llama Santander de Quilichao. Con esa experiencia tuve la oportunidad de hacer un trabajo etnográfico, de hablar no solamente con las autoridades, alcaldes, personas de los sectores de la salud y demás, sino también con los mismos usuarios. Realmente lo que a mí me apasiona del estudio de las drogas es que es un tema complejo porque hay muchas lógicas que convergen. Cuando tú estudias las drogas, tienes que entender la salud, tienes que entender también un poco los contextos culturales, los contextos socioeconómicos y todas las diversas lógicas que existen alrededor de su comprensión; que, como sabemos, en nuestros países son más de un tinte conservador. Ya cuando conocí a la Red Latinoamericana y el Caribe de Personas que Usan Drogas (LANPUD) fue como una manera no solamente profesional, sino personal de trabajar en este tema. Nunca lo hice como un investigador que va a un lugar externo, sino también como sintiendo esa empatía que uno tiene como usuario, entendiendo las dinámicas a las que la gente se somete.
¿Cuando comienzas, en 2009, qué ideas tenías sobre las drogas y cómo este acercamiento contribuyó a cambiar algunas de ellas?
Cuando empecé a estudiar Antropología, lo hice simplemente porque era una disciplina que mezclaba muchas cosas. En realidad, no sabía qué hacía un antropólogo, pero como que me gustaban muchos temas y vi que la Antropología tenía esta perspectiva de mezclar biología, filosofía, historia, un poquito de varias cosas. Pero yo también vengo de una familia bastante conservadora, en la cual las drogas siempre han sido satanizadas. Como yo entré a estudiar un poco más tarde porque estaba indeciso, estudiaba con compañeros de menor edad. Y yo, para ese momento, nunca había probado sustancias ilegales. Pero cuando veía a estos chicos jóvenes que estudiaban conmigo, que fumaban marihuana, como que no encajaban en el perfil del usuario de drogas como alguien malo, como alguien que está siempre pendiente de hacer el mal, una persona perezosa y tal, sino que, por el contrario, era gente muy calmada, muy tranquila. Eso me dio curiosidad. Así que empecé a fumar marihuana y descubrí que no era lo que me habían dicho. Eso me llevó a explorar otras sustancias. En algún momento tuve una experiencia con psilocibina, más o menos en el año 2006, y eso fue como un rompe aguas en mi vida. Porque yo iba con una idea recreativa de lo que podía ser esa experiencia, pero en realidad fue una experiencia bastante espiritual, si se quiere. Desde ese momento yo dije, esto de las drogas es un mundo interesante, es genial, y hay que hacerlo con mucho respeto.
En la antropología hay una larga historia del estudio del consumo de sustancias. Empecé a leer bastante de eso, pero muchos de esos estudios eran antiguos, como de los años 40, como los estudios de Schulz y demás. Lo veía algo lejano. Entonces, cuando se me presentó esta oportunidad de trabajar en eso, todavía venía rompiendo esos paradigmas desde mi propia experiencia, pero no tenía información y el conocimiento como para entenderlo de otra manera. Pero en este grupo de investigación había un compañero que había trabajado en el diseño de una política de drogas que salió en el país en el año 2008, en la cual se hablaba de reducción de daños, esta nueva perspectiva que no busca juzgar el consumo, sino ofrecer otras alternativas. Para mí fue muy interesante y me ayudó a darle sentido a lo que yo ya sentía: que las drogas no necesariamente eran malas, como nos habían dicho. Desde ahí me he dedicado a explorar más, a leer más, a estudiar y a entender más.
¿Por qué terminaste trabajando una línea de investigación en políticas de drogas y consumo desde una ‘perspectiva de antropología médica crítica’?
La antropología médica crítica trata de entender las enfermedades o la salud desde una perspectiva sociocultural, no simplemente desde una dimensión biológica. Cuando tú tienes una enfermedad, por ejemplo, el VIH, no solamente tienes el padecimiento físico, sino que también experimentas un estigma, un rechazo, y no hay políticas públicas para ti. Esas dimensiones sociales también permean la experiencia de tu enfermedad. O sea, el sufrimiento no solamente es biológico, también es social. No es lo mismo ser una persona pobre y estar enfermo a tener recursos. No es lo mismo ser una persona racializada o con género diverso. Hay muchas cosas que moldean esa experiencia de la enfermedad. Con esa mirada yo también empecé a comprender el consumo de sustancias, no simplemente con esta narrativa biológico-química de qué es una sustancia y cuál es el efecto en tu cerebro. Hay otras muchas cosas que explican por qué la gente tiene motivaciones para consumir; cuáles son sus intereses, entender en los contextos en los que lo hace, entender por qué hay gente que puede tener consumos problemáticos o cómo hay gente que no tiene ningún problema con ello. Se trata también de evitar los reduccionismos que muchas veces ocurren en las políticas públicas, en las narrativas.
Hay una relación muy estrecha entre el VIH y el consumo de drogas, que se remonta a la década de 1980, con el surgimiento del SID, que se extendió rápidamente en todo el mundo. ¿Cuál es la relación histórica entre el VIH y el consumo de drogas?
Una de las particularidades de la pandemia del VIH es que fue una enfermedad focalizada que impactó más en grupos vulnerables, y eso también llevó a que no hubiera de manera inmediata una respuesta efectiva por parte de los gobiernos y las entidades de salud. Cosa distinta, por ejemplo, a lo que pasó con el COVID, que afectó a todo el mundo. Como el VIH afectó principalmente a poblaciones marginalizadas, llevó a muchos cuestionamientos. Estas maneras de tratar de entender y de darle gestión al manejo del VIH en esas poblaciones llevaron a incorporar la perspectiva de la reducción de daño. Es muy interesante que la reducción de daños, en cuanto a consumo de sustancias, aparezca en relación con el manejo del VIH. Pero la reducción de daños es un poco más vieja, hace parte de unos paradigmas de la salud pública, de los modelos de hábitos de vida y de los riesgos y tal. Pero lo interesante es que al no haber mucha respuesta en algunos de los países en los que esta pandemia empezó a afectar, hubo muchos colectivos de organizaciones comunitarias que empezaron a trabajar, a decir ‘no, tenemos que hacer algo para darle solución a la problemática que estamos enfrentando’. En un inicio la reducción de daños era una cosa un poco más anarquista, era algo completamente ilegal. Había algunas organizaciones ofreciendo materiales de inyección higiénica, pero también ofreciendo oportunidades laborales, educativas, a las personas que estaban siendo afectadas. Implementar la reducción de daños en las drogas, en ese momento, también llegó a cuestionar el paradigma dominante, ese que estaba centrado en la prevención y la abstinencia del consumo. Pero cuando se identificó que había personas que no iban a dejar de consumir y que si no se gestionaba eso, la expansión de la epidemia podía ser mayor, pues se prefirió decir, bueno, aceptemos que las personas consumen drogas y más bien intentemos que lo hagan de una manera segura. Si bien en muchos de nuestros países todavía hablar de reducción de daños es una cosa rara, a pesar de que es algo muy viejo, ya el tema se ha venido posicionando. También porque se ha ido incorporando por organismos transnacionales que brindan financiación. También se ha ido transformando, porque no solamente era tratar de reducir los daños del consumo de sustancias y de la difusión del VIH, sino también reducir los daños de las circunstancias sociales, porque había gente que tenían problemas económicos, no podían acceder a recursos para su sostenimiento, y eso es lo que también hacía que tuvieran prácticas consideradas de riesgo. Entonces, ofrezcamos trabajo, ofrezcamos otras alternativas. Desde esa perspectiva compleja se ha ido reduciendo un poco la reducción de daños a un tema más de salud pública y muy centrado en la información.
Hubo también una relación entre el surgimiento o la extensión del VIH muy ligado al uso compartido de la parafernalia para inyectarse droga, ¿Cuál es esta relación?
Eso fue muy importante porque en los temas de estudio de drogas cada sustancia es un mundo distinto. Hay sustancias más estigmatizadas que otras y prácticas más estigmatizadas que otras. Cuando se descubrió esa asociación del VIH con consumidores de heroína, que es una sustancia bastante estigmatizada, fue como bastante duro de asumir para muchos. Eso ha llevado a pensar que hay muchas prácticas que claramente tienen unos riesgos y hay que ir pensando en cuál es la manera más segura para hacerlo. Lo interesante es que esto también se ha venido incorporando en otras sustancias. ¿Cómo hacemos que otras sustancias también terminen siendo seguras? ¿Qué otras prácticas de consumo que no sean solamente la inyección pueden ser seguras? Esa es una de las luchas que estamos teniendo aquí en Colombia, por ejemplo. Hay ciertas políticas de reducción de años y la implementación de programas de reducción de años muy discrecional. Cada alcalde, cada gobernante, decide si hacerlo o no. Hay algunos programas que funcionan en Bogotá, en Cali, y en otras ciudades, pero una de las cosas que hemos venido trabajando desde hace unos años es que, si bien no hay que desconocer que en Colombia hay una porción cada vez mayor de personas que se inyectan drogas y que, por supuesto, la entrega de material higiénico y las intervenciones de esta población son importantes, hay otras poblaciones cuyos índices de consumo problemáticos son más elevados y que tienen unas condiciones de vida aún más difíciles para las cuales no hay ninguna intervención. Y ese es el caso particular de las personas que consumen cocaína fumables, como es el caso del bazuco. Si tú ves las estadísticas, el consumo problemático de bazuco está por encima de las demás sustancias, pero para estas personas no hay intervenciones. Entonces, hemos venido tratando de que en estos programas que hacen reducción de daños en Colombia se abran e incorporen otras prácticas y otras sustancias, que en realidad se adecúen a lo que el contexto necesita, pero ha sido un poco difícil, porque muchos de estos lineamientos de financiamiento son muy específicos en que tiene que ser temas de inyección. Como que se importaron estas políticas y se adaptaron, pero no se han repensado en el contexto. Se ha hablado de diseñar prototipos para fumar bazuco que generen menos riesgo, pero que, a la vez, ese prototipo no simplemente sea como toma tu pipa ya, sino que sea la invitación a que la persona se acerque y reciba otras áreas de servicio.
Defines tu abordaje desde un método etnográfico. Explícanos un poco qué es la etnografía, cómo te interesaste por este método de investigación y cómo este método a su vez te permite entender mejor a las poblaciones usuarias de drogas portadoras de VIH.
La etnografía es un método usado en muchas ciencias sociales, pero tiene como un arraigo particular en la antropología. Es una metodología en la cual tú tratas de convivir con las personas con las que estás trabajando, o en el tema con el que estás investigando, para tratar de entender cómo es el día a día de ellos para, de alguna manera, tratar de emular cómo sería ser ellos. Obviamente, esto es una pretensión teórica que existe, pero la intención es tratar de entender cómo es que la gente lo vive. Una de las cosas que permite la etnografía es también conocer las experiencias. Nuestro sistema de conocimiento ha privilegiado una forma de conocimiento que podemos encasillar como lo científico, que se centra más en el conocimiento intelectual, racional, pero hay otros conocimientos que se adquieren desde la experiencia, hay cosas que en el día a día tú vas desarrollando y vas aprendiendo. La etnografía me ha ayudado a entender esas prácticas e intereses que tienen las personas que consumen drogas y que muchas veces no son recogidos en el diseño de las políticas o en la comprensión. La etnografía te permite hacer ese acercamiento a las personas, a su vida, a entenderlas desde sus puntos de vista. No se trata de llegar a analizar o entender con tus categorías mentales. Por ejemplo, desde un punto de vista gubernamental, a veces las intervenciones te dicen: ve y trabaja con este grupo de consumidores e identifica cuáles son sus factores de riesgo, pensándolo desde una perspectiva biomédica. Pero cuando tú indagas, para ellos el riesgo principal es la policía, que no es algo biomédico. Este diálogo es bastante enriquecedor porque desmonta también los supuestos con los que tú llegas a acercarte a la gente, te permite no llegar con una perspectiva vertical. En el consumo de sustancias es muy interesante porque tú puedes conocer las prácticas, cosas muy pequeñas, que a veces parecieran insignificantes, pero que son realmente unas fuentes de conocimientos grandes. Por ejemplo, ver cómo es que la gente que vive en la calle y fuma bazuco, arma la pipa, dónde busca sus elementos, en qué lugares fuma. Si analizáramos el consumo de bazuco desde una perspectiva meramente teórica, jamás íbamos a llegar a eso. La etnografía me ha permitido tratar de conectar esas realidades y tratar de ponerlas en diálogo con otras formas de conocimiento y con otros estamentos de poder, porque muchas veces como, en todas políticas públicas, se habla de los expertos, que son personas que conocen un tema, han estudiado el tema de muchas maneras y -sin desconocer que eso es importante- pues muchas veces esos expertos nunca han ido a los contextos en los que la gente que están estudiando vive. Hay gente que conoce mucho el consumo de heroína, pero nunca ha ido a la calle a ver cómo es que la gente consume heroína en la calle, nunca se acercaba a la fiesta, nunca ha ido a otros espacios. Son importantes esos acercamientos porque eso enriquecen el diseño de estas políticas. También la idea es que la etnografía sirva de un puente, no para que tú te conviertas en el traductor, sino también para hacerles una invitación a que ellos mismos hablen. La idea es legitimar su posición como personas con una práctica de vida, con un conocimiento incluido por la experiencia que es clave.
Decías que el sufrimiento no solo es biológico, sino también social. ¿Cuál es la realidad a la que se enfrentan actualmente las personas con VIH, usuarios de sustancias, al recurrir a los sistemas de salud actuales?
Ser personas con VIH y que usa drogas tiene un estigma más grande que solo el de ser personas con VIH. El estigma y las dificultades se incrementan. Muchas de las personas describen que al solicitar un tratamiento médico, lo condicionan a que deje de consumir drogas. Muchas veces los médicos afirman que no pueden dar a esta persona el antirretroviral porque al consumir esa sustancia se pierde el efecto. Pero hay muchos estudios que han demostrado que no hay interacciones con alguna sustancia. Eso deja ver de fondo que hay una moralidad más bien que el médico está usando para evitar que la persona acceda al servicio.
Y también, pues, la estructura propia de los servicios de salud, de los sistemas de salud, es una estructura per se difícil, ¿no? No estoy seguro cómo es el sistema de salud en Perú, pero me imagino que va a ser un poco similar al de Colombia, en el cual el acceso a la salud se centra un poco más en la capacidad de pago. De acuerdo a tu capacidad de pago, accedes a un sistema u otro con algunas ventajas, pero a la vez tienes que pasar por ciertos procedimientos burocráticos para que te garanticen el acceso. Entonces, muchas veces en estos procedimientos burocráticos tienes que pedir una cita con un médico, luego con el especialista, luego no sé qué. En muchos de esos procedimientos la gente se cansa porque está viviendo cosas que necesitan atención urgente y tú me estás diciendo que la cita la tengo en un mes, en dos meses. Esas citas burocráticas afectan la atención y aparte experimentos en el estigma, pues, en definitiva, tú prefieres manejarlo por tu cuenta, ¿no?
De hecho, en Colombia hay un mercado negro de tratamientos antirretrovirales porque hay gente que dice, ‘no, yo no puedo acceder al servicio de salud, pero tengo que gestionar mi enfermedad, entonces, yo prefiero comprarle estas pastillas a alguien que me las pueda ofrecer. Así sea más caro, pero me es más fácil acceder’. Entonces, son muchas las dificultades. Lo otro es que, sí, digamos como que la experiencia de vida de estas personas es compleja porque también muchos de ellos también incorporan en sí mismos el estigma hacia el consumo de sustancia, ¿no? Como que muchos en verdad se sienten mal, ‘no, es que yo debería dejar de hacer esto porque esto me ha traído malas consecuencias’. Ese autoestigma también es otra de las dimensiones que he visto que existe y que no ha sido tenida en cuenta, como que en las perspectivas de trabajo respecto al VIH no se habla tanto de eso. Entonces, sí, yo creo que hay muchas cosas allá a considerar. Hace falta en todo caso mucha más investigación, ¿no? Porque muchas veces son las personas que te acercan y te van contando, pero no la vemos como sistematizado en un estudio que diga, ‘miren, la cantidad de gente que es la que les niega los servicios por estas razones son tantos porcentajes’, ¿no? Porque tú sabes que desafortunadamente las personas que están en el poder, los directivos de salud y demás, pues ellos solo entienden a través de cifras, ¿no? Pero pues la verdad es que hay experiencias particulares que son muy reveladoras de todas estas barreras. Entonces, yo considero que hay que seguir trabajando con las personas para movilizarlas con esto. Y otra de las cosas que yo siento es que si bien, por ejemplo, hay movimientos como lo que hacemos con LANPUD, que es la red de personas usuarias de drogas, asimismo, hay otras redes de personas que viven con VIH o personas con otras condiciones, y es importante que nos integremos cada vez más. Porque una de las cosas es que estos activismos también a veces se vuelven muy particulares. Es decir, es importante que exista una red de personas que usan drogas porque solo los que usamos drogas sabemos, tenemos una experiencia, hay un conocimiento de la experiencia que es valiente y que vale la pena conocer. Pero eso no quiere decir que no tengamos interacciones con otras dimensiones de la vida que están afectando a otras personas. Hay personas que usan drogas y tienen VIH y tienen otras afectaciones; hay personas que usan drogas y tienen VIH y son gays o son trans y tienen otras afectaciones. Entonces tenemos que integrar las luchas porque no es que mi movimiento social obtenga un beneficio y los demás no. Quiero que en un futuro mi red de personas que usan drogas alcance un nivel de reconocimiento e inclusión en el sistema de salud, pero ¿y las personas trans y gays? ¿no es problema mío porque no es mi red? No, no se trata de eso, se trata de integrarnos y creo que esa es una de las cosas que debemos seguir trabajando.
Según la Estrategia Mundial contra el SIDA 2021-2026 planteada por la ONU, el riesgo de adquirir el VIH es 26 veces más alto entre hombres gay y otros hombres que practican sexo con hombres, 29 veces más alto entre personas que se inyectan drogas, 30 veces más alto para trabajadoras y trabajadores sexuales y 3 veces más alto para personas transgénero. Pero también existe esta falsa creencia de que el VIH no afecta a la población en general. ¿Cuáles son los principales mitos en torno a las poblaciones portadoras del VIH a las que ya nos hemos acostumbrado?
Uno de los problemas que tiene la salud pública es que es bastante moralista. Hay muchas prácticas que cuando han tenido una conexión con el VIH han sido estigmatizadas, así no necesariamente sean la causa directa. Pero sí, a pesar de que el activismo del VIH ya está bastante maduro y lleva 40 años y ya hay organizaciones enfocadas a financiar y está incluido en las agendas de salud pública de casi todo el mundo, entre la población general todavía está esa idea de que el VIH solo le da a ciertas poblaciones particulares. Y creo que es una de las cosas que pasa igual en el tema de drogas: cuando a ti te hablan de drogas, por ejemplo, del bazuco, seguramente la primera imagen que se te viene a la cabeza es la de alguien pobre que vive en la calle. Pero sabemos que el bazuco también se consume en estratos altos. Lo que pasa es que en las poblaciones marginales es donde empieza a ser más evidente y eso empieza a generar un sesgo: como los que tú ves están sufriendo, empiezas a asociar el VIH o el consumo de drogas a esa gente. No se entiende que hay una serie de condiciones sociales, culturales y políticas que hacen que un tema sea más visible o no. Tú puedes tener VIH y consumir drogas, pero si tú eres un banquero que tienes acceso a los servicios de salud, nadie se va a dar cuenta.
Lo otro es que se asocia a ciertas prácticas. Incluso en las instituciones que trabajan el acercamiento al VIH, está la idea de que el VIH solo se transmite mediante el uso de jeringas, eso pensando en la población que usa drogas. Y, por ejemplo, algo que estamos tratando de trabajar es que las personas que fuman bazuco también están en riesgo. Ahí es donde entra la etnografía, porque resulta que cuando tú ves a las personas que viven en la calle sin condiciones adecuadas de higiene, tienen una pipa hechiza, se te resecan los labios, puedes tener sangre y compartes esa pipa con otros. Pero la institucionalidad está centrada en que solo es la inyección.
Todavía en nuestros países se vive una cosa que es un poco hipócrita. Hay muchos temas como estos que no se pueden tocar en las escuelas, porque estás incitando al consumo o promoviendo prácticas sexuales de riesgo y no sé qué. Y mientras tú no le puedes hablar a los chicos de una manera elaborada, crítica y analítica del tema, ellos están informándose en internet, con cualquiera, con lo que les dice el vecino. Eso es lo que crea la desinformación y esas maneras tan sesgadas y restrictivas de entender el VIH o el consumo de sustancias.
¿Y de qué manera el identificarte también como un usuario de sustancias psicoactivas te ha ayudado a abordar este problema?
Salir del clóset psicoactivo, para mí, ha sido más fácil en mis contextos laborales que en los familiares. En los laborales ha sido interesante porque trabajando con estas otras redes con activistas, por ejemplo, en este proyecto que tuvimos con LANPUD respecto al VIH -que trabajamos con otras redes de personas gays, trabajadoras sexuales, poblaciones afectadas por VIH- era interesante entender cómo, pese a ser todas poblaciones estigmatizadas, dentro de esas poblaciones estigmatizadas había otras estigmatizadas. Cuando tuvimos la primera reunión y hablamos de nuestra red de personas que usan drogas, para muchas de esas otras personas de la red fue difícil, sentimos cierto estigma dentro de estas otras poblaciones. Ellos vienen con ideas y prejuicios de que la persona que usa drogas se ve andrajosa, no tiene trabajo, está en la calle. Ver a personas que de pronto se salieran un poco de ese estereotipo ha sido interesante porque genera una curiosidad y facilita el contacto. Me ha ayudado a que la gente se interese un poco más en el tema y también vaya rompiendo sus mitos, y acercarme a ellos, conocer sus realidades, porque uno tampoco conoce. Yo no sé lo que es ser una persona trans y vivir con VIH. Salir del clóset psicoactivo me ha permitido generar ese vínculo, porque es también mostrarse de alguna manera vulnerable, ¿no? Porque al ser un tema estigmatizado, pero que uno lo muestra con cierto orgullo, es como quitarte una investidura. Estás mostrando que lo que para la mayoría puede ser negativo, no lo es.
Hay muchas redes. Hay una red de activismo gay que lleva llevan veinte o treinta años de trabajo, y sin querer decir que ya tienen las cosas fáciles, de alguna manera ya son reconocidos como actores políticos. Hay políticas públicas que tienen en cuenta ya la diversidad de género, pero nosotros como personas usuarias de drogas somos nuevos, y estamos recién aprendiendo. Somos redes más nuevas que aún nos estamos organizando y eso nos ha servido para aprender de esos activismos.
También hemos llegado a proponer la idea de lo interseccional. Tu eres activismo gay, pero seguramente dentro de tu red también hay personas que usan drogas, seguramente dentro de la red de trabajadoras sexuales hay personas que usan drogas, entonces hagamos un diálogo. Mucha gente se ha acercado y entienden que todos estamos afectados por las mismas situaciones de vida. Para otras redes también ha sido difícil porque sienten que asumir que dentro de su población hay personas que usan drogas es como perder años de lucha, que se va a ver mal. Nosotros lo que tratamos de hacer es que no hay nada de qué avergonzarse, así como no hay nada de qué avergonzarse de ser trabajadoras sexuales.
Desde el prohibicionismo se ha dicho que el consumo de sustancias solamente está relacionado con el daño. Hoy las nuevas narrativas empiezan también a recalcar que el consumo regulado de drogas también puede proporcionar placer. ¿Cuál es la relación del VIH con las drogas desde el placer? ¿Las drogas pueden ser un vehículo de ayuda, tal vez de alivio, de sanación, de vitalidad para las personas con VIH?
Hay muchas relaciones interesantes que hemos venido trabajando. Justamente en el proyecto del año pasado en Colombia, yo estaba de representante y estaba con otro compañero que se llama Raúl Valencia, que es una persona no binaria. Él venía de una de otras redes, pero también le llamó la atención el discurso del LANPUD y se cambió hacia nosotros. Él también trataba de promover esta idea del placer, de lo sexual y las drogas, que es algo que hay que reconocer en el diseño de las políticas públicas. Entonces empezamos también a explorar esas dimensiones, que también son controvertidas, porque, como te digo, en estos discursos de la salud pública hay cierta moralidad, es como que hablar de placer es una cosa que no le entra a muchos, pero tratar de hablarlo de una manera más abierta y sin sonrojo, pues va un poco amoldándolas, cambiando esas percepciones. También se van dando cuenta que el placer es antropológicamente una dimensión esencial del ser humano, pero cuando tú le hablas a alguien de salud pública de placer, se imaginan el vicio, todo lo negativo, todo llevado al extremo y no necesariamente es así.
Con otra organización, desde hace un tiempo hemos venido trabajando en el diseño de una investigación sobre lo que se llama el chemsex, que es el desarrollo de relaciones sexuales bajo la influencia de alguna sustancia psicoactiva, sobre todo dentro de la población gay. Esa es una práctica que existe, viene desde los años 90, pero si tú revisas la historia del consumo de sustancias desde la Grecia Antigua, encuentras cosas similares. En muchos países eso ya se ha venido trabajando porque lo consideran un riesgo de salud pública. Como son relaciones sexuales con drogas se asume que la persona no va a tener conciencia de sus prácticas, entonces va a entrar en más riesgos, va a facilitar la diseminación de enfermedades como VIH, hepatitis virales y demás. Pero muchas de estas poblaciones se han venido organizando para decir, sí, reconocemos que hay unos riesgos, pero no es como ustedes se imaginan, déjennos a nosotros mismos trabajar dentro de nuestras comunidades y desarrollamos proyectos de reducción de riesgos y daños, tanto en lo sexual como en lo concerniente a drogas, pero sin afectar el placer.
Claramente, no solamente hay una relación del VIH y las drogas con el placer, sino también hay una relación terapéutica. Justamente muchas de estas personas están inmersas en una serie de condiciones que les generan sufrimiento, y mucho de ese sufrimiento es social, porque están abrumadas por su situación, porque son estigmatizadas, porque no pueden dar a conocer su situación fácilmente, muchas de estas personas tienden a vivir sin poder expresárselo a su familia, a sus compañeros de trabajo por el miedo de ser expuestos, y muchos han buscado en las drogas herramientas para aprender a convivir con eso, pero incluso para sanarlo. Yo, en este momento, me encuentro estudiando el tema de la posible regulación de los psicodélicos en Colombia, y he estado recogiendo voces y distintas perspectivas, y hay mucha gente que ve en estas sustancias el mecanismo idóneo para paliar estas situaciones. Hay personas que viven con VIH y que han hecho uso de estas sustancias y han encontrado un poco de la calma que no han podido tener en la vida cotidiana para entender lo que les está pasando. Porque mucha gente se culpabiliza de sus situaciones, y han encontrado en las sustancias una opción terapéutica para sanar y seguir tramitando su vida de una manera más adecuada en la cual puedan gestionar sus placeres, sus riesgos y demás sin estar echándose culpas. Sí, hay una dimensión terapéutica que es importante y que todavía falta conocer más. Hay un investigador de drogas que decía que la humanidad tiene muy pocos escapes de la realidad como para que se los deje quitar fácilmente. Es un poco eso. Si tienes una situación de vida difícil y encuentras en esto un escape tanto por la vía del placer como por la vía de la sanación, pues seguramente vas a hacer uso de ello.
Hay un trasfondo súper fuerte cuando nos damos cuenta que la evidencia no resulta suficiente. Como hemos conversado en esta entrevista, además del intercambio de jeringas, en medio de la pandemia del SIDA surgieron también las salas de inyección donde las personas usuarias de drogas inyectables pueden consumir bajo la supervisión médica y que fue también una práctica para acercar a las poblaciones más marginadas a las redes de salud. A pesar de que está demostrado que la promoción de los locales seguros para inyectarse reducen el contagio de VIH, son contadas las ciudades del mundo que cuentan con estos sitios. ¿Cómo se explica la falta de apoyo para una población altamente expuesta al contagio de VIH? ¿Y qué significa para ti que el trabajo al que le dedicas tu tiempo, tu energía, sea tan difícil de comprender y tenga tantos agentes que le hacen la contra?
En el trabajo etnográfico sobre las políticas públicas de drogas uno empieza a entender que hay muchas lógicas que confluyen en un objetivo y hay muchos intereses. Muchas veces hay intereses que son mayores, que pueden verse afectados por una decisión. Uno de los factores bastante fuertes para este rechazo son las connotaciones morales que todavía hay en el consumo de sustancias. Como la intervención de la Iglesia Católica en América, cuando empezó a tratar las prácticas indígenas de consumo de sustancias como herejía. Esas ideas se siguieron permeando y se acoplaron a las sociedades a lo largo del tiempo. Por ejemplo, en Estados Unidos, existe este movimiento de la Templanza que todavía se enfoca en la abstinencia, en que la persona tiene que ser fuerte y no ceder a la tentación. Estas ideas moralistas todavía permean las políticas y esos espacios de decisión, sea porque las personas son creyentes en esas religiones o porque igual esas perspectivas han sido incorporadas en las políticas. Siento que ese moralismo es como una de las cosas que hace que la gente, así vea la evidencia, se niegue: así tú entiendas lógicamente que las estrategias de reducción de riesgos pueden resultar efectivas, pues para ti no es moralmente aceptable que la gente use drogas.
Lo otro es que también hay muchos intereses que a veces no son evidentes. Por ejemplo, una de las cosas que uno discute en Colombia es por qué siendo un país tan afectado con las drogas, que está necesitado de recursos, está en negación a regular. Cuando uno entiende la dinámica del narcotráfico y cómo ha permeado el Estado y que es el estatus de ilegalidad lo que le da el margen de ganancias, pues claramente hay mucha gente que se va a oponer, pero no lo va a decir directamente. Al contrario, buscan una retórica para mantener ese estatus. Romper eso es difícil o casi imposible, entonces yo creo que lo importante es seguir trabajando con la gente, y no necesariamente con quienes están en el poder, para intentar que cambien la perspectiva.
Claramente un sistema hegemónico creado para entender las drogas desde una perspectiva criminal y penalizante y patologizante no se va a derrumbar de un día para otro. He aprendido a ser un poco más humilde en el sentido de que quizás el gran cambio puede que no lo alcance a ver en mi vida. Tengo que aprender a vivir con eso. Yo quisiera que fuera ya mañana, pero hay que ser constantes, no hay que dejar de trabajar, no hay que dejar de dar a conocer este mundo. Hay que empoderar más a los usuarios de sustancias, pero también hay que empoderar a la gente que no usa sustancias para que digan, miren, hay otras maneras de verlo. En el caso de Colombia, que es un país que está cansado de la guerra, del narcotráfico y todo, yo creo que hay que aprovechar ese cansancio para decir, miren, ya hagamos otra cosa distinta porque no vamos más, ¿no?
Hoy la infección por VIH, al menos en los países más desarrollados, es una enfermedad crónica. Los tratamientos se han simplificado, son cada vez más eficaces, tienen menos efectos secundarios y las personas que viven con el VIH pueden gozar de una mayor esperanza también. ¿Cuáles de las lecciones aprendidas del VIH podrían ayudarnos también a mejorar la respuesta frente al consumo problemático de drogas?
Estos son logros importantes que han obtenido los movimientos que trabajan en el VIH, pero es una lucha larga. Ya van 40 años de esa lucha y se ven algunos frutos, pero aún falta mucho por hacer. Estos movimientos del VIH nos han mostrado que también la lucha no es solamente contra la enfermedad, es también contra otra serie de estructuras sociales, políticas económicas que afectan eso. Muchos movimientos del VIH también se han articulado con movimientos para reformar los sistemas de salud, porque ¿de qué te sirve que te reconozcan, que te den medicamentos en un sistema de salud que está estructurado de una manera que no está enfocado ni en la prevención, sino en la atención de la enfermedad, en la atención individual, en un sistema de salud que condiciona tu derecho a la salud?
Hay que articularse con otras luchas, porque no solamente se trata del VIH, las reformas de la salud, también hay situaciones económicas y políticas. O sea, tú puedes ir luchando por tu derecho a que recibas tratamiento de VIH, pero si el gobierno de tu país le está destinando más dinero a la guerra que a la salud, pues tu lucha se ve limitada en acciones. Lo que podemos aprender del VIH es que las luchas son sistémicas, que si bien podemos estar defendiendo una causa, como es la reforma a la política de drogas, pues esa política de drogas tiene muchas dimensiones, en salud, en educación, en tierras, en conflicto armado, en seguridad. Si pudiéramos articularnos con otras luchas que sean en esas otras áreas, el cambio podría ser más efectivo. De otra manera, simplemente son como pequeños agregados a una estructura que por sí está diseñada para crear inequidad.
Este podcast es una producción de Proyecto Soma y es posible gracias al apoyo de la organización internacional Youth Rise y el Fondo Robert Carr.
La entrevista fue realizada por Esteban Acuña Venegas | Francesca Brivio estuvo a cargo de la coordinación | La edición de sonido ha sido un trabajo de Santiago Martinez Reid | La música es una composición de Dr.100

0 comments on “La respuesta social: cómo el VIH trazó los cuidados ante las drogas”