Curaduría Soma Extracto de libro

El primer narcovuelo de Vaticano

Con treinta y cuatro años, Demetrio Chávez Peñaherrera retornaba a sus raíces, allá en el valle del Huallaga, para recoger su primer gran cargamento de droga.

Entre la década del ochenta y el noventa, Demetrio Chávez Peñaherrera, conocido como Vaticano, se convirtió en uno de los principales abastecedores de los carteles de Medellín y Cali. Esta es la historia de su primera incursión en las ligas mayores del narcotráfico.

Escribe Hugo Coya

Sentado en el lugar del copiloto, miraba a través de la ventanilla y pensaba en todo lo que dejaba atrás y en lo que encontraría adelante. Sabía que nada volvería a ser igual después de ese viaje.

La avioneta se alejaba lentamente de la delgada línea que separa la noche del amanecer, sobrepasando las nubes que cubrían el cielo y anunciaban el día, con esa deslumbrante sinfonía de colores naranja y violeta que solo es posible hallar en la Amazonía.

Pero él permanecía imperturbable: ni la belleza del paisaje ni la intermitente turbulencia que remecía la nave lograban alejarlo de sus pensamientos. El piloto le hablaba sin obtener respuesta, pues él, concentrado y a la vez inquieto, no tenía ganas de conversar.

Había hecho el mismo recorrido varias veces, pero ahora, en este viaje, todo era diferente: estaba en juego su futuro, incluso su vida.

Con treinta y cuatro años, Demetrio Chávez Peñaherrera retornaba a sus raíces, allá en el valle del Huallaga, para recoger su primer gran cargamento de droga y la inquietud no cedía conforme se acercaba a su destino.

Aunque conocía la ruta, el piloto perdió el rumbo. Solo dos horas después, tras volar entre enormes nubes, como sábanas blancas y negras, que lo obligaron a ascender y descender bruscamente varias veces, recuperó la senda.

—Ya estamos cerca. Parecía que no la hacíamos. Prepárate que vamos a descender — anunció el piloto colombiano con una sonrisa de satisfacción, veterano acostumbrado a los devaneos de ese trayecto en centenares de vuelos.

Chávez le respondió susurrando, como si en realidad no hablara con él sino consigo mismo.

—¡No te oigo! ¿Qué dices? —gritó el piloto, con voz sofocada por el sonido del motor.

—Que espero que esta gente esté lista —repitió Chávez hasta tres veces, sin lograr que el piloto entendiera completamente lo que le decía. Temía que la carga no estuviera o, peor aún, que la Policía lo supiera ya y estuviese esperando.

—Todo limpio —señaló por fin el piloto.

La avioneta Turbo Commander alquilada aterrizó en el aeropuerto municipal de Uchiza, distrito de la provincia de Tocache, en la región San Martín, recién alrededor de las once de aquella mañana de diciembre de 1988, y de inmediato fue rodeada por Lucho y sus hombres. Las avionetas Turbo Commander eran las favoritas de los narcotraficantes de esa época: aunque son lentas, tienen una capacidad de carga reducida y poca autonomía de vuelo, permiten aterrizar en pistas cortas y abruptas.

—Ya decía yo que no podías fallar, mi hermano —dijo Chávez, mientras abrazaba a su viejo amigo después de largo tiempo.

—Siempre cumplo con mi palabra —le respondió Lucho.

Era su primera incursión en las ligas mayores del narcotráfico y no quería que nada saliera mal. El embarque de la droga demoró apenas cinco minutos. En realidad siete, si se considera el tiempo que utilizó el piloto para fumar un cigarrillo y tomar una bebida gaseosa antes de despegar por segunda vez en ese día.

En el mundo del narcotráfico, cualquier demora en una transacción puede ser la diferencia entre la vida y la muerte, entre la libertad y la cárcel, entre perderlo todo o ganarlo todo.

“Este negocio es también una cuestión de confianza. El comprador sabe que le darás una buena mercancía y el vendedor está seguro de que recibirá el dinero acordado”, afirma Chávez. “Un balazo puede ser el precio por no cumplir”, advierte.

***

Demetrio Chávez aún no era Vaticano, el gran señor del narcotráfico. Era conocido apenas como Topacio, sobrenombre que le fue impuesto por una reina de belleza colombiana, enamorada de ese peruano de piel mestiza, encendidos ojos pardos y larga cabellera, que juntaba las palabras y arrastraba algunas consonantes, y usaba el usted y el vos, delatando las profundas huellas que le dejaran sus estadías en Colombia.

“Me dijo que yo era tan guapo que parecía un topacio”, recuerda. Y aquello le  hizo tanta gracia, que decidió adoptar ese sello.

Y es que los narcotraficantes nunca usan su nombre verdadero. Sus apodos pueden ser llamativos, amenazantes, o tan inocentes como Topacio.

“Los apodos sirven para dificultar la identificación, pues así los delatores conocen al narcotraficante únicamente de ese modo y, a la hora que caen en manos de la Policía, no puede ayudarla”, apunta un alto oficial especializado en el combate del tráfico ilícito de drogas.

En el mundo del narcotráfico, cualquier demora en una transacción puede ser la diferencia entre la vida y la muerte, entre la libertad y la cárcel, entre perderlo todo o ganarlo todo.

Topacio se instaló en Uchiza y, con el dinero obtenido, colocó el ladrillo inicial para construir su propia firma. La firma es el sueño de la empresa propia al que aspiran los pequeños eslabones en la cadena de negocios de la cocaína.

Por aquella época, unirse a dicha cadena no era difícil en la selva, donde gran parte de la población vivía en la extrema pobreza y su mayor conocimiento del desarrollo llegaba solo a través de los libros. La situación ahora no es muy diferente.

Había aprendido desde joven el proceso de elaboración de la cocaína, desde la cosecha de la hoja hasta la obtención del producto acabado.

“Las hojas cosechadas se dejan macerar en un bidón lleno de ácido. Luego se las saca y se las tira. Queda algo parecido a un caldo marrón. A ese caldo se le agrega alcohol o incluso gasolina para extraer el alcaloide”, explica Chávez, con la seguridad de quien domina el tema. “Una vez extraído se lo trata con algún alcaloide fuerte y de esa mezcla se obtiene una masa o pasta”, añade.

Unos 150 kilogramos de hojas de coca se transforman más o menos en un kilogramo de pasta básica de cocaína, que es adquirida por las firmas a los productores.

Topacio se convirtió en una de las firmas que compraban a los productores y vendían su mercancía a los cárteles colombianos, que luego la refinaban en polvo de hidrocloruro de cocaína —su nombre completo—, añadiendo sustancias químicas como acetona, éter, ácido sulfúrico y gasolina. 

La mezcla luego se reduce y se seca el residuo. Lo que queda es el polvo. Cuando Topacio inició las operaciones de su firma, un kilogramo de cocaína de buena calidad costaba hasta 4 mil dólares, que alcanzaban los 60 mil o 70 mil con solo realizar un viaje de unos 5 mil kilómetros hacia Estados Unidos.

La rentabilidad era tan grande que compensaba cualquier riesgo, incluso el de perder la libertad o la vida.

***

La vida de Demetrio Chávez Peñaherrera, hasta ese momento, había estado llena de altibajos, como los vuelos de las avionetas que trasladaban la droga y que llenaban las arcas de los grandes narcotraficantes con inmensas fortunas.

Había comenzado desde abajo en el negocio. Primero en el microcomercio, como vendedor; después como guardaespaldas. Y antes de emprender la aventura de su propia firma, se había desempeñado como “traquetero”; es decir, acopiador de hojas de coca y de pasta básica, un mando medio en la cadena del negocio.

Ese recorrido le había permitido comprobar que en el narcotráfico funciona la misma regla de oro que en cualquier otro negocio: los pequeños reciben los centavos, y los grandes, los millones.

“Nunca me gustó ser pobre. No quería ser uno más. Mi sueño era ser grande y lo conseguí”, afirma. Su ascenso fue paulatino, aunque sostenido. Una vez que alzó vuelo, nada lo detuvo. (-Soma-)


Hugo Coya es un periodista peruano, autor de Estación final (2010), sobre los sobrevivientes peruanos en los campos de concentración nazis; Genaro (2015), un perfil del magnate de la televisión peruana Genaro Delgado Parker; y Memorias del futuro (2017), que narra la relación de Ernesto Che Guevara con el Perú.

Contenido original: Este es un extracto de la última reedición de Polvo en el viento. Vaticano: esplendor y miserias de un narcotraficante (Planeta, 2018)

Imagen de portada: LFSB Planes Pictures (Flickr). Adaptación: Raúl Lescano (Soma).

Disclaimer: Soma no coincide necesariamente a cabalidad con las opiniones o enfoques desarrollados en estos artículos, pero considera necesario su conocimiento para ampliar, mejorar y elevar el debate en torno a las drogas en Perú y Latinoamérica.

1 comments on “El primer narcovuelo de Vaticano

  1. Culturakush

    Que interesante artículo

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