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Género y feminismo: de la violencia patriarcal al activismo antiprohibicionista

Podcast | Episodio 3 de Las drogas como son | Entrevista a Luana Malheiro, científica social, miembro fundadora de la Red Nacional de Feministas Antiprohibicionista y el Movimiento Brasilero para la Reducción de Daños.

Por Fran Brivio
Un contenido posible gracias a Youth RISE y la fundación Robert Carr

Puedes leer la versión en inglés aquí

“Los medios brasileños crearon la idea y figura de la mujer usuaria que no puede maternar, que no puede elegir por su vida. Eso es un desconocimiento. No se conocían las historias de las mujeres y se creó un mito sobre estas mujeres. Para mí lo más importante es conocer, compartir las historias y tornar públicas las historias, porque son historias sobre la prohibición, sobre el efecto de estas políticas públicas en la vida de mujeres que pasaron por sufrimientos intensos e históricos. Yo escribí este libro con la idea de popularizar estas historias y hablar de las historias de las mujeres”, dice Luana Malheiro, la tercera invitada de nuestro podcast Las drogas como son.

En este tercer capítulo hablamos sobre ser mujer y usuaria de drogas, una doble vulnerabilidad. Debido a los factores de género, y a los riesgos y problemas asociados a consumo de drogas, es crucial abordar estos desafíos de manera integral y con un enfoque de derechos humanos. También hablaremos sobre cómo las políticas de drogas criminalizan a las mujeres y cómo esto se convierte en un barrera en nuestras vidas.

Malheiro es científica social, especialista en salud colectiva con énfasis en salud mental. Magíster en antropología, investigadora asociada al grupo interdisciplinario de estudios sobre sustancias psicoactivas. Es miembro fundadora de la red latinoamericana y el Caribe de personas que usan drogas LANPUD; de la Red Nacional de Feministas Antiprohibicionista, RENFA, y del Movimiento Brasileño para la Reducción de Daños. Ha escrito Mujeres Usuarias de Crack, un libro sobre la situación de la ciudad de Salvador, en Brasil.

Como pie de página, el crack se fuma. Es una forma procesada y concentrada de cocaína, con bicarbonato de sodio u otra sustancia alcalina. Se considera una droga altamente adictiva y perjudicial para la salud, y se suele asociar a la marginalidad y a población de bajos recursos económicos. También se percibe como una droga que puede inducir a comportamientos agresivos y violentos en quienes la consumen. Pero estas ideas tan generalizadas y comunes, resultan una visión muy sesgada que ocasiona que lxs consumidorxs de crack a menudo enfrentan un fuerte estigma social.

En el libro, Luana nos cuenta cómo y por qué la gran mayoría de las mujeres que acompañó recurren al uso de crack como método para aliviar el sufrimiento de la violencia de género y la violencia racial que sufren a lo largo de su vida. No solo conoció los hábitos de consumo de estas mujeres, sino también las acompañó cuando iban en busca de servicios de asistencia, salud y justicia. 

Esta es una versión de lectura, de la entrevista que se puede oír en nuestros canales de Spotify y Youtube.

Para empezar, quisiera que nos cuentes qué te ha llevado a dedicarte al campo de las drogas. ¿Hubo un momento en particular en el que te decidiste? 

Yo soy de una ciudad, de un pueblito de Bahía, una ciudad muy conservadora, y de una familia muy conservadora. Cuando tenía 18 años pasé por un proceso de internación involuntaria por consumo de cannabis. Yo estaba empezando el consumo de cannabis y no tenía un consumo problemático. Consumía los fines de semana, y mi familia, cuando se enteró, se contactó con el gobierno y me hicieron una internación involuntaria. Fue un proceso muy violento porque yo pasé como dos meses en una internación, estaba tomando medicaciones contra mi voluntad, y sufrí acoso también en ese espacio y un montón de otras violencias. Ahí me enteré de que esta es una agenda importante, urgente para las mujeres, sobre todo por la situación del acoso en un espacio de tratamiento y de cuidados. 

Me acuerdo que en la cabeza de una chica de 18 años me parecía absurdo pasar por una situación de violencia por un consumo de una sustancia que, hasta el momento, solo me hacía bien. Yo tenía un proceso de ansiedad y la marihuana me ayudaba un poco en eso. Entonces, empiezo el activismo por reconocerme como una mujer usuaria de sustancia y reconocerme como una persona que tiene derechos a cuidados, no a violencia, no a situaciones de acoso. Ahí empecé a moverme en el sentido de tener una comprensión de las políticas de drogas, de la realidad de la prohibición y la criminalización. Y ahí, en ese momento, empecé con las marchas de la marihuana. En Brasil, fue el primer movimiento contra el sistema prohibicionista y la guerra contra las drogas. Ahí empecé hablando primeramente del consumo de marihuana y de la situación de los cuidados, después vino el feminismo y esas agendas más antirracistas. Pero empecé ahí, por una situación personal.

¿Y ahora cómo te relacionas con tus padres? ¿Ellos están de acuerdo con el trabajo que haces?

Sí, yo hablo un poco de eso en el comienzo del libro. Creo que es un tema importante conversar de drogas, de reducción de daños, en casa. Fue un proceso de aprendizaje en mi vida y con mi familia. Todos aprendimos juntos de la reducción de daños, de las agendas de la prohibición, de la necesidad de políticas de cuidado, sobre todo de cuidado para mujeres. Entonces, después de esa situación, mis padres me acompañan en estos procesos. Mis padres intentaron sacarme de la internación y no lo lograron, ahí se enteraron de la complejidad de esos procesos de internación involuntaria. Porque yo me quedé como dos meses, tomé un montón de pastillas, salí de la internación totalmente pegada a las medicaciones. Tuve que pasar unos seis meses sin hacer muchas cosas, sin volver a la universidad, para desintoxicarme de las medicaciones. Mis padres, cuando se enteraron de todo lo que fue el proceso de internación, empezaron a ayudarme y a apoyarme en ese camino de la lucha por el cuidado a las personas usuarias de sustancias. 

¿Crees que todas esas experiencias han ido afectando la forma en cómo te acercas a las mujeres en las mismas situaciones? ¿Veías otras chicas en el mismo centro que tampoco tenían uso problemático y que estaban ahí?

Sí, muchísimas. Fue una situación interesante para mí porque hicimos una rebelión dentro del internamiento porque todas estábamos en las mismas. Una de las chicas había pasado más de cinco internamientos por consumo de cannabis y, recuerdo, le hacían electroshock. Eso lo hacían como una manera de castigar a las mujeres. Había compañeras que pasaban por el hospital y estaban sin capacidades mentales, no hablaban muy bien por el efecto del electroshock. El tratamiento para las personas usuarias de drogas era muy duro. Se sentía que los trabajadores tenían mucha rabia de las personas usuarias y eso fue también un hecho que nos indignó. Ahí empezamos algunos diálogos sobre estos temas en el hospital, lo cual hizo que pase más tiempo internada y tome más medicaciones que otras chicas.

Es violento que se nos interne por consumir sustancias sin siquiera tener un uso problemático, y que estando allí te llenen de pastillas y otras drogas que no están ilegalizadas, y que luego salgas con alguna dependencia. ¿Crees que toda esa indignación al ver y vivir allá adentro te llevó a investigar y hacer el libro que hiciste sobre mujeres usuarias de crack? 

Claro que tiene una conexión con mi historia personal, por ser una mujer y pasar por esas situaciones. Pero es completamente distinto de las mujeres en situación de calle. Yo empecé con otro proyecto, uno para investigar la reducción de daños con las personas usuarias de drogas en situación de calle. Y cuando empecé el trabajo de campo muchas mujeres me llamaron para compartir algunas experiencias, hacer denuncias y pedir ayuda con respecto a situaciones de violencia sexual, acoso, del asesinato de mujeres por el microtráfico. Fueron un montón de historias que me llevaron a hacer este libro. Las mujeres estaban ansiosas por compartir sus historias y buscar ayuda para la situación de las violencias. Sobre todo de la violencia del Estado, la violencia policial, la violencia de los mercados. Se repetía mucho esta narrativa de las mujeres, que no había espacios seguros donde compartir estas historias, ni dónde denunciarlos, que los servicios públicos no entendían, ni había una escucha calificada. En ese momento, en Brasil, estábamos creando el feminismo antiprohibicionista porque en todos los otros espacios del feminismo, nosotros éramos siempre las drogadictas. En los espacios de izquierda, éramos las drogadictas, las marihuaneras. En los espacios del feminismo también, y no era una agenda prioritaria. Ahí entendimos la necesidad de crear un espacio feminista donde sea posible compartir algunas historias, y juntar una cuestión que para nosotras fue y es importante: que trabajamos con mujeres sobrevivientes de la guerra. Todas nosotras tenemos historias de traumas con esta política de drogas. Entonces, vamos buscando mujeres que tienen historias de traumas, y ahí nos juntamos con la idea de convertir traumas y dolores, en agendas de lucha. Empezamos con la metodología de cuidado colectivo, de autocuidado, para generar un apoyo de nosotras para nosotras. Después de un año nacimos como una organización fuerte ya con la agenda de lucha. Así, todas las historias del libro son situaciones de mujeres que hasta hoy están en nuestra red. Tenemos una red de nueve años, tenemos trabajadoras sexuales, mujeres con trayectoria de vivir en calle, mujeres que están en cárcel, sobrevivientes de la cárcel, mujeres que trabajaron en narcotráfico, mujeres que salieron del narcotráfico. Tenemos una diversidad de mujeres.  

¿Hubo una diferencia cuando entró el feminismo? ¿Se llegaron a organizar? ¿Hubo un antes y después en la vida de estas mujeres cuando se agruparon, llegaron a agruparse? 

Llamamos a una referente, que creó el movimiento de la población en situación de calle, para que nos ayude en esta construcción de mujeres traumadas -mujeres con un montón de dolores- en activistas. No hicimos eso solas, lo hicimos con el apoyo de María Lucía Pereira, que es una gran referencia, ella nos motivó, nos hizo ver que era nuestro deber hacer una unión del feminismo antiprohibicionista con el feminismo encontrado en la calle. El feminismo de la solidaridad espontánea y popular, de la solidaridad de la mujer que tiene que ocuparse de la seguridad de la otra mujer en una situación de violencia. Entonces, con las situaciones de violencia y de resistencia a las violencias que vivieron las mujeres en situación de calle, aprendemos todas.

Para nosotras fue importante ese llamado que hicimos para la toma de conciencia, porque todas llegaban con esa idea de que “yo soy responsable por mi situación porque soy una consumidora de crack, soy responsable por todas las violencias que sufrí”. Es ese proceso de formación política del que hablo -que fue un proceso de formación para todas nosotras, de crear un espacio seguro, un espacio protegido, un espacio de apoyo, de acompañamiento- donde las mujeres puedan compartir sus historias y sacar la culpa materna, sacar la culpa de esas situaciones de violencia que todas vivieron por situaciones de consumo de sustancias. Fue un trabajo duro, pero es muy bonito, muy lindo, acompañar a una compañera usuaria de sustancias, que se convirtió en una activista -como mujeres que tuvieron más de seis hijos que se los quitó el Estado por cuestiones de consumo de drogas-, y que vuelven a ese diálogo con el Estado brasileño; como una activista que tiene una historia para compartir, una historia de violación de derechos. Eso de convertir dolores y traumas en agendas de lucha no es sencillo, pero, para mí, es grandioso. 

¿Y en este conocer a estas mujeres, pudiste ver como algunos mitos que generalmente se dicen, como que no pueden generar vínculos, que no son mujeres de fiar, que están desconectadas de su entorno, se caían? Hay como una deshumanización de las mujeres en situación de calle. ¿Son estigmas? ¿Son realmente mitos? 

Yo tenía un vínculo muy fuerte con ellas porque estuve acompañándolas en un montón de situaciones en los servicios de salud. Sí, es un mito que ellas no hacen vínculo. En un momento en Brasil donde estábamos debatiendo la situación de la participación política de las mujeres usuarias de drogas en situación de calle, muchos de los operadores de la política justificaban el que estas mujeres no podían ocupar espacios porque no tenían formación política y que estaban peleando por su sobrevivencia, y esa fue la excusa para no invitarlas a espacios de participación política. Entonces hay una demonización, hay una animalización de estas mujeres que está arraigada también en el racismo estructural que hay en Brasil. Son todas mujeres, son todas mujeres afro, mujeres negras. Ese elemento del racismo es un elemento importante para cuando hablamos de este proceso de deshumanización, de demonización. Son mujeres que crean vínculo, que cuidan una de las otras, que cuidan de las infancias, que cuidan de los territorios, que cuidan de los hombres, de todo, pero que los servicios no están preparados para cuidarlas. Entonces, estas mujeres no están en los servicios, pero están en la calle. La mayoría de las mujeres que están en calle, que yo entrevisté, estaban en calle porque sufrieron violación de sus familiares. Llegaron a la calle para salir de la situación de violencia en sus casas, sus hogares. 

Otro mito que hay en Brasil es que todas las mujeres van a la calle porque quieren drogas, quieren drogarse. No fue eso lo que yo vi. Estas mujeres salieron de sus casas, huyendo de una situación de violación. Cuando llegan a la calle hay un proceso ritual de violencia a las mujeres, un aprendizaje violento para vivir en las calles. El consumo de crack muchas veces es la medicación -me decían-, medicación para soportar situaciones de violencia, de desprecio, de racismo cotidiano. ¿Cómo soportar una vida en la calle? Todas nosotras tenemos nuestras medicaciones: un vinito, una marihuana… y cuando ellas hablaban de la trayectoria del consumo, el crack llegaba como un método de aguantar estas situaciones de violación y violencia. 

¿Cómo hacer que una persona que no es usuaria entienda lo que está sucediendo, por qué se llega a los niveles que se llega en estos casos de estas mujeres en particular, usuarias de crack, en situación de calle? ¿Cómo acercar esto a la gente, sobre todo a las mujeres?

Yo, en mi libro, hablo mucho del papel de la prensa en Brasil en específico de la ampliación del consumo de crack. Entonces, hubo como una propaganda en los medios brasileños que crearon la idea y la figura de la mujer usuaria como la mujer que no puede maternar, que no puede elegir por su vida. Eso es un desconocimiento. No se conocían las mujeres, no contaban las historias de las mujeres y se creó un mito sobre estas. Para mí lo más importante es conocer las historias y compartirlas y que se conviertan en historias públicas, porque también son historias de la prohibición, del efecto de las políticas públicas en la vida de estas mujeres. Son mujeres que pasaron por sufrimientos intensos, sufrimientos históricos y que es importante popularizar las historias. Yo escribí este libro con la idea de que se conozcan estas historias, y yo creo que la RENFA también esta tarea de presentar a estas mujeres, sus  historias, sus agendas de lucha y de esta manera convencer a toda la sociedad de quiénes son ellas, de por qué consumen sustancias, por qué están consumiendo crack.

Claro, se trata de no separar a las mujeres de su contexto. Lo que dices me lleva a otra pregunta, ¿por qué es importante considerar las experiencias de las mujeres en situaciones de marginalización y exclusión cuando se habla del consumo de sustancias? Y, en general, no solo del consumo de las mujeres en situación de calle, sino del consumo de sustancias de mujeres, en general. 

Para mí, hay una complejidad en el tema de las mujeres y el consumo de sustancias. Las mujeres son muy diversas, hay muchos temas, y las políticas públicas creadas para las mujeres -y el libro trata un poco de eso, de hacer ver que son políticas creadas para solo un tipo de mujer- no hay una reflexión sobre esta complejidad. Acá [Brasil] tenemos políticas para las mujeres, las políticas de protección a la violencia contra las mujeres, que es una política que protege a las mujeres que tienen un hogar. Las mujeres que no tienen un hogar no están contempladas en esta política. Y las políticas de drogas tampoco fueron hechas para la diversidad de las mujeres. Es importante, a mi modo de ver, conocer la diversidad de los consumos, la diversidad de las situaciones de violaciones de derechos de las mujeres en situación de calle, pero también de las mujeres en situación de trabajo sexual, de las mujeres sobrevivientes del cáncer, mujeres que están en la cárcel. Son muchas historias. Hay una diversidad y una complejidad de historias que creo que nuestro activismo intenta hacer una conexión de estas historias con agendas para el desarrollo de una política de drogas basada en género y raza. Para nosotras es importante mostrar la diversidad de las situaciones de las mujeres que pasaron por internamientos también. Tenemos mujeres que pasaron por comunidades terapéuticas en espacios religiosos que también sufrieron violencia en esos espacios. Entonces, hay una diversidad de mujeres que creamos un espacio para compartir estas historias y hacer la construcción de la lucha.

Por eso, cuando hablamos de mujeres, tenemos que especificar de qué mujeres estamos hablando y entender que no todas, por más que tengamos eso en común, somos iguales. 

En el libro hago una crítica a la idea de traer ese ‘llamado’ de convertirse en una mujer usuaria de crack. Es un diálogo con Simone de Beauvoir, a la idea de convertirse en una mujer. ¿Qué es ser una mujer?¿Quién puede ser una mujer hoy por hoy? Y para las políticas, ¿quiénes son las mujeres para las políticas? Porque en Brasil las mujeres para las políticas son las mujeres blancas, las mujeres que tienen un hogar. 

Esas mujeres son las mujeres para las políticas. Pero las políticas públicas tienen que ser hechas para todas las mujeres. Esa es la importancia de que no hay una mujer universal, no hay una agenda universal. Somos diversas. Las agendas de las mujeres negras, de las mujeres indígenas, son diferentes, totalmente distintas de las mujeres blancas. El feminismo blanco muchas veces fue un feminismo que apoyó el racismo y eligió a las mujeres los cuerpos que tendrían que proteger y los cuerpos que tendrían que criminalizar. 

Entonces hacer una crítica a este feminismo y a esta idea de la mujer universal de Simone de Beauvoir con otras teóricas como Grada Kilomba, Ángela Davis, que traen el feminismo negro, el feminismo que fue creado para tener en cuenta la diversidad de las mujeres y la diversidad de las agendas. Al final del libro creo que un mensaje importante es que las mujeres usuarias de crack no son mujeres para las políticas, no son las mujeres de las políticas, no acceden a las políticas para las mujeres. 

Entonces, ¿cómo crear políticas, acciones gubernamentales y de protección para todas las mujeres? ¿Cómo hacer políticas para combatir el racismo? No crear políticas para combatir el sexismo como si el sexismo no trabajase junto con el racismo y el capacitismo. Por eso creo que es importante hacer esta problematización.

¿Y cómo pueden los movimientos feministas y antirracistas unirse para desafiar esas desigualdades, cómo promover políticas más justas, equitativas para las mujeres en general, no solo para lxs habitantes de calle, pero justamente haciendo esta división, entendiendo que no todas las mujeres tenemos la misma problemática? 

Yo creo que el encuentro del feminismo antirracista con el antiprohibicionista es un encuentro importante y necesario, que va a producir este camino, este diálogo con las mujeres. Para nosotras también es importante decir que ni todos los feminismos nos contemplan, ni todos los feminismos caminamos juntas con todos los feminismos, principalmente por un tema que es importante para nosotras que trabajamos con políticas de drogas. Hay un feminismo que trabaja con la agenda de criminalización, que pide prisión, del machismo, y para nosotras la criminalización no es una salida porque la criminalización tiene como resultado el fortalecimiento del sistema penal. Y el fortalecimiento del sistema penal significa para nosotras el fortalecimiento de un sistema de encarcelamiento de personas negras. En todos los países de América Latina y Caribe y en Estados Unidos también y en otras partes del mundo, las personas hoy que están en la cárcel son personas negras. 

Entonces, sabemos que esto es un proyecto político. Nosotras no vamos a hacer la defensa de proyectos y procesos de criminalización. Por eso repito que no todas la mujeres estamos juntas, pero que tenemos una tarea importante en Brasil y en América Latina, y hemos hecho esto a lo largo de los nueve años, que es influenciar en esta región. Tanto en los movimientos de mujeres negras, movimientos indígenas, como también en los movimientos de mujeres. Creamos la articulación latina-americana de feministas antiprohibicionistas, también con esta idea de que tendríamos que influenciar en algunos feminismos e impulsar la agenda de la reforma de las políticas de drogas. Hicimos algunos movimientos. En 2017, hicimos un encuentro en Uruguay, juntando a algunas mujeres referentes del movimiento cannábico con el movimiento anti prisional. Ahí hablamos por primera vez, en ese encuentro, de qué es el feminismo antiprohibicionista y antirracista. Un concepto que está teorizado, que está en los libros, pero es un concepto que nace de nuestra práctica y que nace del encuentro con distintas mujeres y con distintas historias. 

Creo que tenemos la tarea de influenciar porque hoy somos muchas. Estamos en 15 departamentos de Brasil, somos más de 400 mujeres. Somos un montón en cualquier encuentro que hacemos y creo que en estos nueve años logramos crear una metodología para acercarnos a las mujeres más vulnerabilizadas, de invitar a la lucha y de crear un espacio cómodo, porque no todos los espacios de activismo son espacios saludables para las mujeres. Muchas veces hay violencia y un tema que trabajamos mucho es la violencia política. Muchas veces en otros movimientos somos silenciadas y el silencio es un lugar que habitamos a lo largo de muchos años y algunos movimientos y algunos activismos nos ponen nuevamente en ese lugar del silencio, es un laburón salir de ahí, y por eso creo que nuestro espacio es para crear nuestro sistema de defensa cuando ocurre un señal de violencia política. Hoy trabajamos muchísimo este tema por un montón de razones. Una de ellas es que una compañera nuestra, Marielle Franco, que trabajaba con la temática de la guerra contra las drogas, hacía denuncias de violación de derechos en las comunidades, fue asesinada porque hacía denuncias de violencia policial en una comunidad afectada por la guerra contra las drogas. Entonces, después de la muerte de Marielle, también empezamos a trabajar mucho con esta temática de la violencia política, de la importancia de la presencia de las mujeres en la política, una presencia saludable, con apoyo y no con reproducción de violencia. Esto es un tema importante para nosotras, tenemos que estar bien, tenemos que estar vivas, protegidas, para seguir luchando. 

El patriarcado influye en la discriminación, en la estigmatización hacia las mujeres consumidoras de drogas, nos impone normas sociales rígidas sobre cómo se debe comportar la mujer y cómo debe ser su consumo de drogas en caso lo tuviera. ¿Cómo afecta esa imposición de las normas sobre nuestro comportamiento, sobre nuestra libertad, sobre nuestra dignidad? ¿Cuáles son algunos de los estereotipos que generalmente recibimos las mujeres usuarias de drogas? ¿Cómo se ve eso en el día a día? 

Creo que la situación de la violencia patriarcal, de la violencia racial, es importante de observar cuando pensamos en las mujeres. Hay un montón de estereotipos: las locas, las malas madres, las que están disponibles sexualmente… Acá en Brasil, en 2018, 2017, hubo una situación de una chica, una joven, que fue violada por 17 varones, en una fiesta. Y los periódicos describieron la situación como, “ah, pero estaba drogada”. Entonces se creó la percepción de que a todas las mujeres que están drogadas se les puede hacer eso. Ahí arrancamos con la campaña de ‘cara borracha o drogada, ninguna mujer merece ser violada’, que es una campaña que hicimos aquí en Brasil y también en América Latina, para mostrar ese estereotipo sobre las mujeres, de que se puede violar porque están bajo efecto de una sustancia psicoactiva. Creo que el estigma y la discriminación es una producción del patriarcado y también del patriarcado racista que se impone como un modo de vida para las mujeres. Y, de nosotras también, cuando empezamos a consumir ‘no somos tan mujeres’ así. 

Hay una disputa con respecto al concepto de mujeres y también por eso afirmar nuestros consumos es una manera que creemos de romper un poco del estigma y de discriminación. Es decir, yo soy una madre y la marihuana me convierte en una mejor madre. Tengo más paciencia, soy más lúdica, me encanta jugar con mi hijo cuando estoy bajo el efecto de la marihuana. Hay una idea de que las mujeres madres consumidoras no pueden responsabilizarse por los cuidados de sus hijes por el consumo de drogas. Y eso es una violencia, y también es un patrón que tenemos que romper, un estigma. Y se rompen cuando mostramos nuestras historias, las historias de nuestras compañeras, de nuestras maternidades. 

Por eso, tenemos que presentarle a la sociedad un proyecto político fuerte, una agenda fuerte y para eso es importante tener una agenda fuerte para las infancias también. Ahí traer ese debate de que somos madres, que tenemos derecho a nuestros consumos y a nuestra maternidad, y tenemos derecho a los cuidados. Porque hoy la criminalización crea un montón de barreras de acceso para los servicios y para las políticas públicas. Tengamos en cuenta que la descriminalización es un objetivo importante para nuestro país. Todavía sigue siendo un crimen, una pena no muy dura, pero es un crimen. La criminalización alcanza más rápido a las mujeres que las políticas de cuidado y de protección social. 

Existen muchas razones históricas, culturales y sociales que han hecho que, a lo largo del tiempo, a las mujeres se nos haya negado o limitado la posibilidad de disfrutar del placer. En algunas culturas, se ha difundido la idea de que el placer sexual en las mujeres es algo que se debe ocultar o sentir vergüenza, incluso por influencia de la religión. Además, en muchas ocasiones, se ha vinculado la sexualidad de las mujeres únicamente con la reproducción, olvidando que también tenemos el derecho de experimentar satisfacción y placer en nuestra vida sexual. Esto, creería, ha limitado la importancia del propio disfrute personal. ¿De qué manera crees que el prohibicionismo ha influido en la autonomía del cuerpo de las mujeres? Y si hablar del placer que te pueden dar las drogas, como hablábamos hace un momento, ¿es hablar desde el privilegio o qué piensas al respecto sobre las drogas y el disfrute? 

Creo que ese es un temazo para nosotras, porque las política de drogas y el prohibicionismo para las mujeres son políticas de control de nuestros cuerpos, de nuestros placeres. Y a lo largo de los años, el Estado tiene un poco ese rol bajo nuestros cuerpos. 

Creo que ese es un tema importante, de hecho, debatimos también en RENFA sobre esto, cómo una parte de la reducción de riesgos y daños que es importante, es el hablar de nuestros placeres, de que también tenemos derecho al goce, al placer con el uso de la sustancia, porque, mira, muchas de nosotras tenemos experiencias de traumas y muchas de las experiencias son experiencias de dolor, de sufrimiento con las drogas. Y creo que ese es nuestro objetivo con la lucha feminista y también cuando planteamos el tema de la reducción de riesgos y daños: que tenemos derecho al placer, de medicalizar un dolor o de medicalizarnos frente a una situación de violencia; la importancia de preparar nuestro cuerpo y preparar nuestro entorno para el consumo de una sustancia es una opción para nosotras, y cómo preparamos a nuestras compañeras y nosotras mismas para tener una experiencia segura con el uso de la sustancia. Entonces, el placer está muy involucrado también con eso, con la creación de espacios no violentos, con hablar de eso, que es posible tener placer, es posible tener una buena experiencia con la sustancia. Porque -y en específico- hablamos y conversamos muchísimo sobre consumo de drogas en nuestra organización, justo porque muchas de nuestras compañeras tenían experiencias muy dolorosas con el consumo y con el consumo de crack. Consumían crack para olvidar situaciones de violación, para olvidar que perdieron el derecho a la maternidad, para olvidar situaciones de tortura y salir de ese ciclo de consumo y dolor, consumo y trauma, es muy difícil, es un camino que estamos en construcción. Empezamos a hablar mucho del derecho al placer, de cómo crear un espacio seguro para las mujeres y ahí creamos una estrategia que lleve en consideración eso. 

Nuestro consumo es diferente del consumo de un varón. Si yo voy a hacer el consumo de un éxtasis, de un MDMA, yo voy a tomar precauciones, voy a conversarlo con una amiga, porque situaciones de violación, de acoso, ocurren más, más veces con mujeres. 

A mí me pasó un montón de veces, a nuestras compañeras también. Hablar de reducción de riesgos de daños para nosotras es hablar de la construcción de un espacio seguro, de un espacio cómodo, que sea posible tener un buen viaje con el uso de sustancia. Y ahí llegar al placer, al derecho al placer, que es una agenda que estamos arrancando ahora.  

Hablaste hace un momento sobre la invisibilización, de cómo nuestras historias están negadas en la historia. También te he escuchado en la clase que fuiste mi profesora en el CIDE, hablar sobre esta historia de las mujeres que no han sido contadas por las mujeres, que tendríamos que volver a contar la historia de nuestros países desde la visión de las mujeres. ¿Qué cosas no se han contado en el mundo de las drogas? ¿Qué cosas se ha dejado de lado en la historia? 

Todas las mujeres, todo el trabajo hecho por nosotras no se cuenta. Acá en Brasil, los grandes referentes de las políticas de drogas siempre fueron los varones. Y hay una consecuencia con eso, que las soluciones para las políticas de drogas fueron hechas por los varones porque es una política escrita por sujetos hegemónicos para sujetos hegemónicos. No hay lugar, no hay espacio para las mujeres. Las políticas sobre drogas fueron un gran acuerdo internacional, un gran acuerdo -como hablé en la clase- de supremacistas blancos; un acuerdo global de violación, de persecución de un pueblo, del silenciamiento, de muerte, de tortura de un pueblo. Eso es la política de drogas. Y las mujeres en las políticas de drogas no están en espacios de dirección, de formulación, de elaboración, de creación de las políticas de drogas. Eso imprime una identidad de las políticas de drogas, es bélica, es una guerra a los cuerpos; el Estado viola los cuerpos de las mujeres, la policía viola los cuerpos de las mujeres, como una guerra, y una guerra no formalizada, es una guerra paraestatal, es una guerra masculina. Esta “solución” de una guerra, de persecución, de tortura, es una idea masculina. Entonces, es importante volver a nuestras historias, a nuestros pueblos, a nuestra ancestralidad, a la historia que nos robaron, y que tenemos que escribir una vez más, y una vez más, y una vez más, y que se convoque a las mujeres para hacer esta narrativa.

Acá en Brasil, las mujeres estuvieron en primera línea de la reducción de daños y recién hace poco más de 30 años, que las mujeres cis, las mujeres trans, travestis, trabajan con reducción de riesgos y daños. Y no hay una línea en los estudios brasileños de la reducción de daños que hablan de la historia de estas mujeres. Están invisibles, están silenciadas. Esta es nuestra tarea también, reescribir esta historia, de hacer la denuncia de este acuerdo global, que es un acuerdo de control, de nuestros cuerpos, de nuestros territorios, de nuestras comunidades, y plantear un futuro donde distintas voces, distintas culturas, puedan decir cuál es la mejor política de drogas. En Brasil no la tenemos, y yo creo que estamos impulsando un cambio profundo en América Latina. Desde las personas directamente afectadas, desde las mujeres, estamos cada vez más fuertes, poniendo semillas en los países, también en las ciudades, del feminismo antirracista y antiprohibicionismo. Denunciamos que la historia de la política de drogas está siendo contada por los varones, y por los varones blancos, y ahí no están nuestras voces, no están nuestras luchas y no están nuestras soluciones. 

¿Este machismo que hay frente a la mujer consumidora también hace que no conozcamos a mujeres que son líderes de cárteles no sólo en la parte de reducción de daños, sino también en el mismo negocio de las drogas? 

Perfecto. Eso es un temazo, el tema del microtráfico. Para las mujeres también hay algunas historias de mujeres que estuvieron al frente del microtráfico, pero en nuestra región esta es una situación que para las mujeres es la peor de todas, la que más me produce dolor, porque el microtráfico es la empresa que está invitando a mujeres jefas de hogar al trabajo. Y el trabajo es como un trabajo esclavo. Hoy por hoy, en Brasil, está ocurriendo un montón de asesinatos a mujeres que yo en mi libro hablo del concepto de feminicidio en nombre de la guerra contra las drogas, que son esas mujeres que van al microtráfico porque no tienen plata, no tienen escolaridad y no tienen oportunidad de trabajo y encuentran una oportunidad en el microtráfico, generalmente están en los puestos más bajos, más vulnerables. Tuvimos dos mujeres en nuestra organización que fueron asesinadas por microtráfico y por la policía. 

En América Latina hay el fenómeno de las mujeres que están convirtiéndose en más pobres después de la pandemia. Los países no han generado trabajos dignos para estas mujeres y en las comunidades, las grandes empresas del microtráfico ofrecen oportunidades que son más posibles para el contexto de vida de estas mujeres. Ahí también hay un tema que tenemos que trabajar un montón, porque el microtráfico, el narcotráfico ocupa el papel del Estado en esta situación. 

¿Qué recomendaciones tú le darías a las futuras generaciones de mujeres feministas, activistas sobre estos temas? Parece todo un poco desesperanzador cuando se está hablando de estos temas. ¿Qué recomendaciones le darías a las mujeres que quieren trabajar en esto? 

Primero, es importante mantenernos vivas, libres, alegres, felices, es importante cuidar una de las otras, es importante tener en cuenta que estamos haciendo mejor para las próximas generaciones. Los cambios por los que estamos luchando ahora creo que no los vamos a vivir. Es importante tener esto en cuenta, que estamos creando condiciones para las generaciones futuras de nuestras hijxs, para que crezcan en un ambiente donde puedan tener una referencia. Hay violencia, hay tortura, hay feminicidio, pero hay lucha, hay compañeras, hay construcción de agendas juntas que nosotras mujeres tenemos esta tarea en el mundo de la reproducción de ideas, de la reproducción de proyectos, de la reproducción de un nuevo mundo donde la violencia, la tortura, no se haga costumbre contra las mujeres como es hoy. Mi recomendación es seguir luchando, juntarnos con otras mujeres, crear espacios de lucha. Es tener en cuenta que el Estado no es nuestro amigo; el Estado es el colonizador, el Estado fue creado por el colonizador. Entonces tenemos que pelear todo el tiempo para que nuestras voces, nuestras historias, nuestras políticas sean representadas en el Estado. Y no vamos a recibir una invitación para eso, para la construcción de las políticas públicas. Entonces, en algunos momentos tenemos que ser más rabiosas, tenemos que golpear la puerta donde está naciendo la reunioncita para la creación de una nueva política de drogas. 

No nos van invitar, porque no nos invitan, porque saben cómo nos portamos cuando nos invitan. Esa es una cosa que hablamos mucho acá en Brasil. Pero insistimos, insistimos, insistimos, insistimos y acá estamos. Creo que la recomendación es seguir la lucha, el camino de la lucha. Ganamos todas cuando estamos en la lucha y en este intento de crear una política de drogas que sea feminista, que sea antiprohibicionista, que tenga una mirada crítica con respecto a la prohibición, pero que sea también antirracista, porque no es posible olvidarse más del racismo en las políticas de drogas. Creo que estamos construyendo un camino de empoderamiento de los pueblos que fueron directamente afectados. 

Para terminar, ¿dónde encuentras energía para trabajar en un contexto así, tan duro, con historias tan difíciles, conmovedoras? ¿Cuál es tu motivación para seguir? 

Ay, mi motivación son tantas. Primero, mis compañeras. Acompañar el trayecto de las compañeras que salieron de una situación de violencia extrema y que salieron de situaciones de violencia del microtráfico, de violencia policial, de acoso, de violación. 

Para mí, la principal motivación es la capacidad de reescribir historias “yo puedo estar acá, yo tengo esta historia, pero yo fui violada, pero yo no fui violada porque soy una mujer usuaria de crack; yo fui violada porque hay un varón violento, hay la cultura del estupro, de violación”. Entonces, para mí, ese camino donde la mujer sale de esa narrativa de que “la culpa es mía, de que fui yo quien producía esta violencia en mi cuerpo. Ahora comprendo que es la prohibición, que es el racismo, que es el sexismo. Ahora vamos a crear juntas una agenda y vamos a crear estrategias para ayudar a otras compañeras”. Durante todo el momento de nuestra posición militante y activista, hablamos así. Decimos que vamos a crear un ambiente, un movimiento para que otras mujeres no reproduzcan esta narrativa de que son culpadas por las violencias que sufren. Porque ese es el proyecto prohibicionista. Nuestro sufrimiento, nuestro dolor, es un proyecto prohibicionista. Un proyecto antiprohibicionista es un proyecto emancipatorio. Tenemos algunos rituales de quema de la culpa, literal, hacemos eso en nuestra organización, escribimos las culpas en un papelito y lo quemamos en el fuego. Quemar materialmente y tener la capacidad de reescribir nuestras historias. Eso es importante. Y seguir ayudando a otras compañeras más jóvenes a escribir también historias bonitas. 


Este podcast es una producción de Proyecto Soma y es posible gracias al apoyo de la organización internacional Youth RISE y el Fondo Robert Carr.

La entrevista y la coordinación estuvo a cargo de Francesca Brivio Grill | La edición de sonido ha sido un trabajo de Santiago Martinez Reid y Raphael Olaya | La música es una composición de Dr.100.

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